lunes, 11 de febrero de 2013

L O S C H U L L A C H A Q U I S

( Arturo Rios Ruiz )

Toc, toc, toc,toc…, José Tuanama, apoya lentamente si hacha sobre un tronco que está cortando. Hace mucho calor al mediodía y con su camisa lleno de remiendos que cuelga de una rama ,se limpia el sudor que corre por su cara y disimuladamente coge una huicapa que lanza con fuerza hacia el lugar de donde provienen los sonidos y toda la selva se aquieta.

Toc, toc, toc…

José Tuanama, deja nuevamente su hacha y con su retrocarga se interna en la selva decidido e encontrar al causante de ese golpetear de palos sobre los troncos y vuelve la calma nuevamente. Cuando regresa de su búsqueda en vano, el hacha ha desaparecido y luego la descubre escondida entre unos arbustos.

¡Desgraciados chullachaquis! grita con furia, empuñando su arma.

¿ Qué te pasa papa?- le pregunta su hijo que llegaba en esos instantes trayéndole su almuerzo en una pequeña olla despostillada y en un tutumo abundante refresco de taperiba.

El padre mira con disimulo los pies descalzos de su hijo y respirado aliviado al comprobar que estos son normales. Y recién le responde:¡ Hay un chullachaqui!- le dice- y esta que me jode y jode todo el día.

Y se sientan bajo un tambito de horcones y hojas de palma y empiezan a saborear el humeante shirumbe preparado por su esposa Cunshi.

-          Se llevan a la gente- ¿ Di?- le pregunta su hijo.

-          Asi es- responde José - ¿ Te acuerdas de la “opita” Mónica? le dice y continua : un dia se encontraba jugando en su chacra con sus hermanos, al separarse del grupo, ahí nomás le estaba esperando.

-          ¿Que haces aquí, mamita?- le pregunto la niña.

-          Vamos a la casa hijita- le respondió el maldito que había tomado la forma de su madre. La cogió de la mano y la llevo por el camino de siempre.

Al rato- continua José- se encontraron con un grupo de “chullachaquis”. que empezaron a saltar alrededor de la niña. Le hicieron beber un líquido espeso y bien blanco, mientras le frotaban con unas hojas que ellos mascaban, después se pusieron a jugar con ella como si fuera una muñeca de trapo.

Una semana duro la búsqueda de la niña- sigue diciendo José. Solo cuando don Facundo, el matero entro a tallar, pudieron encontrarla. Había cruzado montes llenos de chupaderos, sogales y zanjas. Hasta el rio que estaba crecido lo había cruzado, la encontraron calatita y se defendía como una fiera.

El rostro de José , se contrae con dureza, cuando agrega: Convertidos en árboles o en pájaros, seguro que estos desgraciados chullachaquis estaban observando cuando la rescataban.

Para la pobre muchacha, todo el tiempo transcurrido había sido un ratito nomas y desde entonces se ha quedado enferma.

José tiene cautivado a su hijo, con este relato de los “chullachaquis”.

Los chullachaquis- le dice- viven bien lejos, en las profundidades del monte. Sus tierras están rodeadas de pungales y arboles gigantes donde crecen puros palos fuertes.

Si tu quieres cortar un palo-plic- tu machete salta echando chispas. Pero, que te vas a meter a cortarlos, sabiendo que son de ellos. Se pasan el tiempo jugando y embromando a la gente. Eso nomas les gusta hacer.

Bien, José ha terminado su almuerzo y su hijo le dice: Papa,¿ es cierto que tienen los pies desiguales?

Y antes de que José pueda responderle, una lluvia de terrones cae sobre sus cabezas. Padre e hijo se esconden entre unas trozas y con precaución dan un rodeo para encontrar al culpable. José lleva entre sus manos una soga gruesa y va preparando un nudo corredizo. José Tuanama ha sido conductor de ganado entre Sisa y Moyobamba y maneja el lazo con destreza.

De improviso, la soga cruza rauda la maleza y jala con todas sus fuerzas. El prisionero es un hombre chiquito, fornido, trejo, tiene los pies desiguales, cojea al caminar y no ofrece la menor resistencia. Su piel es pálida casi verdosa, su pelo tishuma, está cubierto de tierra y sus uñas son largas y sucias.

En su rostro de niño ingenuo hay una sonrisa que nunca abandona y es la única respuesta a las preguntas e insultos que José y su hijo le dicen.

Conducen al chullachaqui hasta un enorme aguano(caoba), el árbol más alto y grueso del lugar, al que lo amarran con fuertes sogas de tamshi. El hombrecillo no dice nada y ahora que lo tienen prisionero no saben que hacer con él. José se pasea pensativo y hablando en voz alta.

-          Le voy a dar una paliza a este desgraciado- dice enfadado y después le hago picar por las tangaranas.

-          No mejor no- sigue diciendo- voy a probar el filo de mi machete en su pellejo y le voy a matar.

-          Papa, papa- interrumpe, el hijo entusiasmado-¡ Métele de cabeza en el perol hirviendo de chancaca!

Y a medida que José y su hijo mencionan los castigos que están dispuestos a aplicarle, la expresión picara del chullachaqui se va acentuando y se tornan más juguetones sus ojitos traviesos.

José piensa con furia en nuevos  tormentos, mientras mira a lo lejos sus arrozales esperando la cosecha.

-          ¡ Ya se carajo! ¡ Le voy a hacer trabajar a este cojudo en mis chacras un mes!

Y en esos instantes, la sonrisa burlona del chullachaqui se transforma en una mueca de terror y de un tirón saca de raíz al inmenso árbol al que está amarrado y huye despavorido para perderse en la espesura de la selva.

Y muchos montaraces vieron pasar al chullachaqui en una interminable carrera con el árbol a cuestas, huyendo del terrible castigo que José y su hijo estuvieron a punto de imponerle: ¡ EL DE TRABAJAR”.

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