Una tarde, bajo la sombra de una lupuna, el Curaca
Tupan me enseñaba su ciencia, aprendida en el libro de la naturaleza, más
antiguo y más sabio que todos los que se han escrito.
-El curare, es el veneno que no perdona, se saca de
las hojas amarillentas- me decía.
La flecha que tiene la punta de marona no se envenena,
porque la marona con sus filudos bordes, corta y al disparar la flecha puede
herirse un dedo y basta una pequeña herida, más pequeña que la picadura de un
mosquito.
De pronto, se escuchó una risa de mujer que hizo
desviar la mirada del curaca. Era Sumac, trayendo los anzuelos y la cesta de
gusanos y me dijo: Vamos a pescar tucunares.
Sumac, trayendo los anzuelos y la cesta de gusanos y
me dijo: Vamos a pescar tucunares.
Sumac, era la más joven y la más bella de las doce
esposas del Curaca y también la preferida. A ella nada le negaba.
-Vayan, pero no olviden la carabina, dijo el Curaca y
Sumac cogiéndome de la mano me dijo: Vamos pronto. Alcánzame. Seguimos
caminando, yo iba adelante, para apartar las ramas, de pronto Sumac, me detuvo
violentamente. Un paso más y habría sido mordido por una víbora, era un jergón
y estaba lista para el ataque.
Dispare casi sin apuntar, la víbora dio un salto y se
enrosco en contorsiones, como si fuera una viruta que cae al fuego.
Llegamos al lago, dejamos a un lado los anzuelos y nos
pusimos a recorrer las orillas y vimos que había una gran cantidad de tucunares
y acarahuazues.
Sumac, eligió como blanco un gran tucunare largo y
disparo su pequeño arpón. El pez estaba herido, huyo hacia el centro del lago,
desenrollando el hilo.
Para recobrar esto, era preciso introducirse en el
lago, Sumac lo hizo y para no mojarse el vestido, levanto tanto la apretada
falda, que tuve que cerrar los ojos, mareado, aturdido, viéndole sus lindas
piernazas y sentí que la sangre subía por oleadas a mi cabeza.
Sumac, se dio cuenta y al volver con el pez y el arpón,
me dijo: ¿Que tienes?
No es nada, le respondí con voz temblorosa. Me resbale
y por poco caigo al agua.
Pescamos más y esa tarde le damos una sorpresa al
Curaca Tupan, ya que habíamos agarrado 15 ejemplares entre tucunares y
acarahuazues.
Luego, ella me dijo. Vamos a recoger aguajes y para
llegar a los aguajales había que pasar una zanja pequeña. Un árbol caído servía
de puente, Sumac quiso pasarlo a la carrera, pero se resbalo y cayó a la zanja.
-Ayúdame a levantarme y se reía.
Salte
dentro de la zanja y le tendí la mano, pero ella me dio un tirón y caí yo
también. Fue un instante y nos besamos ardientemente. De pronto en el fondo del
bosque oí un crujir de ramas
y hojas secas. Me levante de un salto, con la carabina
en la mano, listo para disparar, creyendo que era un otorongo.
-Soy yo, era el curaca.
Aturdido, le conté lo que había pasado. El Curaca sin
responderme, mirándome a los ojos, con una mirada penetrante, mientras me
acariciaba la cabeza con sus manos, murmuro: Ya eres un hombre.
Después de comer en la maloca, nos sentamos alrededor
de la fogata y Sumac le dijo: Cuenta una historia.
Tupan, acaricio los collares que llevaba sobre el pecho. Todos ellos, estaban hechos de los
dientes de los enemigos que cayeron atravesados por sus flechas o se abatieron
a los golpes de su macana.
Cogió un collar de dientes menudos e iguales y los
separo de los demás.
¿Conoces este collar?, dijo, dirigiéndose a mí.
Varias veces, me has pedido que te cuente como lo
conquiste. No he querido hacerlo, porque eras un niño. Ahora ya eres un hombre.
Es el peor enemigo que he vencido.
Hace mucho tiempo, cuando yo era joven y fuerte, Cori
era la más linda doncella de la tribu y nos queríamos desde que ambos estábamos
en la edad de correr tras una mariposa.
Cuando partí a la guerra contra los aguarunas, ella
tiño mi cara con el color de la guerra. Regresamos después de haber vencido a
nuestros enemigos.
En mi canoa traje plumas suaves de garza blanca, bálsamos
que curan las heridas, ojos de bufeo que despiertan el amor, piedras verdes y
transparentes que traen los huambisas de las cabeceras del Pastaza, collares de
alas de ronsapas, pieles de tigre negro, tan raras que los huambisas dan tres
mujeres por cada piel.
Todo fue para Cori, ella curo mis heridas y me
adormeció con sus canciones.
En la Fiesta del Sol, según el rito que enseñaron sus
abuelos a nuestros abuelos, ungieron a las doncellas con resinas olorosas y a los jóvenes nos dieron de beber masato,
en el que habían puesto raspaduras del “ullo” del achuni, para excitar el amor.
A la medianoche, las doncellas a una señal del brujo,
huyeron hacia el bosque y nosotros corrimos tras ellas.
El joven que lograba coger a una doncella por los
cabellos, la hace suya y es ya su esposa.
Pero, siempre los jóvenes y las doncellas están de
acuerdo. Ella indica al que ama hacia donde se va a dirigir y yo sabía por
dónde correría Cori, pero como ella era muy bella, muchos la deseaban, entre
ellos un guerrero de mi misma edad, alto y fuerte como yo.
Se llamaba Shora, hasta que llegó la hora.
