jueves, 30 de marzo de 2017

COTO BOA


                           ( Armando Ayarza Uyaco )
Tenía dos enormes cabezas que se movían buscando algo, serpenteaba con agilidad entre las ramas de los arboles.
La primera cabeza se arrastraba sigilosamente a ras del suelo y la segunda cabeza se movia entre las copas de los arboles.
Cantaban imitando al cotomono, brillaba su piel entre las hojas, buscaba algo, seguramente a nosotros que estábamos bien escondidos.
A las 4.00 a.m. mientras dormíamos en una playa del rio Yurapaga, sonó su ruidoso canto.
Ahí está el cotomono, prepara la escopeta que vamos a darnos un banquete en el desayuno” dijo mi padre.
Cogi cuatro cartuchos y los metí en mi bolsillo, asegurándome de que el arma estuviese apta para el ataque al cotomono.
Debe estar a la vuelta del rio, le balearemos, ten lista la escopeta, me dijo mi padre.
El mijano de boquichicos bajaba surcando por el rio Yanapaga, no le hicimos caso, pues hacia unos días había bajado el mijano de Yanaqui y estábamos hartos de comer pescado.
Mejor estaba el cotomono que rompía con su canto, la madrugada silenciosa y quieta.
No, no era un cotomono, la maldita boa con su canto de mono, nos había tendido una trampa.
Calladito y sin respiración, mi padre me dijo que hacía tiempo los antiguos le dijeron que cuando vaya a montear, a cazar, se cuide del canto de la coto-boa, porque tiene igual canto que el cotomono, pero que no le había dado importancia por creer que solo era un invento de los antiguos para que los jóvenes no se arriesguen monte adentro.
Con su canto te hace creer  que es cotomono, para que te atraiga y te coma a su antojo.
Porque mientras una cabeza canta arriba entre las ramas como un verdadero cotomono, la otra cabeza te esta esperando abajo.
Y cuando estas buscándole entre las ramas de los arboles, la otra cabeza: ¡cuan! te enrosca, te aprieta y te come sin que te des cuenta.
Menos mal que la chicua pasó volando y cantando dos veces bien cerquita a nosotros, por nuestro delante pasó y mi compadre dijo: No debemos apresurarnos, algo malo nos va a pasar, ya que la chicua nos estaba alertando del peligro.
Por eso, poco a poco, sin hacer ruido, casi sin respirar, avanzamos hacia el cotomono, cuando estábamos cerca, nos colocamos detrás de una árbol de remocaspi y vimos  a unos 50 mtrs. un renacal y de ahí venia su canto.
La coto-boa cuya piel brillaba entre las ramas del renaco, nos estaba esperando la maldita, nos había olido a kms. ahora nos tenía cerca por eso se retorcía, por eso se alocaba buscándonos.
Mi padre no espero nada, le apunto a la cabeza de abajo y su tiro retumbo el bosque e hizo estremecer a la tierra y a los arboles. La tierra comenzó a temblar.
-No tengas miedo, dame otro cartucho, le entregue todos los cartuchos e inmediatamente sonó un disparo certero que hizo tronar al bosque.
Otro disparo y sangrando, retorciéndose de dolor, la coto-boa bajo raudamente y desapareció en medio de la cocha que se encontraba a poca distancia.
-No creas que me mataste Evaristo Nanantai Wayampiak, me demostraste que eres un buen cazador, buen montaraz, no por gusto tienes varias mujeres en tu poder, pero te advierto que me convertiré en murciélago y no solo te atacare a ti, sino a todos tus hijos, por haberme baleado- le dijo en sueños a mi padre la coto-boa.
Como siempre mi padre, gran guerrero y cazador descendiente de los reducidores de cabezas, no le hizo caso, no le dio importancia a sus sueños de amenazas.
Mis dos hermanos menores, al año murieron de rabia, mordidos por murciélagos en las playas del rio Apaga.
Mi madre, por la pena y el dolor también murió con ellos.

