DON ARTEMIO Y EL DIFUNTO
En Yurimaguas, la Perla del Huallaga, existía hace muchos un barranco. En el día era dificultoso atravesarlo, por los palos movedizos que habían puesto sobre el agua, en la noche se evitaba pasarlo, pues aparte del peligro de caerse, se contaban muchas leyendas y supersticiones, que el alma penaba, que se aparecía el demonio, que el difunto dejaba escuchar su característico fin…fin….fin….y solo los valientes lo hacían con linterna en mano y lo contaban como hazaña.
Que tunchi, ni que difunto, exclamó el joven Artemio, tenía sus 20 años de edad. Son supersticiones, yo no creo, ni creeré nunca.
No crees en los curanderos y brujos, contestó el viejo Samuel, debes saber que los curanderos conocen las propiedades, virtudes y efectos de determinadas raíces, cortezas, hojas y frutos y hacen el bien curando y se ha visto casos de enfermos desahuciados por los médicos, estos curanderos han hecho el prodigio de conseguir su recuperación y devolverles la salud.
Los brujos, en cambio, también conocen las propiedades de las plantas, tierras y restos de animales, pero lo utilizan para hacer el mal y para vengarse.
Eso es otra cosa, dijo Artemio, los daños y bienes que hacen los brujos, eso yo no lo niego, inclusive los doctores en Iquitos dan leche de ojé, sangre de grado, chuchuhuasi y hasta ayahuasca.
En cambio, el difunto, el tunchi, ese ser de otro mundo que silba, que llama y que la persona que lo oye tiembla de miedo. No hay nada, cuando uno muere, se acaba todo y nos comen los gusanos.
Y Artemio, así se burlaba de los seres de ultratumba. En la noche en reuniones, decía que no creo en los tunchis, pero cuando estaba solo no comentaba ni quería recordar a estos seres del otro mundo, porque tenía miedo.
Una noche se celebraba una fiesta y el joven Artemio no podía faltar, vivía con su mamá y sus hermanos. De su casa al lugar del baile tenía que pasar por el barranco de los espíritus malignos en forma obligatoria.
Artemio le dijo a su mamá: Voy al baile, he trabajado todo el día, voy a divertirme un rato. Ella le contestó: No te demores mucho y para sus adentros se dijo: Pobre mi hijito, ya tiene edad, que tenga su moza.
Artemio llegó a la fiesta, bailó animadamente y luego salió disgustado por que su enamorada no le hizo caso. Regresaba a su casa, la noche era negra, cuando de pronto la idea del tunchi salta a su memoria y siente miedo, cuando de pronto escucha al tunchi y su fin….fin…..finnn…..
Comienza a temblar, sus nervios se alteran, escucha nuevamente el fin….fin….fin…, temblando y pálido, sigue caminando, está cerca de su casa, recobra valor y le remeda al tunchi y como burlarse repite su fin…fin…fin. Y corre a su casa, las piernas le tiemblan, se asusta y sigue corriendo, siente que el tunchi le sigue, le alcanza, corre más y cae contra la puerta de su casa.
El ruido de la caída, despierta a su madre, quién salió a ver que sucedía y cual fue su sorpresa al encontrar a su hijo tendido en el suelo, inconsciente, botando espuma por la boca, no podía hablar.
Se muere mi hijo, exclamó se muere y su hemana Miguelina salió con una vela y vé junto al cerco y a un arbusto un cuerpo velludo, con la cabeza agachada, garras filudas y piernas que terminaban en bolos.
Casi se desmaya de miedo y dijo: Ahí está, sus hermanos salieron para ver al tunchi, sin embargo éste había desaparecido, no vieron nada.
Artemio, se había recuperado y quedó dormido. El tunchi se presentó en su sueño y le dijo con voz gangosa: Da gracias que has estado cerca de tu casa, sino ya estuvieras conmigo.
Han pasado muchos años y don Artemio, ahora jamás se burla de los difuntos.
