Con los reales que obtuvimos con la venta de los troncos, fuimos
de juerga ¿ Que hacer?.
Al entrar en el “ chonguito”, Juan de Dios mostró un fajo de
billetes nuevos de cincuenta soles y me dijo : He traído estos pihuichos y bien
rodeado por las chicas pidió pan, queso y mantequilla, buenos churrascos bien
cocidos, vino añejo, helados, café y cigarros.
Bailó “el totó” y otras músicas hasta el amanecer y al despedirse
dijo a las chucumas he venido con
pihuichos y volveré con cueros de lagarto.
Las chucumas le dijeron: “cuerero” “cuerero” y de ese modo quedó
con el apodo de “cuerero”.
Juan de Dios, el “cuerero”, después de haber derrochado toda su
plata, provisto de arpones, hachas, cuerdas, linterna a pilas y una buena
ración de café molido y pan tostado se embarcó en su canoa aguas arriba, en
busca del lagarto.
No usa rifle para darle caza, pues, al sentirse herido, huye u se
pierde en las aguas.
Juan de Dios, viajó ocho días y al anochecer del octavo día
desembarcó en Chaupi Playa entre nubes de zancudos, lodo y maleza.
Para mantenerse despierto, bebió café a grandes sorbos, acechado
por las fieras, alerta con el arpón atado a una resistente cuerda, linterna a
pilas y canoa bien dispuesta.
Apenas el lagarto salió, la luz de la linterna le cegó los ojos y el arpón se hundió en su lomo.
La fiera al sentirse herida, huyó al agua, saltando al vuelo y el
“cuerero” le seguía por detrás en su canoa con la soga en sus manos.
El lagarto arrastró la frágil canoa con una velocidad vertiginosa
deslizándose en zigzag, pero el “cuerero” estaba allí que lo seguía en su
desesperada fuga.
El arponazo fue fatal y el lagarto al fin se “rindió”.
El “cuerero” lo arrastró al borde de su canoa y le destrozó la
cabeza con el hacha. Depositó la presa en un lugar seguro y volvió por otra,
hasta que al amanecer tenía cuatro lagartos para pelar.
Separó que corresponden a
la piel de la barriga, cuyas piezas son las más valiosas y cuando contó
con 100 chalecos volvió a Iquitos y los
vendió a buen precio.
Con los bolsillos repletos, marchó nuevamente al “chonguito”.
Al terminar el jolgorio, ofreció a las “chucumas” volver al
bosque, esta vez por la piel del tigre negro.
Carlos Villacorta Valles
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