lunes, 13 de mayo de 2013

E L A R B O L D E L A S L A G R I M A S D E S AN G R E


Allá en las cabeceras del Alto Psique, un rio pardo, afluente del rio Ucayali, vi un cerro enorme que semejaba el lomo de una tortuga tendida sobre los montes y preguntando a los indios, me contaron que era MANSHAN MANA o el Cerro de la Tortuga.

En el centro de este cerro existe un árbol y besando sus raíces hay un lago y cuando caen sus frutos de este árbol a las aguas del lago, este se tiñe de rojo en toda su extensión instantáneamente de un rojo sangre.

Los indios atribuyen este fenómeno al YUSHIN (demonio) que se embravece al comer estos frutos, tiñendo las aguas del lago con la sangre de sus ojos  diabólicos.

Aseguran que este árbol esta maldito, desde que en sus ramas se ahorco INCA NIMA , un sanguinario y famoso Curaca Shipibo.

Cuentan que hace centenares de años Inca Nima reino sobre las multitudes de indios en MANSHAN MANA, aquí estaban la tribus cunivos, shipibos, setebos, cashivos y coto ahucas.

Inca Nima era soberbio, violento y cruel, sus vasallos le querían porque le temian. No tenía amores y su pasión era la de ensanchar más y más sus dominios y mandar en el mayor número de pueblos.

Decían que era descendiente directo del grande e invencible caudillo indio : Santos Atahualpa.

Un día Inca Nima recibió la noticia de que cerca de Charash Mana, aparecieron unos personajes extraños de grandes barbas blancas y que hablaban una lengua desconocida.

Los ancianos de la tribu aseguraron no haber visto jamás hombres iguales y resolvieron ir a convencerse por si mismos del hecho a espaldas de Inca Nima.

Curin Cushi, del Concejo de Ancianos de Inca Nima se unió a ellos. Se presentó al Curaca y le pidió autorización para explorar rio abajo, en la que decían haber encontrado huellas de los Coto Ahucas, antiguos enemigos de Inca Nima.

Inca Nima, ignorante de todo, ordeno que saliese una expedición de 300 arqueros, 200 lanceros y 100 macaneros a las órdenes de Curin Cuhsi.

En una playa cercana a Charash Mana la expedición de Curin Cushi encontró dos chozas de paja. El Jefe Shipibo ordeno a los guerreros que se a cerquen en son de paz, quienes hicieron rústicos techos de paja  alrededor de las chozas en la que vivían dos ancianos.

Los ancianos llenos de inquietud iban de un lado a otro de la playa, prodigando sonrisas de bondad y los indios bajaban su cabeza a su paso, se sentían atraídos por las miradas de los ancianos.

Entonces , uno de los ancianos extranjeros hablo de una doctrina de amor y felicidad a los indios, en medio de oraciones.

Curin Cushi manda un emisario a Inca Nima pidiendo refuerzos, pretextando una supuesta campaña de sometimiento de los Coto Ahucas, pero el propósito era que todos los indios conocieran y admiraran a estos extranjeros y que oían de sus labios palabras de bien y unión entre los hombres.

Inca Nima, inocente accedió al pedido de su Jefe de máxima confianza, quedando solo con sus familiares y fieles cashivos en Manshan Mana.

Pero, un familiar de Inca Nima se enteró de lo sucedido en forma confidencial y le informo del secreto.

Una gran indignación se apodero de él y con los pocos cashivos que permanecían fieles  a su lado, se dirigió a Manshan Mana, adonde llego al anochecer cuando todos dormían.

Y se dirigió con la macana en alto a la choza del mas anciano de los extranjeros, decidido a matarlo. Cuando sus súbditos lo descubrieron  y gritaron angustiados.

El Curaca le va a asestar el golpe mortal al anciano barbas de nube y cuando ve en sus ojos una confiada bondad que lo desconcierta, baja la macana colérico y ordena que se los lleven presos a los dos extranjeros a Manshan Mana.

Llegando a su campamento cercano al “Cerro de la Tortuga”, Inca Nima hizo conducir allá a los prisioneros, donde mando arrancarles los ojos y ahorcarlos finalmente, en las ramas del árbol embrujado, que el viajero ve a lo lejos sobre el lomo del cerro legendario.

Pasan algunos meses, Inca Nima aguardo en vano el regreso de sus súbditos, que dispersos por ríos y montes, desde los fatales acontecimientos. Nadie volvía.

