domingo, 12 de abril de 2015

LA MATINTA PERERA ( LA LECHUZA )

Una pareja tenía un negocio donde se abastecían los recolectores de castañas y madereros. Cierto día un hombre recién llegado al pueblo, que se ganaba la vida tallando figuras de animales en madera, vino a la tienda con una coruja pichoncita.
Al verla uno de los niños de la pareja se encariñó tanto que la quería tener. El hombre les dijo que no deseaba separarse del animal pues era regalo de unos madereros amigos. Pero el niño insistió de tal modo que él se la dio con la condición de que le permitieran visitar al pájaro.
Una de las criadas apenas vio llegar la coruja se santiguó. “Ese animal es un Matinta-Perera”, les dijo a sus patrones, “ese pájaro deja que un brujo o alguien por el estilo se meta en su cuerpo, y vuela por las noches para molestar y hacerle daño a la gente”. “Esas son creencias de índios” dijo la dueña de la casa y llevó la coruja a vivir junto a la jaula de los otros pájaros en el patio. Allí, el ave era feliz alimentada con sobras de carne y comía pan con leche que le traía el tallador, quien laboraba en su taller hasta la madrugada.
Poco después, como lo había temido la criada, la gente del pueblo comenzó a escuchar aletazos y unos silbidos agudos que no dejaban dormir e inquietaban a los animales.
Lo que fuera, se transformaba en pájaro, y volaba en la oscuridad después de la medianoche para desaparecer antes de que las gentes le gritaran: “Compadre venga a tomar café mañana bien temprano”, las palabras claves para obligar al pájaro a tornarse otra vez en la persona que venía a pedir café al otro día en la casa del ofendido.
Sin embargo, cada vez que salían a conjurarlo, el Matinta-Perera ya había desaparecido.
La criada se acecó donde el dueño de casa y le dijo: “Mire señor, por allá en el caserío donde vivíamos mi madre y yo en el río Tocantins, había una coruja como ésta que se convertía en un Matinta-Perera todas las noches y se descubrió que era uno de la misma comunidad”.
Entonces el hombre dijo: “Mira a ver si tú puedes averiguar alguna cosa y contarme qué pasa ”.
Ella obedeció y al escuchar los silbidos del Matinta-Perera bien cerca, fue con una linterna y alumbró al lado de la pajarera pero la coruja no estaba allí. A la mañana siguiente (mientras el pájaro tomaba leche con pan en la tacita), la criada fue a contarle al patrón y a repetirle que la coruja era un Matinta-Perera.
El dueño de la tienda decidió atisbar él mismo y se quedó una noche afuera de la casa escondido detrás de un árbol de caucho. Pasada la medianoche, escuchó los primeros silbidos saliendo de la casa del tallador y comenzó a gritar: “Compadre venga a tomar café mañana bien temprano, Compadre venga a tomar café mañana bien temprano”. Y regresó corriendo a su casa, alumbró el patio y, otra vez, la coruja no estaba. Al día siguiente, el que tallaba los animales en madera se presentó avergonzado en la tienda a rogar que lo invitaran a una taza de café pero prometió nunca más molestar a nadie.
Coruja: en portugués, lechuza
Matinta Perera: significa que las personas y chamanes se pueden convertir en animales. Otras versiones de este mito, escuchado en muchos pueblos de la frontera con el Brasil amazónico, muestran al Matinta-Perera como una mujer vieja aficionada a mascar tabaco, que vuela por las noches. En dichos casos, se revela su identidad gritándole que venga por tabaco al día siguiente.



LA HUAYRAMAMA ( MADRE DE LOS VIENTOS )