 

miércoles, 29 de marzo de 2017

TRUENO COCHA


( ARMANDO AYARZA UYACO )
Sentí un fuerte golpe en la cabeza que me hizo perder el conocimiento por unos segundos, que caí cerca de un árbol shimbillo.
Mientras descendía recordé a mi padre que me decía: “Cuidado te vayas a distraer en esa cocha, porque allí vive el lagarto negro, la sachamama, la coto-boa, el yanapuma, el shushupe y el chullachaqui.
Si entras a Truenos Cocha, tienes que ser bien precavido, buen cazador, bien macho. Ahí no entra cualquiera”.
El cielo de Trueno Cocha estaba bien limpio, ninguna nube negra, ni una nube blanca.
El fondo de las aguas era tan azul que se veía hasta los paiches que pasaban por debajo de la canoa.
Sentí que mi cuerpo se estrellaba  contra el agua y la tierra, ya que el fondo de la cocha estaba a la altura de mi rodilla, que amortiguó mi caída.
Entonces escuché un agudo silbido que buscaba ensordecerme. Este silbido sonaba como a 10 mtrs. , me quedé quieto fingiendo estar muerto y vi como se acercaba levantando su cabeza y sacaba su lengua negra y lo metía sin cesar.
Se acercó como a medio metro, yo no tenía fuerzas para nada, solo atinaba a hacerme el muerto.
Aguantaba la respiración lo que más podía, no hacía ningún movimiento.
En realidad era una cría de boa negra, medía como 5 mtrs. de largo, su piel negra brillaba a ras de la cocha.
Me lanzó una bola de agua, mientras saboreaba los ricos shimbillos. ¡Que tal puntería tenía esta boa! Seguro que me confundió con un cotomono.
Nadie quiere entrar a Trueno Cocha, porque sus aguas son misteriosas, todos dicen que tiene “madre” que es una inmensa boa que vive en el centro mismo de la cocha.
Cuidadito vayas a balear a los cotomonos que se balancean en las palmeras.
Ahí no se usa la retrocarga, no se dispara, porque si baleas, el cielo empieza a oscurecerse de la nada.
Si has disparado en Trueno Cocha, no sales de la cocha y nunca más te encuentran.
Por eso no traje mi retrocarga, la cría de la boa negra, se preparaba para devorarme, de `pronto empezó a alejarse poco a poco.
Se detuvo a unos 30 mtrs. y mirando hacia el centro del lago empezó a silbar y a los pocos minutos la tierra empezó a temblar, las aguas a estremecerse, las olas se levantaban y llegaban hasta la tahuampa.
Esa maldita boa estaba llamando a su madre, así que poco a poco empecé a deslizarme hacia el hueco de un tronco caído.
Justo entraba mi cuerpo y me acurruqué con cuidado, me tapé con hojas anchas de bijao que las había cogido a mi paso hacia el tronco.
A los pocos minutos que termine de camuflarme, vi que una inmensa boa salía de la cocha para para dirigirse hacia el árbol de shimbillo.
La cría zigzagueante le señalaba con la cabeza el lugar donde yo había caído.
Desesperada le indicaba insistentemente el lugar.
El monstruoso animal se deslizó de un lado hacia otro, pero su presa no estaba.
De pronto la inmensa boa negra ¡zás! la cogió del cuello, la sacudió fuertemente, con rabia, la estrujó y empezó a tragarla poco a poco, mientras se perdía en las profundidades del lago “Trueno Cocha”.


