miércoles, 20 de junio de 2012

Sequías e inundaciones: ¿está molesto el Amazonas?

Por José Álvarez Alonso*
Mis amigos indígenas insisten en afirmar que la creciente extrema del Amazonas y sus afluentes tiene sus responsables: “La Yacumama, la Madre del Río, está molesta”, me dicen. He escuchado muchas historias sobre los espíritus protectores de la selva, sobre Yacumamas o Purahuas, y Sachamamas, Shapishicos y Yashingos, y cómo a veces protegen sus dominios cuando sienten que el hombre los han agredido. Ahí están las cochas “bravas”, donde la Yacumama hace oscurecer el día, desata la tormenta y embravece el agua cuando algún irreverente se atreve a hacer pesca o a talar los árboles de la orilla. Yo mismo he sido testigo de algunas anécdotas en relación con estas creencias.
Si cada cocha, quebrada o río tiene su ‘madre’ en el imaginario amazónico, y es poderosa, la madre del Amazonas, el Padre de Todos los Ríos, debe ser algo imponente, monstruoso. Y su furia incontenible se debería manifestar en proporción. ¿Tendrán razón mis amigos indígenas? El Amazonas ha hecho aspavientos varias veces en años recientes, y ha mostrado alteraciones inexplicables en su ciclo hidrológico, incluyendo las grades sequías de los años 2005 y 2010, intercaladas con crecientes cada vez más pronunciadas, hasta superar el máximo histórico el presente año.
“Los hombres han maltratado al río, lo han contaminado con petróleo, mercurio, han talado sus bosques, exterminado sus peces, charapas, lagartos, por eso la Yacumama, la Madre del Río, está molesta y se sacude”, afirman los sabios indígenas, recalcando que ellos siguen haciendo lo que han hecho por siglos sin molestar a las madres del bosque y del agua (cazando, pescando, haciendo sus chacritas), por lo que los culpables están en otro lado. Sospecho que los indígenas no andan muy errados.
Curiosamente, la ciencia viene a dar la razón en cierto modo a los indígenas: la deforestación tiene mucho que ver con las crecientes y las vaciantes extremas. Claro que hay que añadir otra causa humana a las mencionadas por los sabios indígenas: el tan mentado calentamiento global, causado por la emisión salvaje a la atmósfera de gases de efecto invernadero. Parte de estos provienen de la quema de combustibles fósiles, y otra parte de la quema de los bosques, por lo que al final volvemos a las mismas: es el hombre el que está causando los desastres climáticos que están asolando la Amazonía.

Quien ha estado en el cauce de una quebrada en pleno bosque primario durante una lluvia intensa, y luego en una quebrada en un área deforestada, puede notar una dramática diferencia: donde hay bosque intacto puede estar lloviendo torrencialmente por horas y el nivel del agua crece muy lentamente, para luego bajar también lentamente, demorando a veces semanas; en cambio, donde el bosque ha sido arrasado, en pocos minutos la quebrada se hincha, se llena de barro, y arrasa con todo, para luego de unas horas, quedar de nuevo casi al nivel que estaba. El bosque actúa como una esponja: el follaje, las raíces y el mantillo vegetal protegen el suelo de la erosión y ayudan a absorber el agua y a infiltrarla en el subsuelo, llenando los acuíferos.

Los habitantes de la ceja de selva conocen muy bien esto: los huaycos y las crecientes catastróficas se producen en las cuencas donde las laderas y cuencas altas han sido taladas, al tiempo que se quedan sin agua en verano.

Son casi 10 millones de hectáreas de bosques arrasadas por la mano del hombre en las vertientes orientales de los Andes peruanos, y otro tanto probablemente, o más, en las cabeceras de los ríos en países vecinos. Es bastante razonable juzgar que sin esa deforestación salvaje los Amazónicos no hubiésemos sufrido las sequías extremas que hemos sufrido en el 2005 y el 2010, ni estaríamos sufriendo las crecientes extremas que hoy destruyen las esperanzas de decenas de miles de personas.

Hace ya más de 30 años, Alwyn Gentry y José López Parodi publicaron en la prestigiosa revista Science (1) un artículo en el que atribuían a las cada vez más pronunciadas crecientes a la colmatación del cauce del Amazonas y sus afluentes por efecto de la deforestación en el piedemonte andino. ¿Qué dirían hoy estos dos sabios, ya desaparecidos, si supiesen que sus predicciones de crecientes y vaciantes cada vez más pronunciadas se han cumplido, y que, contrario a lo que contestaron algunos críticos, el incremento de las crecientes no se puede explicar simplemente por una variación cíclica más larga?

