Suele a veces suceder que el tigre, rey de la selva y la boa, reina de las aguas se encuentran en el momento de echarse encima de la misma presa y como son los más irreconciliables enemigos desde que surgió la selva. Jamás se atacan de improviso, dejan a un lado la presa moribunda, se miran con odio ancestral y se miden en todo sentido.
El tigre se agazapa, estirándose en el
suelo, en tal forma que se diría hundido en él, pues solo sobresalen las garras
desnudas y su enorme cabeza.
La boa se encoge en tirabuzón, clava
la cola en el suelo y extiende parte de su cuerpo hacia adelante como una lanza
destinada a herir al enemigo. Este evita el golpe y a la vez ataca, cuando la boa decepcionada en
su fracaso o queriendo, prudente, evitar la pelea con tan formidable contendor,
vuelve la cabeza en dirección a las aguas donde impera.
Veloz como un rayo hiere a la boa con
dientes y zarpas y se aparta de ella, para esquivar la respuesta, rugiendo
furioso que hace estremecer a la selva, que todos los animales que le escuchan
huyen aterrados, porque saben que el soberano de la selva, esta enojado, porque
la intrusa ha salido de las aguas a disputarle la supremacía en la tierra.
La boa queda un momento indecisa por
lo repentino del ataque, que al sentirse herida, vuelve a enroscarse y ataca moviéndose
hacia adelante y hacia los costados con bastante rapidez.
Los tigres viejos, cautos y mañosos,
conocen la treta de su enemiga y saben aprovechar las facciones de segundos
ante el raudo ataque, especialmente las tigresas envejecidas en las correrías
de caza, las cuales por su ferocidad y astucia, son las más temidas de la
selva, pero los cachorros atolondrados y petulantes, que buscan aventuras y
peleas prematuramente, antes de haber aprendido a luchar, son cogidos y
envueltos por los anillos de su veloz adversaria. Sin embargo, aquí el tigre
todavía no está vencido.
Expande su cuerpo en el preciso
instante en que la boa aprieta, después ese cuerpo inflado como globo y
constituido por músculos de acero, en cuanto siente que la boa cede para
preparar el próximo apretón, se comprime extendiéndose casi hasta tomar la
alargada forma de la misma serpiente, se escurre entre los anillos y de un
salto se pone fuera del alcance de la boa.
Bueno, esto, solo lo pueden hacer los
tigres, por algo son los reyes de la selva, pues saben por instinto, que una
vez fallado el primer apretón, la boa necesita cierto espacio de tiempo para
ejecutar el segundo, que es de efecto mortal, pues concentrando en el sus
vigorosas energía, tritura los huesos de su víctima, dejándola, por poderosa
que sea, convertida en una masa , lista para ser engullida o tragada.
Fracasado el segundo intento o ataque
de la boa, el tigre se enfrenta resueltamente a ella. Ya no hay saltos ni
quites, la lucha es continuada y feroz. La cabeza de la boa con rapidez
increíble, trata de burlar al tigre, que se defiende a dentelladas y zarpasos.
Lucha terrible que estremece la tierra
y las aguas. Cuando el cansancio los obliga a cesar el combate, ambos se quedan
quietos, jadeantes, mirándose rencorosos. Estos dos monarcas de la selva tienen
fundados motivos para odiarse y ser irreconciliables adversarios, pues uno y
otro se invaden recíprocamente sus zonas de influencia.
El tigre se vuelve a veces pescador,
pesca con su zarpa los peces que acuden atraídos por sus bigotes que sumerge y
lo mueve a manera de insectos.
Cuando la boa tiene conocimiento de
esto, se enfurece hasta la desesperación, bien quisiera sorprenderlo allí en la
orilla, a su alcance , donde le vencería con toda facilidad, pero el tigre que
sabe esto muy bien, se cuida con precaución de acercarse a las aguas fangosas,
a los remansos profundos y a las orillas llenas de árboles, que pueden ocultar
a su implacable enemiga.
No es que el tigre tenga miedo, su
gran valor, siempre temerario, está plenamente probado, que siempre busca la
ocasión de prenderse al hocico de la vaca marina para sumergirse con ella en el
agua, matarla y después se da un buen festín entre los arboles de la orilla.
Y cuando se encuentra con un lagarto,
que al sentirlo, no se atreve a moverse por mas despierto que este, el tigre se
pasea entre los lagartos, elige a los más gordos y les va devorando las colas,
los cuales las victimas soportan sin protesta, pues se dejan amputar,
tranquilas, cuantos trozos apetece el tigre y permanecen inmóviles hasta que el
tigre se aleja satisfecho, entonces recién los lagartos se lanzan al rio dando
gritos de dolor.
Carlos Velásquez Sánchez
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