domingo, 19 de marzo de 2017

PARAISO TERRENAL



Los habitantes del Pacaya – Samiria son ahora los tupi-guaraní, los kukama kukamiria descendientes remotos, primitivos, atrasados y abandonados por Dios de nuestros primeros padres.
Viven allí desde hace siglos, peleándose entre ellos y peleando con otros pueblos, también descendientes de Adán y Eva, que habitan en otras cuencas y ríos del universo amazónico.
Es invierno, uno de los más largos y lluviosos de todas las últimas cien lunas.
El bosque está inundado y la gran maloca tupi –guaraní se ha librado con las justas del agua que ha llegado a lamer el techo que toca el suelo.
Nadie ha salido de caza, los peces desorientados en la tahuampa ha penetrado la maloca.
Los niños pican esos peces con sus flechas y los están asando en el carbón de la “tullpa” y en el centro de la choza sentados en el piso sobre esterillas tejidas de palma y cerca del fuego los hombres conversan animadamente, ríen, están hablando sobre la cacería y contando historias.
Los kukama kukamiria igual que sus padres los tupi guaraní creen que el Pacaya Samiria es el Axis Mundi.
Alli los dioses tupi crearon los ríos, los cielos y las estrellas, el sol y la luna.
Crearon también las plantas y los arboles del bosque como la caoba, cedro, tornillo,lupuna,renaco,aguaje,leche  huayo,  charichuelo, ubos, huacapu, espintana, capirona y la shiringa.
También las plantas sagradas como el ayahuasca,, chacruna, oje, chiricsanango, chuchuhuasha y toe.
Los dioses tupi-guaraní con sus manos formaron  y le dieron aliento de vida a los seres que ahora todavía habitan el bosque amazónico: mamíferos, reptiles, aves y peces.
Al tigre otorongo, sachavaca, venado, majaz, añuje, carachupa,sajino, huanganas,manco, monos como la maquisapa, cotomono huapo colorado y negro, mono choro, shosna, leoncito, frailecito y el tocón; reptiles como la charapa, cupiso, taricaya, mata mata, motelo, anaconda, shushupe, jergón, loro machaco, afaninga, yacu jergón; aves como el loro, guacamayo, pihuichos, paujil, pucacunga, pava,, perdiz, panguana, martin pescador, trompetero, tucán, chirricles,paucar, manacaraco, sachapato, y peces como el paiche, gamitana, paco, saltón, tigre zungaro, sábalo, boquichico, dorado, corvina, acarahuazu, tucunare, bujurqui, lisa, mojarra, dentón, yulilla, bagre, anguila, cahuara, manitoa, carachamas, añashua, arahuana, bufeo, manatí y todos los mamíferos acuáticos.
También crearon las frutas del bosque, los más jugosos, agridulces, pulposos, suaves, intensos, las frutas más ricas de la tierra.
Todo era perfecto y hermoso. Sobre las copas de las gigantes lupunas y caobas se posaban con sus coloridas alas extendidas: los guacamayos.
En las playas de los ríos, el Pacaya, el Samiria, el Yanayacu y el Pucote, las tortugas fluviales desovaban en las noches de verano amazónico de junio, julio, agosto y setiembre.
Pero faltaba algo en este universo amazónico y vital: el ser humano: el hombre y la mujer.
Los dioses, entonces decidieron infundir aliento de vida, primero al hombre.
Extrajeron la savia del árbol de la siringa, el árbol de sangre blanca que habita en el Pacaya y Samiria.
Con esa lechosa sangre forestal, convertida en bolas y luego en muslos, piernas y espaldas relucientes, el hombre tupi-guaraní fue naciendo.
Sus ojos fueron formados de los ojos del mono nocturno musmuqui, por eso los tupi-guaraní pueden ver en la noche.
Su sistema sanguíneo se inspiro en la compleja, perfecta y exacta red fluvial, su palabra, su lenguaje fue tomado de las voces de todas las aves que hablan especialmente de loros y oropéndolas.
Pero también el rugido de las fieras, faltaba su corazón y el soplo de vida.
Dios dijo: Debemos ponerle el corazón del otorongo para que sea el mas poderoso predador del bosque.
La diosa dijo: Sera un hombre muy duro,sin corazón, quiero decir sin corazón humano.
Entonces busquemos el punto de equilibrio, ni tan feroz como el tigre otorongo,ni tan indefenso como el manatí, ni tan venenoso como la serpiente shushupe, ni tan inocuo como la afaninga, ni tan inteligente ni perspicaz como el venado, ni tan torpe como la carachupa, ni tan laborioso y trabajador como el pájaro carpintero, ni tan ocioso como el pájaro tuhuayo.
-Hagmoslo como nosotros, así tendrá un poco de mi y de ti- propuso la diosa.
-Estoy de acuerdo con tu sentido común-acepto el Dios.
- Ahora hagamos a la mujer-pidió la diosa.
-Busquemos las mejores partes del hombre para crear a ella.
-De acuerdo, pero yo daré el soplo de vida al hombre y tú a la mujer-dijo el dios.
No. Soplemos ambos, a cada uno, así tendrán algo de ti y algo de mí, dispuso con firmeza- la diosa.
Así fueron creados el hombre y la mujer tupi-guaraní.
De esos padres originales proceden los miles de hombres y mujeres kukama-kukamiria, que ahora viven entre los ríos Pacaya y Samiria y sus afluentes.