Día a día se fue quedando solo con sus remordimientos, perseguido en su imaginación por el mirar sereno y dulce de los predicadores (curas) a los que diera muerte tan cruel.

La pena de ver su Imperio destruido lo llevo finalmente a desear la muerte, como una liberación.

Una mañana lluviosa, tomo una canoa y surcando el rio Psique llego a Manshan Mana, anudo a su garganta unas fuertes sogas de tamshi y subiéndose  a lo alto del árbol, desde unas ramas se aventó al vacío.

Allí quedo el cuerpo del más poderoso Curaca de Ucayali, abandonado, dando vueltas y balanceándose.

Y ahora dicen los indios que aquel paraje esta maldito y no hace mucho tiempo llego hasta allí uno de los descendientes del Inca Nima y alzo la vista hacia lo alto del árbol, para ver donde había muerto su poderoso abuelo, quedando al momento ciego.

Desde entonces, nadie ha vuelto a acercarse al Cerro de la Tortuga y el árbol permanece allí, años de años, solitario, llorando sus lágrimas de nube, sus lágrimas blancas.

Alguna vez, estas lágrimas son de sangre y en la imaginación de los indígenas, cada vez que uno de sus frutos se desprende y rueda a las aguas del lago, tiñéndolo de rojo violento, debido sin duda al Yushin, un demonio fantasmal que duerme en sus profundidades- aseguran temerosos los indígenas de esa zona del Ucayali.

Arturo Burga Freitas

miércoles, 8 de mayo de 2013

E L B R U J O P E L A Y O


Este  hombre rehuía las miradas, caminaba sin mirar a nadie. Sus ojos rojos que parecían huayruros daban la sensación de ser los ojos de una chicua, ave de bellísimo plumaje pero de mal agüero. Calzaba sus pies con ojotas confeccionadas con cuero doble de sachavaca. En ese momento alguien grito al reconocerlo.

¡ Escóndanse, es el brujo Pelayo!

Tontos, como si en otros tiempos no me habrían necesitado, son malagradecidos, me avergüenzo de ser uno más de ellos. Yo creo que los animales a quienes denominan irracionales, son mejores y más reconocidos que ellos. Cierto que soy brujo y puedo dialogar con los animales, ellos me narran muchas anécdotas, me piden consejos y también me aconsejan.

Yo tengo un burro que le puse nombre “Municipal” y un día cuando este burro haragán no quería caminar, pues vio amarrada a una mula y quiso salirse del camino, rebuzna que rebuzna, como no me hacía caso, cogí una rama delgada. El burro rebuznaba fuertemente, pero esta vez de dolor y olía a pelo chamuscado. Revise la vara, le pase el dedo y algo me quemo. Era ácido sulfúrico, con razón le quemo las cerdas a mi burrito y tuve que llevarlo rápidamente a un rio cercano. Saque los bultos que cargaba y a él lo arroje al agua.

Luego salió y me grito: ”Me castigaste como lo hizo Dios con las cebras, desde allí que ellas tienen sus vestidos  a rayas”.

-¿ Cómo es eso? A ver cuéntame “Municipal”, no seas malo, le dije intentando disimular la risa que me daba verlo con aquellas pintas negras en su piel blanca.

Antes, en los tiempos de Dios Padre, con la creación de Adán y Eva, los puso en el paraíso. Ellos desobedecieron y comieron el fruto prohibido y Dios los  castigo por su desobediencia. Algo parecido fue lo que sucedió con las cebras hembra y macho. Dios los puso junto a otros animales: roedores, rumiantes, mejor dicho a todos los que nos alimentamos con pastos de la Pradera de la Abundancia.

Dios dijo: ”De todas las variedades de pasto que hay aquí, comeréis, pero habréis de respetar la variedad del raciocinio que se encuentra al pie de aquella colina.

Y en esta oportunidad, no fue la víbora que hizo desobedecer a la cebra, fue el erizo(casha cushillo), que en ese entonces no tenía espinas.

-Cebrita, le dijo: ”Come del pasto prohibido y tendrás uso de razón.

-No puedo, el Señor nos lo prohibió y debemos obedecer.

Pero tanto, insistió el erizo que la convenció. Ella hizo comer a su compañero y de pronto se dieron cuenta que estaban desnudos. Se ocultaron ante la presencia del Creador y fue grande la ira del Divino Hacedor que quemo a los animales, dejándoles como castigo aquellas pintas negras por todo el cuerpo y al erizo le puso espinas en todo el cuerpo, para que nunca se acercara a ningún animal y seguidamente los expulso de la Pradera de la Abundancia.

