Toc, toc,
toc,toc…, José Tuanama, apoya lentamente si hacha sobre un tronco que está
cortando. Hace mucho calor al mediodía y con su camisa lleno de remiendos que
cuelga de una rama ,se limpia el sudor que corre por su cara y disimuladamente
coge una huicapa que lanza con fuerza hacia el lugar de donde provienen los
sonidos y toda la selva se aquieta.
Toc, toc,
toc…
José
Tuanama, deja nuevamente su hacha y con su retrocarga se interna en la selva
decidido e encontrar al causante de ese golpetear de palos sobre los troncos y
vuelve la calma nuevamente. Cuando regresa de su búsqueda en vano, el hacha ha
desaparecido y luego la descubre escondida entre unos arbustos.
¡Desgraciados
chullachaquis! grita con furia, empuñando su arma.
¿ Qué te
pasa papa?- le pregunta su hijo que llegaba en esos instantes trayéndole su
almuerzo en una pequeña olla despostillada y en un tutumo abundante refresco de
taperiba.
El padre
mira con disimulo los pies descalzos de su hijo y respirado aliviado al
comprobar que estos son normales. Y recién le responde:¡ Hay un chullachaqui!-
le dice- y esta que me jode y jode todo el día.
Y se sientan
bajo un tambito de horcones y hojas de palma y empiezan a saborear el humeante
shirumbe preparado por su esposa Cunshi.
-
Se llevan a
la gente- ¿ Di?- le pregunta su hijo.
-
Asi es- responde
José - ¿ Te acuerdas de la “opita” Mónica? le dice y continua : un dia se
encontraba jugando en su chacra con sus hermanos, al separarse del grupo, ahí nomás
le estaba esperando.
-
¿Que haces
aquí, mamita?- le pregunto la niña.
-
Vamos a la
casa hijita- le respondió el maldito que había tomado la forma de su madre. La
cogió de la mano y la llevo por el camino de siempre.
Al rato-
continua José- se encontraron con un grupo de “chullachaquis”. que empezaron a
saltar alrededor de la niña. Le hicieron beber un líquido espeso y bien blanco,
mientras le frotaban con unas hojas que ellos mascaban, después se pusieron a
jugar con ella como si fuera una muñeca de trapo.
Una semana
duro la búsqueda de la niña- sigue diciendo José. Solo cuando don Facundo, el
matero entro a tallar, pudieron encontrarla. Había cruzado montes llenos de
chupaderos, sogales y zanjas. Hasta el rio que estaba crecido lo había cruzado,
la encontraron calatita y se defendía como una fiera.
El rostro de
José , se contrae con dureza, cuando agrega: Convertidos en árboles o en pájaros,
seguro que estos desgraciados chullachaquis estaban observando cuando la
rescataban.
Para la
pobre muchacha, todo el tiempo transcurrido había sido un ratito nomas y desde
entonces se ha quedado enferma.
José tiene
cautivado a su hijo, con este relato de los “chullachaquis”.
Los
chullachaquis- le dice- viven bien lejos, en las profundidades del monte. Sus
tierras están rodeadas de pungales y arboles gigantes donde crecen puros palos
fuertes.
Si tu
quieres cortar un palo-plic- tu machete salta echando chispas. Pero, que te vas
a meter a cortarlos, sabiendo que son de ellos. Se pasan el tiempo jugando y
embromando a la gente. Eso nomas les gusta hacer.
Bien, José
ha terminado su almuerzo y su hijo le dice: Papa,¿ es cierto que tienen los
pies desiguales?
Y antes de
que José pueda responderle, una lluvia de terrones cae sobre sus cabezas. Padre
e hijo se esconden entre unas trozas y con precaución dan un rodeo para
encontrar al culpable. José lleva entre sus manos una soga gruesa y va
preparando un nudo corredizo. José Tuanama ha sido conductor de ganado entre
Sisa y Moyobamba y maneja el lazo con destreza.
De
improviso, la soga cruza rauda la maleza y jala con todas sus fuerzas. El
prisionero es un hombre chiquito, fornido, trejo, tiene los pies desiguales,
cojea al caminar y no ofrece la menor resistencia. Su piel es pálida casi
verdosa, su pelo tishuma, está cubierto de tierra y sus uñas son largas y
sucias.
En su rostro
de niño ingenuo hay una sonrisa que nunca abandona y es la única respuesta a
las preguntas e insultos que José y su hijo le dicen.
Conducen al
chullachaqui hasta un enorme aguano(caoba), el árbol más alto y grueso del
lugar, al que lo amarran con fuertes sogas de tamshi. El hombrecillo no dice
nada y ahora que lo tienen prisionero no saben que hacer con él. José se pasea
pensativo y hablando en voz alta.
-
Le voy a dar
una paliza a este desgraciado- dice enfadado y después le hago picar por las
tangaranas.
-
No mejor no-
sigue diciendo- voy a probar el filo de mi machete en su pellejo y le voy a
matar.
-
Papa, papa-
interrumpe, el hijo entusiasmado-¡ Métele de cabeza en el perol hirviendo de
chancaca!
Y a medida
que José y su hijo mencionan los castigos que están dispuestos a aplicarle, la
expresión picara del chullachaqui se va acentuando y se tornan más juguetones
sus ojitos traviesos.
José piensa
con furia en nuevos tormentos, mientras
mira a lo lejos sus arrozales esperando la cosecha.
-
¡ Ya se
carajo! ¡ Le voy a hacer trabajar a este cojudo en mis chacras un mes!
Y en esos
instantes, la sonrisa burlona del chullachaqui se transforma en una mueca de
terror y de un tirón saca de raíz al inmenso árbol al que está amarrado y huye
despavorido para perderse en la espesura de la selva.
Y muchos
montaraces vieron pasar al chullachaqui en una interminable carrera con el
árbol a cuestas, huyendo del terrible castigo que José y su hijo estuvieron a
punto de imponerle: ¡ EL DE TRABAJAR”.
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