En
agrupaciones que alcanzan muchos
millares, las huanganas efectúan sus recorridos por la Selva Virgen. So manadas
de verdaderas fieras, agresivas y voraces.
Cada manada
sigue a un trio de guías que la comanda, obedecen a los flancos que impiden el
desbande y es defendida por la retaguardia la cual se bate con los tigres, que
marchan casi siempre tras ellas, especialmente el audaz otorongo, ansioso de
apoderarse de las crías que van quedando rezagando por el cansancio.
Son muchos
los otorongos que mueren destrozados por la retaguardia, cuando desesperados
por el hambre, se arrojan sobre alguna huangana no muy retrasada.
El guía
principal que marca el rumbo, es un ejemplar pequeño y muy resistente. Nada hay
que se oponga al paso de la manada cuando emprende un recorrido, con la mayor
facilidad atraviesa ríos caudalosos, lagos, extensiones impenetrables de la
jungla.
Inclusive ,
había ocasiones en que los vapores fluviales tenían que detener su navegación
durante horas , a causa de que una masa compacta de huanganas llenaba el rio.
Nada gusta
tanto a estos animales como tropezar con un pantano al cual se precipitan como
si fueran un aluvión. El fango removido desde el fondo por sus fuertes hocicos
constituía el blando lecho en que las huanganas descansaban y dormían
plácidamente, seguras de que nadie les perturbara.
Las boas y
los caimanes, dueños del pantano, huían al sentir la proximidad de la manada
de huanganas que caía sobre ellos como
un huayco incontenible.
La
gigantesca boa que era atrapada y cuya fuerza es capaz de convertir en una
bolsa de huesos y músculos triturados, era despedazada por centenares de
mandíbulas que la herían a la vez.
Y en pocos
minutos solo quedaba de la boa, el animal más grande y fuerte de la selva, su
piel hecha trizas, pedazos flotando sobre el fango teñido de sangre, igualmente
el otorongo era despedazado, de quien solamente quedaba sus bigotes.
Carlos
Velásquez Sánchez
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