¿Qué hacer en la selva baja, si los que más sufren las inundaciones no son los causantes del cambio climático, ni de la deforestación en las laderas de los Andes? Primero, adaptarnos: sabemos que estos desastres van a seguir repitiéndose, y probablemente con más fuerza en las próximas décadas. Los barrios citadinos en zonas inundables de Iquitos deben ser reubicados en tierras no inundables previa y debidamente urbanizadas). En segundo lugar, recuperar tecnologías indígenas de manejo de áreas inundables y preservación de alimentos para las épocas de creciente. Y en tercer lugar, coordinar con los gobiernos regionales que tienen Ceja de Selva y con el Gobierno Nacional para que de una vez por todas se enfrente el problema de la deforestación en cabeceras de cuenca, tan maligna como la minería ilegal.

Debemos proteger los bosques amazónicos, y especialmente los de las cabeceras de los ríos, como una salvaguarda y una barrera frente a las amenazas del cambio climático y, quién sabe, de las iras de la poderosa Purahua del Amazonas y sus consortes los ríos tributarios, que se mostrarían más amables con los humanos.

martes, 12 de junio de 2012

LA SHUSHUPE

Es la serpiente más grande y temida de la selva, alcanza hasta mas de 3 mtrs. de largo, de colores vivos: amarillo y negro, formando grandes manchas. En la cola lleva un lanceta que es de pinchadura mortal como la mordedura misma. Es nocturna y cacarea como la gallina y cuando llega a la vejez le salen pequeñas orejas puntiagudas muy erguidas.
Esta serpiente no ha recibido la maldición de Dios en el Paraíso, , porque cuando persigue a alguien no se arrastra como sus demás congéneres, sino que avanza por saltos en ondulaciones verticales.
Nos encontrábamos en el interior del bosque, buscando materiales de monte para construir una choza a orillas del Alto Marañon.
La zona que habíamos elegido para el trabajo tenía fama de ser habitada por numerosas shushupes, pero, era el único lugar, en esa parte de la selva donde abundaba el material que necesitábamos, pues, no había remedio que afrontar el riesgo tomando las mayores precauciones.
Eramos cuatro amigos y salíamos diariamente de nuestro campamento por parejas en distintas direcciones.
Por las noches, como medida de seguridad, prendíamos una gran fogata. Desde que llegamos a este lugar, todas las noches escuchábamos el característico cacareo de las shushupes por los alrededores del campamento y en las mañanas encontrábamos desparramados las leñas de la fogata y veíamos las huellas que dejaban en las cenizas calientes los pesados cuerpos de estas serpientes que gustan de revolcarse en ellas buscando la calentura.
En la mañana, íbamos todos juntos abriendo una trocha a golpe de machete, de pronto, el que iba adelante dio un tremendo salto hacia atrás, con el machete en alto, listo para la defensa y decía:¡Cuidado! ¡Detenganse! y dijo: ¡Miren! ¡Que hermoso ejemplar!.
Era una enorme shushupe, que enroscada sobre si misma dormía plácidamente.Dormia tan profundamente que ni el ruido de los machetes la despertó.
De inmediato, le disparamos a la cabeza, el animal se estremeció violentamente y se desenrosco al instante, después de  varias convulsiones quedo inmóvil sin vida.
Otro dia con mi acompañante fuimos a una quebradita para refrescarnos y nos sentamos un rato en unas piedras.
Luego, notamos que se movían las ramas, prepare mi escopeta y mi acompañante empuño su machete. Seguimos atentos a los movimientos y de pronto apareció un hermoso picuro o majaz, cuya carne es exquisita y arranco en veloz carrera sin darme tiempo a dispararle y le seguimos.
Despues de perseguirle, vimos que el animal desapareció en el interior de un tronco hueco, llegamos y nos preparamos a hurgar el hueco con una larga varilla para obligar salir al picuro.
Es conocido, también que el picuro hace una buena pereja con la shushupe, porque viven juntos y lo que es mas curioso, es que ambos emiten un extraño ruido o sonido cuando están enfadados.
El animal se ponía cada vez mas furioso al ser fustigado con la varilla y mi amigo llevado por su entusiasmo se había acercado a la misma entrada del tronco para llegar mas al fondo con la varilla. Cuando repentinamente lanzo un grito de horror, al tiempo que echaba a correr como un loco a través del bosque, arrojando la varilla que tenía en la mano y era perseguido por una enorme shushupe que furiosamente daba grandes saltos para ganar terreno.
Quede asustado al ver esto y mientras reaccionaba, ambos ya se habían perdido de vista y emprendi carrera en la dirección por donde habían desaparecido, con mi arma lista para disparar.
A unos veinte minutos, encontré la gorra de mi compañero hecho trizas por los colmillos de la shushupe. Acelere el paso cuanto pude, tropezando aquí y alla con ramas y raíces, pero con la idea de auxiliar a mi amigo.
Llegue cuando en un pequeño claro del bosque,  levante la vista y casi grito, al ver a la shushupe entretenida en una pelea con la camisa de mi compañero, que sin duda la arrojo con este fin, porque en la selva sabemos que esta es una forma infalible de eludir la persecución de la shushupe, es decir arrojándole cualquier prenda de vestir para que descargue su furia en ella.
Levante mi escopeta, le dispare, pero mi nerviosismo me hizo fallar la puntería y la shushupe desapareció velozmente, dejando la camisa totalmente destrozada y algunas manchas de sangre por donde huyo, esto significaba que de todas maneras la había herido.
Sin demora, retorne al campamento para encontrar a mi compañero y asi fue. Habia llegado el, todo maltratado por las raspaduras de las ramas y espinas que no pudo evitar en su desesperada carrera por librarse de esa serpiente shushupe.
Y nos conto que esa shushupe tenia una enorme cabeza con dos orejas bien crecidas impresionantes y que no le fue fácil quitarse la camisa en plena carrera para arrojarla.
Carlos Velasquez Sanchez