Carlos Velásquez Sánchez
En Yurimaguas, la Perla del Huallaga, existía hace muchos un barranco. En el día era dificultoso atravesarlo, por los palos movedizos que habían puesto sobre el agua, en la noche se evitaba pasarlo, pues aparte del peligro de caerse, se contaban muchas leyendas y supersticiones, que el alma penaba, que se aparecía el demonio, que el difunto dejaba escuchar su característico fin…fin….fin….y solo los valientes lo hacían con linterna en mano y lo contaban como hazaña.
Que tunchi, ni que difunto, exclamó el joven Artemio, tenía sus 20 años de edad. Son supersticiones, yo no creo, ni creeré nunca.
No crees en los curanderos y brujos, contestó el viejo Samuel, debes saber que los curanderos conocen las propiedades, virtudes y efectos de determinadas raíces, cortezas, hojas y frutos y hacen el bien curando y se ha visto casos de enfermos desahuciados por los médicos, estos curanderos han hecho el prodigio de conseguir su recuperación y devolverles la salud.
Los brujos, en cambio, también conocen las propiedades de las plantas, tierras y restos de animales, pero lo utilizan para hacer el mal y para vengarse.
Eso es otra cosa, dijo Artemio, los daños y bienes que hacen los brujos, eso yo no lo niego, inclusive los doctores en Iquitos dan leche de ojé, sangre de grado, chuchuhuasi y hasta ayahuasca.
En cambio, el difunto, el tunchi, ese ser de otro mundo que silba, que llama y que la persona que lo oye tiembla de miedo. No hay nada, cuando uno muere, se acaba todo y nos comen los gusanos.
Y Artemio, así se burlaba de los seres de ultratumba. En la noche en reuniones, decía que no creo en los tunchis, pero cuando estaba solo no comentaba ni quería recordar a estos seres del otro mundo, porque tenía miedo.
Una noche se celebraba una fiesta y el joven Artemio no podía faltar, vivía con su mamá y sus hermanos. De su casa al lugar del baile tenía que pasar por el barranco de los espíritus malignos en forma obligatoria.
Artemio le dijo a su mamá: Voy al baile, he trabajado todo el día, voy a divertirme un rato. Ella le contestó: No te demores mucho y para sus adentros se dijo: Pobre mi hijito, ya tiene edad, que tenga su moza.
Artemio llegó a la fiesta, bailó animadamente y luego salió disgustado por que su enamorada no le hizo caso. Regresaba a su casa, la noche era negra, cuando de pronto la idea del tunchi salta a su memoria y siente miedo, cuando de pronto escucha al tunchi y su fin….fin…..finnn…..
Comienza a temblar, sus nervios se alteran, escucha nuevamente el fin….fin….fin…, temblando y pálido, sigue caminando, está cerca de su casa, recobra valor y le remeda al tunchi y como burlarse repite su fin…fin…fin. Y corre a su casa, las piernas le tiemblan, se asusta y sigue corriendo, siente que el tunchi le sigue, le alcanza, corre más y cae contra la puerta de su casa.
El ruido de la caída, despierta a su madre, quién salió a ver que sucedía y cual fue su sorpresa al encontrar a su hijo tendido en el suelo, inconsciente, botando espuma por la boca, no podía hablar.
Se muere mi hijo, exclamó se muere y su hemana Miguelina salió con una vela y vé junto al cerco y a un arbusto un cuerpo velludo, con la cabeza agachada, garras filudas y piernas que terminaban en bolos.
Casi se desmaya de miedo y dijo: Ahí está, sus hermanos salieron para ver al tunchi, sin embargo éste había desaparecido, no vieron nada.
Artemio, se había recuperado y quedó dormido. El tunchi se presentó en su sueño y le dijo con voz gangosa: Da gracias que has estado cerca de tu casa, sino ya estuvieras conmigo.
Han pasado muchos años y don Artemio, ahora jamás se burla de los difuntos.
Carlos Velásquez Sánchez
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