lunes, 21 de noviembre de 2011

E L T I G R E N E G R O

Es la fiera mas temida de la selva. Generalmente ataca por las noches, después de haber ejercido su poder hipnótico sobre sus víctimas.

C U E N T O:

06 amigos se internaron en la selva en busca de maderas finas y llegaron a un lugar elegido donde construyeron su campamento. Durante dos semanas les fue bien, habían ya marcado buena cantidad de cedros y águanos, para eso salían diariamente por parejas en diferentes direcciones y poco a poco se iban alejando más y algunas veces les sorprendía la noche en plena selva y tenían que pernoctar allí, trepados en un árbol hasta que amanezca.
En una de esas salidas, la pareja que estaba más lejos, descubrió en forma casual las frescas pisadas del temible tigre negro y regresaron al campamento para advertir al resto del peligro que corrían si permanecían por más tiempo en ese lugar. Y ellos acordaron montar guardia nocturna permanente por parejas.
Y desde esa misma noche se comenzó con la vigilancia y se prendió una fogata a pocos metros del campamento, junto al árbol donde se instalaban los vigilantes. Toda la noche se la pasaban conversando, pero siempre atentos de cualquier indicio revelador de la presencia cercana del tigre negro. Tenían listos sus armas y sus machetes.
Al día siguiente seguían con su trabajo de marcar árboles y uno de ellos estaba nervioso y preocupado sin saber porqué y su deseo era regresar cuanto antes porqué tenía funestos presentimientos.
Vayamos con mucho cuidado y con los ojos y oídos bien abiertos, le dijo a su amigo. Marcaremos solo unos cuantos árboles y regresaremos al campamento. Y su aflicción llegó al colmo, cuando al medio día la chicua les sorprendió con su sonoro canto, muy cerca de ellos y le fue persiguiendo por largo trecho de rfama en rama, sin dejar de cantar, de pronto calló y desapareció.
Entonces, decidieron regresar y llegaron a un extenso yarinal (palmeras), cuando de pronto oyeron a lo lejos cierto rumor que poco a poco fue en aumento, pues se acercaba una manada de huanganas, que venía sorne ellos y eso les obligaba a tomar medidas de seguridad para escapar de su furia, porque estos animales cuando andan en manadas arrasan todo lo que encuentran a su paso. No respetan al hombre, por mucho que pudiera estar armado, de allí que los mitayeros que andan con sus perros, tienen que subirlos a un árbol junto a ellos, para evitar que sean destrozados.
Tuvieron pues que subir a un árbol para no ser arrasados, pocos minutos después, la gran manada estaba ya debajo de ellos, pero la manada se detuvo justo debajo de ellos a comer los frutos de la yarina, alimento favorito de estos animales.
Las horas iban pasando sin que los animales dieran señales de retirarse y mientras tanto se acercaba la noche, cuando ellos todavía estaban lejos del campamento.
Momentos después oscureció y la manada permanecía allí y los amigos no tuvieron mas remedio que resignarse a pasar la noche trepados en ese árbol que les sirvió de protección. Cuando los animales se retiraron era tarde y al día siguiente reanudaron su camino al campamento. Al llegar a éste, notaron que todo estaba en silencio y reinaba completa calma y pensaron al no ver a sus compañeros, que quizás habían salido en busca de ellos o a continuar su trabajo.
Pero de pronto a los amigos les dio un vuelco al corazón, al ver que de los árboles más cercanos a los tambos del campamento revoloteaban unos gallinazos y corrieron hacia los tambos y al llegar a la puerta quedaron paralizados de horror al contemplar los cuerpos sangrantes y muertos de dos de sus compañeros.
Luego reaccionaron y corrieron al otro tambo para ver a sus otros dos compañeros, pero no estaban y empezaron a buscarlos. Pero, solamente dieron unos cuantos pasos y vieron sus cadáveres igualmente destrozados de los otros dos amigos y nuevamente quedaron paralizados de horror, luego pensaron y expresaron: los indios.
Examinaron los cuerpos de sus infortunados compañeros, pero no presentaba huellas de balas ni de flechas, tanpoco heridas cortantes, ni golpes contundentes y se dieron cuenta de algo común en los cadáveres, todos tenían los cráneos destrozados y sin sesos, las partes del cuello y de la cara con feroces rasguños, todos presentaban una extraña palidez, como si les hubieran extraído hasta la última gota de sangre.
Después de ver esto, no había dudas, era obra del sanguinario tigre negro que tuvo su gran festín al sorprender a sus compañeros a pesar de la estricta vigilancia, cumpliéndose así al pié de la letra, la leyenda de su gran poder magnético para insensibilizar a sus víctimas, antes de atacarlas,
Luego, dieron cristiana sepultura a sus infortunados compañeros y abandonaron el campamento, no sin antes dar las gracias a Dios por haberles librado de una muerte segura al interponer en su camino a la manada de huanganas y así se alejaron para siempre de ese lugar, llevando la triste noticia a los familiares de las víctimas.