SUCUSARI

Escribe: José Álvarez Alonso (*) 

El paisaje quita el aliento: copas de árboles hasta que se pierden de vista en el horizonte, algunos en flor, mientras que orquídeas y bromelias adornan las copas más cercanas; una pareja de tucanes se desgañita desde una copa cercana; por el otro lado, una enorme bandada de oropéndolas (bocholochos) va de copa en copa buscando flores y frutos maduros, y una familia de ‘siete colores’ (tangaras del paraíso) adorna cual broches de joyas azules, rojas y verdes un árbol cercano… Un atardecer o, mejor aún, un amanecer amazónico disfrutado a 35 metros de altura, desde las copas de los árboles en el puente colgante del Sucusari de Explorama, es uno de esos espectáculos que uno no puede perderse en esta vida.

Este puente colgante (del “canopy walk way” como le dicen los gringos) fue el primero de su clase en Suramérica, y sigue siendo espectacular con sus 600 metros de longitud y 14 plataformas en las copas de árboles emergentes. Desde su construcción a principios de los años 90 (gracias a un convenio entre la ONG ACEER y la empresa turística Explorama), decenas de miles de personas han disfrutado de las espectaculares vistas del bosque amazónico desde las copas de los árboles. Animales y plantas que sólo atisbamos a ver en la lejanía desde el suelo del bosque, aquí pueden ser observados a pocos metros de distancia. En particular atraen las vistosas aves de dosel, incluyendo tangaras, tucanes, oropéndolas y colibríes, que en las copas muestran una especial mansedumbre con el ser humano, ya que aquí no llegan los depredadores terrestres…

Sin embargo, algo llama la atención en esta maravilla turística del Sucusari: no se ven animales grandes. Ni un mono (salvo los ubicuos pichicos en la orilla de la quebrada), ni un guacamayo, ni un paujil… Le pregunto a Lucio, uno de los más experimentados de Explorama y quizás el mejor guía de aves de Loreto, conocido por haber trabajado con el legendario Ted Parker: hace más de 20 años que no ve en la zona un paujil, un choro o un mono negro, medice, fueron cazados hasta el exterminio… Los cazadores fueron principalmente los madereros que asolaron ésta y todas las quebradas accesibles de Loreto en los pasados 20 ó 30 años.