Bien, seguimos caminando y casi al llegar a una choza en plena selva, en un riachuelo, un animal pedía auxilio y me acerque, era un perezoso agarrado a una rama de cetico seco.

¡ Suéltate! Y nada hasta aquí- le dije.

-No puedo, soy muy lento y el rio me arrastraría y me ahogaría- me contesto.

Y no tuve más remedio que meterme al agua y rescatar al perezoso, le saque a la orilla, me agradeció y comenzamos a dialogar, le narre lo sucedido a mi burro y él me dijo:

-Nosotros en la antigüedad no éramos lentos ni perezosos, esta apariencia nos la dio el Señor en castigo, porque nuestros primeros padres también desobedecieron sus órdenes. Ellos eran muy veloces y gustaban quitarles a los demás animales sus comidas y se daban a la fuga.

Nadie les podía alcanzar.  Los demás animales, enviaron memoriales y presentaron sus quejas ante la máxima autoridad, quien al comprobar esto, les condeno a la vida arborícola e hizo que les nacieran estas garras prensoras, que ahora llevamos.

Un guacamayo desde una rama había escuchado la conversación y les dijo: ¿ Acaso Uds. no saben por qué nosotros y los de nuestra especie tenemos el pico curvo?

-Por entrometido pues, te metes donde no fuiste  invitado, le contesto “Municipal”, con un rebuzno.

-No lo trates así, dejémoslo participar en la conversación, algo nuevo aprenderemos de él.

-Bien hombre, gracias por permitirme unirme a Uds. en su conversación. Fue en los mismos tiempos de Dios Padre, nos contaron nuestros abuelos que nuestros primeros padres poseían hermosos picos largos y puntiagudos. A ellos también les prohibió el Divino Hacedor unos jugosos frutos del Árbol de la Razón. Y nadie se acercaba a este árbol.

El pájaro carpintero les dijo a los dos inocentes primeros padres nuestros que el ya los había comido y que nada le había pasado, al contrario ahora podía razonar perfectamente y ya podía distinguir el bien del mal.

Yo cabeceare duramente una rama y caerán algunos frutos, Uds. podrán comerlos en el suelo, les ofreció el pájaro carpintero. Y el ave cabeceo una pequeña rama y con recelo mis antecesores comenzaron a picotearlos.

Una sorpresa que se llevaron, los frutos no se podían despegar de sus picos, intentaban librarse de ellos sin resultado, mas bien por el peso de los frutos, sus picos que antes eran su orgullo, esta vez, se doblaron hacia abajo quedando como lo tenemos hoy.

Cuando llego Dios, los arrojo para siempre de allí y como castigo nuestros picos quedaron curvos y condeno al pájaro carpintero a vivir golpeando con su pico a los árboles secos.

-Amigos, hablo nuevamente el hombre. Uds. tienen la suerte de ser unidos, no conocen la traición, la desidia, la envidia, la maldad, tampoco son mal agradecidos. Deberían llamarse seres irracionales.

-Ahora les contare mi historia. Soy descendiente de una casta pura de brujos, conozco el remedio a muchos males y también podría hacer maldad, pero, nunca lo hare. Tengo que salir del Caserío de Shimbillo casi huyendo, no de miedo, sino por no convertirles a aquellos chiquillos molestosos en sapos.

-Te odian sin razón en ese poblado-dijo el burro.

-Así es amigo, no tuve la culpa que el Agente Municipal muriera. Fueron a verme cuando ya era demasiado tarde, él fue embrujado, sus restos de comida los junto su propio primo y los llevo donde el lupunero Adolfo. El, para poder hacer su trabajo, puso aquellas sobras de comida en una árbol de lupuna, lo introdujo en el interior del árbol que es hueco solamente en el lugar que forma una especie de barriga, encendió algunas velas y oro allí como si en aquel árbol había enterrado al agente municipal, incluso hasta lloro, luego cerro el hueco abierto con abundante barro.

Luego días después, las gentes veían asombrados como le crecía la barriga al agente.