EL GALLINAZO

En cierta ocasión, un gallinazo se convirtió en un indígena, vestía cushma negra con pintas blancas y sobre su cabeza llevaba un sombrero rojo. Un día llegó a un caserío y se enamoró de una muchacha con la cual se casó a los pocos días.
Ella tenía padre, madre y una hermana menor soltera. La familia de la mujer querían que hiciera la chacra y la casa al lado de ellos y vivieran juntos, pero el gallinazo se opuso, decía que no estaba acostumbrado a vivir en sociedad.
Esto desagradó a los suegros quienes pensaron en deshacer el matrimonio, pero los dejaron que fueran a vivir a donde ellos quisieran y se fueron lejos, río adentro.
En su casa ya el nativo recibía visita de los gallinazos y el mismo se convertía en gallinazo para conversar con sus paisanos. Su ocupación era comer para vivir y vivir para comer, pero siempre compartía la comida con su señora que le servía ya cocinados o asados.
La señora solo se ocupaba de hilar y tejer cushmas que el gallinazo regalaba a sus paisanos o las cambiaba por carne o suciedades con las cuales preparaba él las comidas para su señora.
Un día, los suegros y cuñada del gallinazo fueron a visitarle a su casa. El gallinazo y su mujer se alegraron muchísimo. El gallinazo salió con sus flechas a pescar en una quebradita en el monte y su cuñada le seguía de lejos para presenciar la pesca. Hubo un momento en que el gallinazo se detuvo y ella paró también observando detrás de un árbol lo que hacía su cuñado y lo vé que está juntando suciedades, las envuelve en hojas y las amarra con bejucos, después prendió fuego a unos palos y puso los envoltorios a asar.
La cuñada regresó corriendo a dar parte a sus padres y hermana de lo que acaba de ver, éstos se indignaron. Pensaron todo irse a la casa paterna y abandonar al gallinazo, pero creyeron que mejor sería darle una paliza al gallinazo, antes de abandonarlo.
Al poco tiempo llegó el gallinazo silbando, traía diez patarashcas de pescado ya asados y listos para comerlos, los entregó a su esposa. Esta le recibió y los tiró a un lado mostrando desprecio y le increpó diciéndole:¿Porqué traes siempre patarashcas mal olientes y nunca traes pescados frescos?.
Hemos visto lo que hiciste ¿Con esas suciedades nos alimentas? Y cada cual con un palo, palearon al gallinazo en las patas para que no escapara. El nativo gallinazo lloró, gritó, pidió perdón, sin ser atendido.
Al final no pudo aguantar los palos y se convirtió en gallinazo y voló a reunirse con los suyos para no regresar más. El gallinazo ahora está cojo y camina brincando, por los palos que recibió cuando era nativo.

EL BURRO Y LOS GALLINAZOS

Una vez en Saposoa, un burro socarrón y pendejo quiso burlarse de los gallinazos. Se hizo el muerto y se le acercaron dos gallinazos con la seguridad de pegarse un banquete bueno. Pero, se pusieron a discutir sobre, por donde debían comenzar a comer al burro.
Ojoleo primero, decía uno de ellos. No, ocote primero, ojoleo primero, ocote primero,
Hasta que éste último, sin esperar más, metió su cabeza en el ocote del burro y éste al toque encerró y ajustó su ano, aprisionándolo.
Ves, ya ves, ya vés, peor va a ser, habló entonces el otro gallinazo. No me hicistes caso. Era mejor ojoleo primero y voló, dejando preso a su compañero en el ocote del burro pendejo.

Carlos Velásquez Sánchez