viernes, 17 de marzo de 2017

EL PAUCAR Y LA LUPUNA

Un árbol muy grande llamado lupuna, de copa redondeada, como si fuera un hongo. Su tallo es blanco, grueso,, abultado en la parte intermedia.
El urcututo, notable búho de la espesura del bosque  que todo lo observa, emite su canto lastimero, pero se va pronto.
El vacamuchacha, ave negra y lenta también llega en bandada y transmiten las malas noticias que la madre de aquel árbol les comunica cada noche y se ufanan de las desgracias.
El paúcar, antes era hombre, vivía en un pequeño poblado, cerca de un río, con su mujer e hijos.
A pesar de que todos los días pescaba, cortaba leña, su vida transcurría en medio de muchas dificultades, es decir siempre le faltaba el sustento.
Un día, le pasó algo extraño, había salido de madrugada como siempre, con su hacha, porque ya le faltaba leña en su casa y estuvo caminando por una trocha que no reconocía, hasta que fue a dar a un bosque de árboles completamente secos.
Se alegró mucho y de inmediato comenzó a cortar los árboles. Para su desgracia la madera era muy dura, impenetrable.
Entonces se puso triste, contrariado el hombre, con ganas de regresar pero indeciso, porque aún no había conseguido nada de leña, se le ocurrió una idea descabellada, prenderle fuego a ese bosque por intentar burlarse de él.
Sacó una cajita de fósforos, prendió, lo arrojó a un árbol y esperó. No hubo fuego, por el contrario de la nada un viento sopló con insistencia apagándolo todo, como una señal para que desistiera en sus intentos.
Pero el hombre encendió sus palillos y los fue regando en cada árbol.
Cuando terminó, sin saber cómo, ni porqué, estuvo en medio del bosque, donde había un árbol que no estaba seco, enorme y extraño de tallo abultado.
Ya para esto, el fuego se levantaba a su alrededor imparable.
Desesperado el hombre trepó al árbol con urgencia, más cuando estuvo subiendo, una pequeña llama se impregnó en parte de su ropa y se mantuvo encendido.
Una vez arriba, creyendo que moriría quemado, se puso tan pálido que la parte delantera de su cuerpo se volvió completamente amarilla.
Al mismo tiempo, el humo del incendio fue impregnándose en su espalda, tiñéndola de negro.
Y negro y amarillo fue el color de su piel, debido a que utilizó a destiempo las hojas del árbol para protegerse del humo y del fuego.
Asustado, comenzó a pedir ayuda, gritaba fuerte, desesperado, pero sus lamentos nadie los oía.
No supo en que momento su boca se convirtió en pico, ni como su piel terminó cubriéndose de plumas, no obstante alzó vuelo y se retiró por la selva.
Voló alto, huyendo de la muerte y llegó a una fuente de aguas cristalinas, el agua calmó su sed, aminoró el cansancio y hasta le dio tranquilidad, pero también le sirvió de espejo.
Se miró a sí mismo, vio sus plumas, su cuerpo ennegrecido, las manchas amarillas cerca de su pecho, su pico ¡todo!.
Era un pájaro de plumaje colorido, vistoso, poseedor de cualidades superiores a las de las demás aves, pero su canto era estridente y poco melódico, que le hizo sentir una enorme tristeza.
Desde entonces, el paúcar trató de hablar, lo intentó por mucho tiempo, no obstante lo único que pudo lograr fue un llanto parecido al de los niños, algunas risas de mujeres y el canto de uno que otro animal.
Un día, resuelto a solucionar sus problemas y con el afán intenso de convertirse nuevamente en hombre, buscó el árbol donde inició su desgracia: la lupuna.
Posándose en su copa, le habló así:¿ Que me has hecho, árbol? ¿ Y por qué?.
La lupuna le respondió:” Lo que eres, te  lo hiciste tú. Destruiste parte de esta vida, de tu mundo, por ello, seguirás siendo una ave para siempre y los humanos querrán matarte cuando te vean.