¿ Qué es lo que le pasa a Hugo? Se preguntaban, buchisapa se está volviendo, parece que estuviera preñado y le llevaron a Lima, intentando encontrar remedio a su mal, no saben que a la brujería de la lupuna no lo cura nadie. Solo yo puedo hacerlo, pero a su tiempo, antes de que el mal avance demasiado. Los médicos le decían que era hidropesía y lo operaron.

Desahuciado lo regresaron, me fueron a ver, para curarle, intente sanarle, ya lo iba logrando, pero el pobre murió pudriéndose a consecuencia de la operación, no le habían puesto ya las ampolletas que le receto el médico.

Es por eso que no tengo la culpa y desde allí me odian, piensan que soy mal brujo.

-Ellos no se acuerdan que curaste a la Ruperta-dijo- el burro “Municipal” muy amargo.

¿ Cómo fue aquello? Pregunto el guacamayo.

-Llego de Pucallpa un jovencito, era trabajador y honrado, tuvo la desgracia de conocer a la chica que les menciono “Municipal”, se enamoró perdidamente de ella, la hembra no le daba importancia, porque era feo, tenía la nariz chueca y achatada, su pelo parecía de sajino y sus piernas parecían alicates y por eso la chica no le hacía caso.

El hombre enamorado, dijo que ella iba a ser suya, aunque no la quisiera. Los hermanos de la chica al enterarse de la amenaza que hacia el galán, le dieron una golpiza.

Una vez que se recuperó, bajo a su pueblo, pero antes le robo a la joven una prenda interior y visito a un brujo. Este hizo un buen amarre. Al pasar los días, la chica se alocaba por ver al “simpático” pretendiente. Cuando el llego, no podía estar ni un momento sin su presencia. Los familiares intentaban hacerla entrar en razón, pero no les hacía caso. Un día escapo de su casa con el enamorado y los hermanos le hicieron regresar. Ella lloraba día y noche. Entonces, su padre llego a consultarme, la trajeron a mi presencia, le tome el pulso y supe la causa de aquel enamoramiento repentino.

Habían unido su ropa interior al del joven con un hilo negro de seda. Una domestica de su padre, recibió veinte soles del enamorado, abrió una almohada de la chica y puso en el interior las prendas que habían sido trabajadas de antemano por mi colega ucayalino, luego cerro la almohada. Esta es la mejor pusanga que existe.

Hable con su padre, fijamos el precio de la curación y en presencia de él, saque de la almohada las dos prendas. Los separe con cuidado, luego las queme en diferentes fogatas hechas con carbón del árbol de guayaba. A las cenizas eche agua bendita, las junte separadamente y arroje la primera en el rio Huallaga, la segunda o sea del hombre la arroje a un  silo, para así separarlos definitivamente.

Y así termino el enamoramiento. La chica avergonzada pedía disculpas a su padre.

Después tuve otro caso: Había una señora, la Peta Chistama , era una viuda, con 4 hijos, el mayor era un vago sin remedio. Su pobre madre tenía que trabajar muy duro lavando ropa ajena para mantenerlo. El solamente vivía durmiendo, pela y huela, como dicen las abuelitas.

Doña Peta lavaba la ropa de Teocho, la viuda se enamoró de el viéndolo trabajador, pepón y buena gente. Es el marido ideal, se decía a si misma, tiene que ser mío, como sea o dejo de llamarme Peta Chistama.

Un dia llego el hombre borracho a recoger sus prendas de vestir, para esto la vieja en una de las ropas interiores de Teocho había encontrado una “sherda”. Seguidamente ella se sacó una” sherda” y unió los dos haciéndoles un nudo y los escondió en el botapie del pantalón de Teocho, que ella lo había descosturado y lo cosió allí para que no cayera este secreto. Y después velo a San Antonio con las fotografías de Teocho y de ella.

Teocho, no sabía porque pensaba tanto en la Peta, la soñaba mucho y llevaba regalos a sus hijos, hasta para su haragán. Y se declaró a ella.

-Teochito, yo te quiero, quizás más que tu, pero como puedes ver, tengo 4 hijos que mantener, es por eso, que no puedo aceptarte.

-Eso, no tiene nada, yo también tengo mi mujer que vive en Saposoa y un hijo de dos años de edad. A tus hijos los voy a querer, trabajaremos los dos, nada nos va a faltar. Bien sabes, que quien compra la vaca compra la ternera.