Hay muchas cosas que se están perdiendo para siempre y quizás ya nunca más puedan repetirse y quizás esos conocimientos ya nadie vuelva a tenerlos.
Esta es la historia de don Emilio Shuña, en un pueblito a orillas del río Ucayali. Los que llegaron a conocerlo en vida, decían que tuvo grandes poderes que heredó de sus abuelos curanderos famosos en el alto Ucayali. Ellos le habían enseñado a usar las fuerzas de los ríos y la tierra pero tuvo que pasar muchos ayunos de yacutoé y ayahuasca. Pero Don Emilio quería conocer más y se propuso controlar las fuerzas del espacio. Entonces las mismas plantas le aconsejaron que tome un preparado del huayracaspi rojo, el árbol madre de la Huayramama, es decir la madre de los vientos.
Después de ayunar nueve días, tomando su huayracaspi, una madrugada llegó el viento cabalgando sobre una gran boa. Tenía el rostro de una mujer joven de dorados cabellos largos que se perdían en las nubes. Ella se posó en el techo de la casa donde Emilio estaba ayunando y le dijo: “Bueno, hombre, aquí estoy ¿qué es lo que tú quieres de mí?” Don Emilio le dijo: “Quiero mandar sobre el viento y la lluvia y cualquier cosa que exista allá arriba”.
“¿Para qué quieres eso?” preguntó la mujer
“Para ayudar a mi pueblo”, contestó don Emilio.
“¿No lo quieres para usarlo contra tus enemigos?” volvió a preguntar la mujer y le dijo: “al contestarme mírame a los ojos”. Emilio mirando a los ojos de la mujer, dijo: “La verdad es que no lo quiero para mí, sino para ayudar a mi pueblo”. La huayramama viendo la sinceridad en los ojos de Emilio, le dijo: “Te daré los poderes con la condición de que ayunes por cuarenta y cinco días más”.
 Después de una pausa, le advirtió “Pero cuídate de mis hijos, malos vientos que andan por ahí haciéndole daño a la gente”. Y se fue, cabalgando en la gran serpiente hasta perderse entre las nubes. Luego de ayunar lo convenido, con los poderes que le dio la huayramama, Don Emilio tuvo fuerza para dirigir el viento y las lluvias, y con esos poderes curaba a quienes venían desde lejos a buscarlo.
Lo visitaban gentes a punto de morirse porque les había soplado un mal viento, los que perdían sus cosechas, mujeres atormentadas por las borrascas, o simplemente pescadores que no cogían nada porque los ríos estaban crecidos. Él ayudaba a todos, sin pedir nada a cambio, porque para eso les dan los grandes poderes, no para aprovecharse, sino para ayudar.
Sin embargo, la prueba de poder más grande para Don Emilio ocurrió cuando los malos vientos se ensañaron con uno de los pueblos.
Fueron tan fuertes los vientos, que las vaquitas, chanchos y hasta unos niños volaron en el espacio, ante la mirada aterrorizada de los pobladores que se aferraban a cualquier cosa para no salir volando. Don Emilio fue llamado de emergencia y tuvo que ayunar por varios días debajo de unas palmas de chonta, cantando bajito los icaros que la huayramama le había enseñado. Sentado allí, sólo bebiendo el agua preparada del huayracaspi y soplando humo de tabaco, aplacó a los hijos malos de la Huayramama y los mandó a vivir bajo las raíces de los árboles.
Desde ese día, los malos vientos estuvieron planeando la manera de vengarse, matándolo. Pero, al enterarse, don Emilio se defendió y los castigó llevándolos a unos árboles llenos de hormigas. Los malos vientos pidieron perdón y prometieron que nunca más harían daño a la gente. Sin embargo, a veces, no cumplen su promesa.
De vez en cuando, la Huayramama visitaba a don Emilio y le ponía su mano en la cabeza para afinarle la fuerza. El hombre llegó a tener tanto poder que en la época de lluvias, los muchachos iban a pedirle: “Don Emilio, no deje que nos llueva hoy. Queremos jugar fútbol esta tarde”. Entonces llamaba a su mujer y le decía: “Elena, tráeme los cigarros mapachos”, y se iba donde las palmas a soplar humo y a cantar las cosas que le había enseñado la Huayramama.
Pero una mañana, Don Emilio amaneció muerto. Unos le echaron la culpa a unos brujos envidiosos, enemigos suyos que vivían al otro lado del río. Otros decían que era cosa de los malos vientos. Lo cierto es que los del pueblo y de la selva lo lloraron.
Tuvieron que esperarse varios días para enterrarlo, porque Don Emilio les tenía pedido que lo pusieran bajo las raíces de un huayracaspi rojo selva adentro. “Quiero que me entierren allá, porque ese árbol es mi madre”, había dicho. Pero cuando lo pusieron debajo del árbol, llegó primero una brisa fresca y después un fuerte viento que elevó a don Emilio hacia el espacio y lo hizo desaparecer entre las nubes donde, según dicen viejas leyendas, vive la Huayramama.


viernes, 3 de abril de 2015

EL PAUCAR

Cuentan que en un pueblo de la selva hubo un niño que siempre usaba pantalón negro y chaqueta amarilla. Además tenía demasiada suelta la lengua, pues a la menor noticia que oía la difundía inmediatamente a los cuatro vientos y en un abrir y cerrar de ojos ya lo sabía la población entera. Más aún, solía burlarse de las flaquezas del prójimo, razón por la cual se hizo mal querer del pueblo, quien no veía la hora de castigarle y corregirle ese defecto.
En una de estas ocasiones el muchacho contó que una vecina anciana Mama Llicu era runa mula y que los viernes por la noche volaba montada en una escoba, noticia que en el acto llegó a oídos de la anciana; y como ésta era una gran hechicera, decidió inmediatamente aplicar un severo castigo al incorregible niño.
Preparando una pócima en un dulce que dio de comer al muchacho, no bien lo había probado, al instante le crecieron plumas y pico, convertido en un ave de color negro y amarillo -que eran los colores de de sus vestidos-, y le llamó Paucar.
Pensaba que, con eso era suficientes para corregirlo y no siga difundiendo chismes.
Sin embargo, el muchacho, aún convertido en un ave, no se enmendó de su defecto y continúa difundiendo noticias a través de su reconocido canto. Por eso es que continuamente oímos decir que cuando canta el paucar es buen augurio, pues está anunciando la llegada de cartas, telegramas, visitas y buenas noticias.
El paucar es muy inteligente; imita con perfección los cantos y llamados de los campesinos y de algunos animales, en especial, el cacareo de las gallinas. Por eso los indígenas dan de comer a sus hijos el cerebro bien caliente de este animal, con el objeto de que sean inteligentes y aprendan pronto las cosas que les enseñan.
Sin embargo, cuentan que esta ave siempre tiene presente el castigo que le impuso el hada y por eso construye su nido en los árboles más altos, junto a caserones de avispas, para su defensa.