¿No hubo forma de prevenir esta masacre, teniendo en cuenta que esta zona tiene tanto valor para el turismo, y ha atraído a cientos de miles de turistas en las últimas décadas, generando decenas de puestos de trabajo permanentes y millones de dólares en divisas? Y ahí viene la cuestión: Explorama ahora posee una concesión turística de unas 2,000 ha, las que obviamente no son suficientes para mantener una población viable de cualquiera de los animales grandes amazónicos. Lo ideal es que se hubiese promovido la creación en toda la quebrada de una reserva suficientemente grande para proteger un recurso tan valioso y con tanta capacidad de generar riqueza. Jaime Acevedo, actual socio de Explorama, me asegura que sí se hicieron esfuerzos por preservar el área, pero otros me dicen que no fueron suficientes, y no contaron con un actor clave: las comunidades indígenas que habitan la zona.

Peter Jenson, el desaparecido fundador y original propietario de Explorama, fundó la empresa hace casi medio siglo, cuando sólo existían en Loreto tres reservas pesqueras (Pacaya, Mazán y Rimachi). Si el gringo hubiese tenido la visión de trabajar en alianza con la comunidad nativa de Orejones, vecina del albergue de Explorama, otro gallo cantaría hoy en estos bosques: podrían haber promovido la creación de una reserva comunal, contigua a la reserva turística, y la quebrada Sucusari podría haber sido salvada del saqueo. Los indígenas Maijuna de esta comunidad, con algo de apoyo, podrían haber conservado mejor su cultura, su idioma y sus costumbres tradicionales, que han estado a punto de perderse en la última generación, y podrían haberse involucrado productivamente en la actividad turística. Lamentablemente, según me cuentan algunos que lo conocieron,  el norteamericano siempre tuvo un gran recelo contra los indígenas, a los que calificaba sin escrúpulos de “salvajes”, y no quiso trabajar con ellos, ni siquiera contratar empleados de la comunidad.

Qué visión tan errada. Los Maijuna son el pueblo más amable, hospitalario y pacífico de la Amazonía. Don Sheba, uno de los líderes Maijuna de la vecina comunidad de Orejones, nos habla del saqueo provocado por los madereros: “Todo acabaron, la maderas finas, los animales, el pescado, hasta las ranas se comían… Nosotros nos quedamos sin nada, de hambre y más pobres que antes. Los madereros lo único que han traído es atraso. Pero desde hace tres años estamos cuidando la quebrada, y los animales están volviendo. Ya se vuelven a ver huanganas, sajinos, monos cerca de la comunidad, también el pescado está aumentando, ahora nuestros niños comen mejor…”

La comunidad de Orejones, junto con las otras tres comunidades del pueblo Maijuna (San Pablo de Totolla, en el río Algodón, y Nueva Vida y Puerto Huamán, en Yanayacu) ha impulsado la creación del Área de Conservación Regional Maijunas, de unas 391,000 ha, aprobada formalmente por el Consejo Regional de Loreto el pasado 4 de febrero. Las comunidades están trabajando con apoyo del Programa de Conservación, Gestión y Uso Sostenible de la Biodiversidad de la Región Loreto (PROCREL) en alianza con el IIAP y la ONG Naturaleza y Cultura Internacional en la gestión del área, con el enfoque de “conservación productiva”, que tan buenos resultados ha dado en el Tahuayo. Con algunas actividades productivas en marcha (manejo y comercialización de aguaje certificado, artesanías, apicultura, turismo) y la recuperación de los recursos pesqueros y de fauna, los Maijuna tienen buenas perspectivas de mejorar su calidad de vida en los próximos años, al tiempo que conservan la megabiodiversidad de sus bosques.

Las cenizas de Peter Jenson fueron esparcidas, siguiendo su última voluntad, desde la copa del árbol más alto en el puente colgante de Sucusari. Estoy seguro que su tunchi, que a decir de algunos guías se pasea por allí, disfrutará en un próximo futuro del retorno a este bosque que tanto amó de los animales que hoy faltan, y que poco a poco están recuperando sus antiguos territorios gracias a los celosos guardianes del ACR, los Maijuna. Una nueva visión se está imponiendo en los actuales dueños de Explorama y se avizoran fructíferas alianzas con los Maijuna, que sin duda beneficiarán tanto al negocio del turismo como a la biodiversidad y a los indígenas que viven de ella.


(*) Biólogo, Investigador del IIAP