De esa manera, bien pusangueado, fue a vivir en casa de Peta. Su sueldo ya no le alcanzaba para enviar a su esposa en Saposoa. Casi a los 5 meses, llego está a ver que era lo que pasaba. Y se dio con la sorpresa de encontrar a su esposo con otra mujer, con 4 entenados y lo peor, la Peta estaba en estado de 3 meses y fue a hablar con él.

-Mira, Lucha, no sé como es que deje de quererte, la verdad, es que ya no siento nada por ti. Espero que me sepas perdonar, a quien amo es a Peta Chistama.

-Si es que no me quieres, no me importa, pero al menos debes acordarte de esta criatura que llevo en brazos, es sangre de tu sangre y no estar adulando a los vagos que tienes por entenados.

-Compréndeme, Lucha, lo que gano no me alcanza para nada, ya te enviare algo el próximo mes.

-Ahora es cuando me vas a dar mi pasaje de ida y vuelta a mi tierra, porque me prestaron para venir a verte y además la pensión de tu hijo.

-Hoy no puedo, no tengo dinero.

-En el Juzgado arreglaremos, ya lo veras desgraciado. Y al llegar al Juzgado, le conto todo al Juez y este le dijo: Señora, cuanto siento lo que está pasando, pero la gente comenta este caso, dicen que ella atrapo a tu esposo con cochinadas. Antes que le demandes, te voy a dar un consejo. Visita al brujo Pelayo, de repente el soluciona tu problema.

Y la señora Lucha me visito y le prepare un antídoto contra las cochinadas que le hizo doña Petra a su esposo.

-Esto tiene que hacerle beber señora, además, debes de alguna manera quemar separadamente las “sherdas”(vellos púbicos) que escondió en el botapie del pantalón de su esposo, esa mala mujer.

Y con el pretexto de arreglar su problema, ella le cito en un bar, allí en un descuido echo en el vaso de su esposo el remedio. Y en menos de tres días el hombre fue a buscarla para pedirle perdón.

Ella le comento lo que esa mujer le había hecho para que se olvidara por completo de ella y para mayor constancia le descosturo el botapie del pantalón y comprobaron sorprendidos que todo era cierto. Desde allí, me tenían  mucho respeto en el pueblo.

Quien llego a odiarme era Doña Peta, que juró vengarse de mí. Lo que después hizo ella, fue tomar el caldo de semilla de palta con ruda para abortar, seguidamente tomo 3 pastillas de mejoral y viendo que no le hacía efecto, fue donde el sanitario Chumbiaica, especialista en bajadas de motor.

A la semana siguiente, la mujer se moría víctima de una fuerte infección. Me llamaron demasiado tarde y nada pude hacer para salvarle la vida. Hoy todo el pueblo me odia porque dicen que yo la mate, Eso no es nada, su hijo el vago, para vengarse según el de la muerte de su madre.

Un día aprovechando que yo no estaba, el vago saco de mi alforja, mi pretina con mis iniciales y un cuchillo filudo que siempre hacia andar y no me di cuenta de nada.

Al día siguiente encontraron en el camino, muerta a la “Sholeca” Barrientos, amarrada las manos con mi pretina y el cuchillo a un costado de la finada y me culparon del crimen. Vino una patrulla de guardias a llevarme y me encerraron en un cuartucho pestilente. Esa noche me palearon para hacerme declarar y me dejaron tirado en el suelo todo adolorido.

Yo juraba que me vengaría y cuando juro no lo hago en vano. En sueños visite al vago, le asuste, dándole pesadillas.

Y al día siguiente, el vago fue a tocar la puerta al Sargento Machaguay Chupa Chupa, le decían así porque todos los días estaba borracho.

-Sargento, vengo a entregarme, yo mate a la “Sholeca”, suelten al brujo Pelayo, es inocente. Quise que le culparan para vengarme por lo que le hizo a mi madre.

Y los guardias me pidieron disculpas. Y les dije, lo que Uds. me hicieron no va a quedar así, abusivos. Les voy a hacer hinchar las barrigas, a sus talegas también les voy a hacer hinchar, chanchos capones van a quedar.

-Por favor, don Pelayito, no nos hagas daño, me rogaban. Y un día, todos ellos fueron a mi casa, llevándome de regalo un par de “cuchinillos”(chanchitos), uno era verraco y la otra hembrita.

Y como ya me había pasado la cólera les perdone a todos.

 

Carlos Velásquez Sánchez

martes, 7 de mayo de 2013

LA CARACHAMA


La Carachama, es un pez que vive en los ríos de nuestra selva, alojado en las “cochas” o partes pantanosas pegadas a la orilla.