Dirán ellos, que tu presencia no es benigna, que portas malas noticias. Tus mismos hijos van a intentar quitarte la vida.”
El paúcar no quiso seguir escuchando:”¡Basta¡ pareció decir y se fue volando en busca de su familia abandonada.
No había regresado antes, era la primera vez que lo hacía y sentía temor al imaginar que no lo iban a reconocer.
Llegó y vio a sus hijos, los reconoció de lejos, caminando cerca al río, estaban crecidos, fuertes, muy parecidos a él cuando era hombre.
Quizás si les hablaba pensó de repente ellos se darían cuenta de que su padre había regresado y se acercó para explicarles a su modo.
Sin embargo, los jóvenes se alertaron y uno de ellos cogió una piedra, pero en el instante en que levantaba la mano del suelo, una serpiente le mordió el brazo.
El otro resbaló y cayó sobre una roca hasta quedar inconsciente.
Un poblador que estaba cerca, acudió a brindar auxilio a los hijos del paúcar, los levantó, llamó a la madre y está acompañada de su nueva pareja, un hombre bastante fornido dijo :” Maten a ese paucar”.
Estos pájaros no son buenos, traen peligro y todos agarraron piedras y palos dispuestos a matar al paucar.
El paúcar escapó a tiempo, voló y no paró hasta llegar al árbol de lupuna, que parecía reírse de a desgracia del pájaro.
El paucar decidió quedarse a vivir en las ramas más altas de la lupuna e hizo su nido con restos de lianas y hojas colgantes.
Pero siempre los hombres trataban de matarle, cuando pasaban cerca y le oían cantar.
El paucar hizo un convenio con las avispas, ofreciéndole en limpiar el panal de las avispas a cambio de resguardo.
Las avispas aceptaron y así el paucar cohabita con estas avipas que se enfurecen con facilidad y cumplen la parte del convenio.
Pero el árbol de la lupuna, aparte de albergar al paucar, tiene su madre.
La gente no se acerca mucho cuando se cruza con una, más bien se apartan y buscan otro camino, porque además de escuchar las maldiciones y malas noticias del paucar, bien podría un chullachaqui o una lamparilla interrumpir su avance.
Una vez, un cazador se acercó más de lo necesario y acabó mal. Había estado siguiendo el rastro de una huangana, todo el día, sin imaginar que terminaría en la lupuna.
Y fue que las grandes aletas de este árbol se abrieron para dar pase a un túnel oscuro, ancho que parecía albergar dentro huanganas, venados, monos, manacaracos, pinshas, paujiles, guacamayos y otros tantos animales que no llegaba a reconocer el cazador, pero que sí imaginaba serían deliciosos en su mesa.
Entró en dicho túnel guiado por la codicia y las aletas se cerraron al instante.
El cazador veía unos ojos brillantes en el aire encima de su cabeza, otro enfrente, al costado.
Eran ojos de animales gigantes, raros, incompletos algunos.
Por ejemplo, la huangana tenía cabeza de pinsha, el manacaraco cuerpo de venado, paujiles que comían en cuatro patas y otros.
El cazador enmudecido de miedo, se arrinconó junto a unos enormes hongos.
La huangana fue hasta él y le dijo:”¿Podemos comerte? Nos agradaría tu carne y le dijo a los demás animales ¿ Verdad que sí? Y todos se rieron.
La huangana le dijo:” Yo solo quiero tu cabeza, que agradable deben ser tus ojos, tus orejas y tu boca”.
El cazador miró y vio a un hombre encorvado, viejo, narizón , envuelto en una piel larga y dorada, tenía unos pies enormes, poseedores de unas uñas horrendas.
El cazador no puedo más y comenzó a vomitar y con su escopeta disparó con furia varias veces y las aletas de la lupuna se abrieron.
Hasta hoy, el cazador sueña con animales deformes y si por casualidad una lupuna se atraviesa en su camino, recuerda a su madre, en su mente ve su horrorosa cara y aquellos piés tan descomunales y sufre, los escalofríos terminan por darle fiebres altas.
Miuler Vásquez Gonzáles