El brujo dio la señal y las doncellas corrieron hacia
el bosque. Yo corrí tras de Cori y ella al verme se detuvo, cuando de pronto
surgió Shora, que se me adelanto. Un flechazo recibido en una pierna, no me
dejaba competir con el. Cori lo vio, dio un grito y escapo.
Con el esfuerzo que yo había hecho, se me abrió la
herida. Shora se acercaba a Cori y Cori desviándose, lo dejo burlado y de ese
modo, ella vino a quedar entre Shora y yo.
Y al mismo tiempo, ambos pusimos las manos sobre la
cabeza de la doncella.
Nos miramos y había tal odio en nuestras miradas, que
sin decir palabra nos abrazamos en una lucha en la que había que matar o morir.
Luchamos en silencio, Shora se había aferrado a mi cuello con ambas manos y me
faltaba la respiración.
Pensé en Cori y lo agarre por los cabellos, le obligue
a echar hacia atrás la cabeza.
Mis dientes se prendieron a su garganta. Sentí que
algo tibio bañaba mis labios. Los brazos de Shora se aflojaron y yo segui
apretando los dientes hasta que mi enemigo se desplomo.
Tambaleándome a punto de caer, me acerque a Cori y nos
unimos en un beso, llenos de sangre y con sabor a muerte.
Bien, te he contado esto, para que veas como amaba a
Cori. Un hombre no puede decir que ama a una mujer, sino cuando ha estado a
punto de matar o de morir por ella. Cori y y o fuimos felices y aun cuando te
parezca mentira, yo no tenía más esposa que ella.
Y Sumac, le dijo : Y ahora,¿ Porque tienes tantas
esposas?. El Curaca no le respondió y continúo contando:
Un día, en la selva, mientras seguía el rastro de una
manada de huanganas encontré desnudo, hambriento y desgarrado por las espinas a
un cauchero extraviado. Era un blanco como tú. Podría haberle atravesado de un
flechazo, pero lo traje a mi tambo, cure sus heridas y vestí su desnudez.
Poco después, supimos que los aguarunas preparaban un
ataque contra nuestra tribu y tuvimos que estar vigilantes.
Una noche, vigilando la oscuridad del bosque y la
flecha en la cuerda del arco, lista para disparar, sentí un deseo de ver a
Cori, de tenerla en mis brazos y dejando mi puesto de vigilancia, corrí a mi
tambo y ¿Sabes lo que vi? Te lo imaginas. Era Cori y el extranjero…Si… ellos.
No sabía qué hacer, mis oídos zumbaban como enjambre de abejas.
De pronto, escuche el grito de guerra de los aguarunas
que me despertó de mi dolor. Corrí a combatir, que mi voz sonaba como el rugido
de un otorongo y atacamos.
Tenía sed de sangre y ansias de matar. Mi macana iba
rompiendo las cabezas de los aguarunas, hasta que quede frente a frente al
Curaca Aguaruna. Nos atacamos, las macanas cortaban el aire con un silbido, al
dar un golpe mi macana se rompió y quede desarmado.
Mi enemigo levanto la suya para darme el último golpe,
pero antes me lance contra él, lo cogí por las piernas, lo levante, lo hice
girar sobre mi cabeza y lo estrelle contra un árbol.
Al ver esto, los aguarunas empezaron a huir y nosotros
los perseguimos, sembrando el campo de cadáveres.
Después, volvimos para recoger a nuestros muertos,
entre ellos estaba el extranjero, también había muerto, combatiendo
valientemente. Nuestro Curaca y los guerreros me eligieron en su lugar.
¿ Y Cori? Volvió a interrumpir Sumac.
Espera y lo sabrás… Dos días después. Bueno, sabes
cómo duele la picadura de una tangarana. Es esa hormiguita roja que arranca
pedacillos invisibles de la piel con sus mandíbulas envenenadas de un líquido
que quema más que una brasa.
Pues bien, dos días después lleve a Cori lejos, muy
lejos. Ella caminaba apoyada en mí. Y encontré lo que buscaba: un nido de
tangaranas al pie de su árbol favorito.
De un tirón, le arranque todo el vestido y Cori quedo
desnuda. Me sonrió. No comprendía lo que quería hacer y ante su asombro la ate
con sogas del monte, la cogí en mis brazos y la lleve hacia el árbol de la
tangarana.
En los ojos de Cori, se veía ya el terror, se
defendió, atada como estaba.. Me mordió en el hombro, pero logre atarla al
árbol y enseguida me aleje.
Sus gritos de desesperación taladraban mis oídos hasta
la distancia.
Yo sabía que iba a sufrir, primero sería una hormiga,
luego otra y otra.
Después llegarían miles de hormigas, le picarían en
los ojos, en los labios, en el cuello, en los senos y su cuerpo se iría
cubriendo de sangre.
Su piel iría desapareciendo toda ella lentamente.
Pero su tormento era pequeño, porque yo sufría mucho
más.
Cuando regrese al día siguiente, encontré un pequeño
esqueleto muy limpio y muy blanco.
Al pie del árbol estaban regados sus cabellos, los
recogí, le arranque los dientes a la calavera, los horade y los ensarte a la
cuerda que había hecho con sus cabellos.
Desde entonces tengo este collar sobre mi pecho.
El Curaca se calló y un temblor de espanto sacudió a
los más bravos guerreros de su tribu.
Sumac, disimuladamente a espaldas del Curaca Tupan,
cogía sus manos y las estrechaba con fuerza. Al mismo tiempo, Sumac le clavaba
una mirada ardiente y sus labios le sonreían en una sonrisa de promesa.
El Curaca Tupan al ver los dientes menudos, iguales y
blancos de Sumac, pensó: “Que dientes más hermosos para mi collar”.
Humberto
del Aguila Arriaga
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