Este animal se caracteriza básicamente por dos cosas : su extraordinario valor nutritivo (alta concentración de fósforo) y su aspecto tenebroso a primera vista. Sin dimensionar éste último punto, éste pez es parecido a los de la era de los dinosaurios, claro, en menor tamaño.

Posee un color gris oscuro, casi negro, con gruesas escamas como una armadura medieval, ojos negros y hundidos, cabeza achatada y triangular.

 

Carlos Velásquez Sánchez

MACO QUIERE SER MITAYERO


El Caserío se iba despertando con los cantos de los gallos, los peones y ayudantes llegaban silbando o cantando, eran ya las 6 de la mañana y la casa se iba llenando, la gente entraba y salía.

En la sala estaban controlando las cosas como cartuchos, fariña, medicinas, etc. En la cocina, los demás ayudantes desayunaban entre bromas y risas, pues, era la despedida de los mitayeros que iban a internarse en la espesura de la selva por unas semanas con el fin de cazar y traer rancho para la Fiesta Patronal de San Pedro y San Pablo, Patronos del Caserío.

Esta fiesta era famosa en toda la zona y se celebraba en el mes de Junio durante una semana. Esta fiesta hermanaba a los pueblos vecinos y se llevaban a cabo diferentes actividades : los niños formaban coros para celebrar las misas, los adultos se encargaban de preparar las bebidas y las señoras hacían rosquillas de almidón de yuca, las que se servían a medianoche acompañadas de una humeante taza de café.

De pronto, entraba un pequeño intruso, abriéndose a empujones, era Agustín, mi amigo y el hijo de don Rider, uno de los montaraces, ingresaba llevando una enorme mochila a cuestas y un remo en la mano y le pregunte:

-Aguchin ¿ Vas a ir tú también?

-Si, respondió-vamos cho, lindo es. Allá vamos a comer carne del monte hasta hartarnos.

-¿ Ir al monte? Tú estás loco.

-No seas zonzo, vamos o ¿ Es que tienes miedo?

Me quedé estupefacto ante su propuesta. Tiene que estar loco, me dije, pero, luego, el énfasis de sus últimas palabras impactaron profundamente en mi ser, hiriendo mi ego.

Si embargo, me lleno de temor al recordar los cuentos y leyendas que narra el Mañanero sobre los montaraces.

-Asi contaba el Mañanero , una de las leyendas.

Cuando un montaraz se interna en los montes vírgenes observa las chacras que hace el “supay” (diablo) en plena selva. Estas “supay”chacras son pedazos de monte donde crecen arboles muy extraños llenos de rugosidades y una especie de moho verdoso cubre gran parte de su tallo.

En el suelo crece un tipo de pajilla que solo se puede ver en esos lugares, aparte de esas hierbas, todo se mantiene limpio como si lo barrieran todos los días y ni las hojarascas caen dentro de la chacra.

Cuando el montaraz se encuentra con una de esas chacras, da un rodeo, por temor a despertar al Chullachaqui, quien le molestaría todo el tiempo que durase su estancia en el monte.

A veces cuando los montaraces están en su chapana, aparece este diablillo en el momento menos pensado transformada en la presa deseada y el montaraz dispara su escopeta, pero, en vano. Y eso no es nada, otras veces este endemoniado ser va más lejos. Cuando yo era muchacho,  escuchaba contar a mi abuelito que a su hermano le había robado el chullachaqui y lo dejo muerto en un renacal.

Primero le había hecho errar el camino de regreso al campamento y el hombre todo desesperado, después de varios intentos por encontrar la trocha, empezó a correr de un lado a otro abandonando su escopeta, cuando ya no pudo más y sus fuerzas se agotaron, se le apareció el chullachaqui, quien a rastras le llevo al renacal.

Allí busco el árbol más grueso con raíces muy estrechas como celdas y lo metió entre ellas, dejándolo sin vida. Después de tres días de intensa búsqueda lo encontraron, pero ya su cuerpo estaba horrible, con profundas heridas, por las que se asomaban cientos de gusanos y ya apestaba.

No le podían sacar, pues las raíces estorbaban. Además, nadie se animaba a tocar siquiera el árbol, peor  querer cortar sus raíces. Tenían miedo a que se apareciera el Shapshico o que la madre del renaco los embrujara.

