Juan de Dios prometió volver al bosque por la piel del tigre y
efectivamente así lo hizo.
Volvió al bosque en pos del tigre, no del tigrillo o gato montés que se le encuentra de siesta y
solo ataca cuando siente hambre.
¡ No! Se trata del yanapuma (tigre negro), de una agilidad
asombrosa, es rayo de muerte cuando ataca y a su lado el otorongo resulta
pesado y diminuto.
De nada vale el rifle para darle caza, más rápido que la bala,
vuela sobre quién la acecha.
El “cuerero” al salir por ella no lleva rifle ni escopeta, media
docena de lanzas de carrizo duras como el acero y punzantes como el vidrio son su equipo a las espaldas, lleva
además un kodak bajo el brazo.
Llegando al bosque escucha el rugir ronco y sonoro de la fiera
solitaria y como un soldado prepara el terreno para el duelo.
Escoge un árbol frondoso de ramas horizontales, tira una cuerda
sobre una rama, la enlaza y sube.
Calcula distancias, baja por la cuerda y ubica sobre el terreno,
sólidamente incrustadas cuatro lanzas de su equipo dejando dos de reserva.
Sube nuevamente al árbol, se acomoda y reta a la fiera remedando
sus rugidos e imitando el silbo del mono.
Resuenan cercanos los rugidos y Juan de Dios, sereno espera el
inminente salto.
Sabe muy bien que para caer sobre la presa en el tiempo que uno
emplea para contar hasta tres, el tigre de tres saltos : al primero monta a un
árbol, al segundo se aproxima y al tercero Dios te ampare.
Se silencian los rugidos, la pantera está a la vista ¡bella y
temible!. Se pone en arco para dar el salto, Juan de Dios cuenta uno, dos y al
decir tres, ilumina con el kodak la espesura.
La fiera cegada esquiva el
haz deslumbrante, procurando ganar el suelo, pasando bajo la rama, pero de
encuentro las lanzas colocadas con exacto cálculo, le atraviesan las entrañas.
Resbalando por la cuerda baja al instante Juan de Dios, toma las
lanzas de reserva, una en cada mano y mientras la fiera se estremece, le hunde
las dos en el pecho.
Se acerca con cautela y seguro de que está muerta, la retira y
conduce a un lugar cómodo para desollarla con esmero.
Es una linda piel de diseño noble, ancha en el pecho y delgada en
la cintura.
La ondulante cola cual cabellera trenzada le da el aspecto de una
fantástica serpiente.
La piel bien tratada es suave como la seda, los ricos la emplea
como adornos de sus salas, blusas para damas y bolsas de dormir.
Con tan valiosísima piel, el “cuerero” volvió a Iquitos en busca de un gringo americano
para venderle la piel en $ 500.00.
El “cuerero” hizo fortuna para una noche de juerga con las
chucumas.
Carlos Villacorta Valles
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