Sin embargo, tenían que sacar al cadáver como sea y encomendándose a Dios para que no les sucediera nada, cortaron las raíces y así recién pudieron sacar el cuerpo.

El recuerdo de esta leyenda frenaba mis impulsos, sin embargo, mi ego pudo superar el miedo.

Entonces me dije: Si Aguchin va ¿Porque yo no puedo ir?

El no e diferente a mí, aunque en edad me gana y muy resuelto me dirigí a mi padre y le dije: Papi, quiero decirte algo.

-¿Que es Maquito, habla nomas?

-Esteeee…yo, también quiero ir al monte, papi…¿ Me das permiso?

-¿ Al monte? ¿Qué vas a hacer allí? Te come el tigre y nadie te salva. No hijito, no puedo mandarte, el monte es muy peligroso, además, solo servirías para estorbo en el camino.

Mira que allá, no vas a estar pidiendo comida a la hora que te de la gana. Al monte se va a sufrir. Allá solo van las personas mayores que saben caminar en plena montaña, porque en ella no hay caminos, solo se orientan con algunas señales que hacen en los troncos o cuando van quebrando ramitas.

Ellos saben los peligros a que se enfrentan, entre la espesura se encuentran víboras, alacranes, arañas y muchos peligros más. No hijo, vete nomas a jugar pelota y no estés pensando en cojudeces.

-¿ Y como Aguchin va a ir? Él me ha dicho que el monte es lindo.

-Así que él te ha metido esa idea en la cabeza. Este Agustín, carajo. El ira con su padre y siempre anda con él. Además él ya sabe cuidarse solo, a él le lleva su padre para que se quede en el campamento.

-Pero, alguna vez, tiene que ser la primera y que sea este pues, papi.

-No hijo, no insistas, es por demás. No te voy a mandar. Quítate esa idea loca de la cabeza y olvídate.

Con esa negativa, quede desarmado. Mis sueños estaban hecho pedazos. La ilusión de conocer por mí mismo la vida en el centro de la selva, donde me imaginaba mil aventuras y misterios por doquier cazando animales y enfrentándome al otorongo se me vinieron por los suelos. Y no me quedaba más remedio que obedecer a mi padre y llorar.

 

Carlos Velásquez Sánchez

OMNIPRESENTES HORMIGAS (II)

Escribe: José Álvarez Alonso (*)

Algunos turistas despistados se quejan de que en la selva amazónica apenas se ven animales. La verdad es que están ahí, lo que pasa que la mayoría son pequeños y poco visibles (especialmente insectos, pero también anfibios, reptiles y otros vertebrados pequeños, muchos de ellos nocturnos). Decíamos en un artículo anterior que las hormigas, junto con los otros insectos sociales (termitas, avispas y abejas) representan entre el 75 y el 80% de la biomasa animal de la selva, superando a todos los mamíferos, aves, reptiles y anfibios juntos, y que se calcula que pueden llegar hasta representar hasta el 30% de la biomasa animal. Una hectárea de bosque amazónico puede albergar hasta siete millones de hormigas.

Habiendo hablado ya del diminuto ‘pucacuro’, hoy hablaremos del “sitaracuy” y del “ichichimi”,dos hormigas de mediano tamaño y bastante más conspicuas. Los poderosos ejércitos de hormigas soldado, el popular sitaracuyde los amazónicos (Ecyton buchelli), son uno de los espectáculos más impresionantes de la selva. He visto centenares de veces estas procesiones predadoras, y nunca dejan de fascinarme, no sólo por las aves que les siguen, profesionales aprovechadores de los insectos que levantan en sus correrías, sino por las escenas de pánico generalizado que provocan entre los diminutos habitantes del suelo del bosque y de los arbustos bajos: insectos, arañas, lagartijas, escorpiones, ranas, y hasta pequeños roedores a veces salen despavoridos conforme llegan las avanzadas de soldados rebuscando hasta el último resquicio por entre la hojarasca, los troncos y el follaje.

Se dice que son capaces de matar animales regularmente grandes si los encuentran indefensos (por ejemplo, crías de aves en su nido, o crías de otros animales terrestres de pocos días de nacidos). Las temibles avispas no son nada para ellas, y atacan sus voluminosos “cacerones”en busca de las tiernas larvas ante la impotente mirada de los adultos.

Muchas veces he sentido la dolorosa mordida de los soldados sitaracuy, provistos de impresionantes mandíbulas, por descuidarme observando absorto el espectáculo. Pero una vez en particular los disfruté plenamente y por todo mi cuerpo. Fue en una zona cercana a la frontera con Brasil, como a unos 30 km. al este de Contamana, en la llamada Sierra del Divisor. Yo iba con mi equipo de observar aves por una antigua vial de madereros (ilegales, para variar), y como el suelo era parejo me distraje mirando a una bandada de aves que se desplazaba por el dosel. En un punto me paré para mirar con los binoculares, sin percatarme de que el suelo estaba ocupado.

Luego de unos momentos comencé a sentir por debajo de los pantalones las mordidas, y cuando miré al suelo vi horrorizado que estaba en medio de una densa columna de sitaracuys. Me habían subido como un centenar, la mayoría por encima de la ropa (por eso no las sentí al principio), pero como una decena ya estaba circulando por debajo de los pantalones y comenzaban a meterse por las mangas y el cuello de la camisa. Tuve que desvestirme, ahí mismo en medio de la trocha y de las picaduras, para evitar mayores daños. Felizmente estaba solo, y pude limpiar de los valerosos soldados‘sitaracuy’ mi vestimenta antes de volver a ponérmela.

Los piratas ichichimis

El ‘ichichimi’ o ‘ichishimi’ es una hormiga curiosa: es bastante rara en muchas zonas (de hecho suele estar ausente de las zonas de bosque secundario, chacras y pueblos), pero abunda en algunas zonas de bosque primario, por alguna razón que no puedo comprender hasta ahora. Es una hormiga ciertamente inofensiva, no muerde fuerte y no tiene veneno aparente, pero se convierten en un fastidio por su manía de meterse en todas partes, desde la ropa hasta la comida (su significado en Kichwa-Alama, literalmente“boca sucia”, parece hacer alusión a esa manía).

En cierta ocasión estaba viajando con mi hermano Jesús, y los indígenas Alfonso Isampa y Enrique Maynas por el río Tangarana, afluente del Pucacuro, para preparar la propuesta de creación de la hoy Reserva Nacional Pucacuro. En una parte del río, en cualquier sitio donde atracábamos veíamos a las pocas horas el bote invadido indefectiblemente por el fastidioso ichichimi. Lo curioso es que ni más arriba ni más abajo tuvimos ese problema. Atracamos un día en un varadero con el objeto de meter la canoa en una cocha, para realizar estudios de fauna y para pescar algo para el rancho. Recuerdo que era una cocha bellísima, prácticamente virgen, porque observé lo que nunca había visto en mi vida: varias charapas soleándose en media cocha, asomando apenas la parte superior de su casco la punta de su cabecita por encima del agua, mientras un enorme cardumen de curuharas se asoleaba en medio de la cocha.

Previendo el problema del ichichimi invadiendo en nuestro bote, decidimos anclarlo sin topar para nada la orilla, y así impedir el acceso de las invasoras. De modo que cortamos un buen palo, lo clavamos en el agua cerca de la orilla, y le amarramos el bote. Luego de verificar que ninguna parte del bote tocaba en la orilla, nos fuimos hasta la cocha. Luego de varias horas, cuando volvimos al bote, lo encontramos… lleno hasta el moño de ichichimi. Todas nuestras ropas, equipaje, trastos de cocina, comida, todo estaba cubierto de miles y miles de hormigas. Luego de investigar un poco descubrimos por donde habían pasado: había una delgadísima soga, de esas que llaman “itininga”, que colgaba desde la copa de un árbol y apenas topaba el techo del bote. Las benditas hormigas habían hallado este puente inopinado y enfilado sus ejércitos hacia nuestro inerme vehículo, probablemente atraídas por el olor de la comida y las sales minerales que impregnaban nuestros objetos (ciertas sales son muy escasas en la selva virgen, y los insectos las buscan con ahínco).

Como dormíamos en nuestras hamacas en el bote (cubierto con techo de ‘pamacari’), era obvio que lo podíamos convivir con similares vecinos. Así que nos pasamos más de una hora tratando de sacar a las hormigas, tarea bastante difícil, porque se comprenderá que tenían sus propios planes y se mostraban bastante reacias a abandonar el botín.

Por supuesto que automáticamente bautizamos a la cocha sin nombre con el nombre de… Ichichimi.Espero que cuando hagan un mapeo detallado de la reserva conserve este nombre, Alfonso Isampa se comprometió a difundirlo entre sus compadres.