En la
espesura de la selva había una aldea y su Jefe era don José Quispe, un hombre
de avanzada edad que se distinguía de los demás por su sabiduría y buen corazón.
Los
hombres iban a cazar sajinos y sachavacas por una zona boscosa que era famosa
porqué existía abundante fauna.
Don José
Quispe y su compadre Severo salieron a las 6.00 a.m. a cazar en el bosque, buscaron
y buscaron y no encontraron más que las huellas de un sajino, decidieron seguir
las huellas hasta internarse tanto en el bosque que se perdieron, oscureció y
don José y Teobaldo tuvieron que refugiarse en las ramas altas de un renaco,
ya al amanecer se despertaron y don José vio a un otorongo entre los
arbustos, sus ojos brillaban como la luna y muy fijamente miraba a los dos
hombres,
¡Tal vez
solo pasa por aquí! se dijo don José, pero en su interior estaba aterrorizado,
su compadre despertó y vio al animal que lentamente se acercaba, quedaron los
dos hombres petrificados de miedo, su compadre
agarró la retrocarga disparó, pero falló, intentaron escapar, pero el
jaguar ya estaba sobre ellos.
El
otorongo les observó y dijo: “Han invadido mi territorio, uno de Uds. tendrá
que pagar”.
El
compadre Teobaldo, en un descuido saltó del árbol y rodó por una pendiente de
la montaña y así anduvo hasta encontrar el camino para regresar a la aldea.
El
otorongo no se molestó en seguirlo y condenó a don José a
vivir convertido en el espíritu del renaco.
La única
forma de romper el hechizo era si el jaguar era derrotado por algún hombre.
El
compadre llegó a la aldea y dijo a todos que un otorongo les había atacado y
que había matado a don José Quispe. Todos se asombraron y mortificado el hijo
mayor de don José llamado Sangama juró vengarse.
Dos años
después, el joven Sangama dijo a su familia que iría a cazar un sajino, llevó
su retrocarga, un machete y una botella de aguardiente, pero sus intenciones
eran de buscar al otorongo que andaba por esa zona y matarlo.
Se internó
lo más que pudo por la selva, pero no lo encontró, ni siquiera sus huellas, así
que cazó un sajino y se dispuso a regresar.
Una semana
después volvió a internarse en el bosq ue
llevando gran cantidad de cartuchos para su retrocarga, se internó nuevamente
en la selva buscando las huellas del otorongo y sin darse cuenta se perdió.
Como la
noche caía, buscó un lugar para dormir, en la madrugada se despertó y no
encontró su retrocarga, buscó el camino para regresar a la aldea, pero se
encontró cara a cara con el otorongo.
El
otorongo le miraba, lo propio hacía Sangama, así estuvieron durante una hora,
hasta que Sangama decidió atacar con su machete pero no logró herir al felino.
El
otorongo muy diestro hirió incesantemente a Sangama y la pelea duró una hora.
El joven
muy herido, cayó al suelo, pero no se daba por vencido, en esos instantes las
hojas de los árboles comenzaron a moverse y Sangama entendió como por encanto
que era su padre quién lo alentaba a seguir luchando, se levantó y miró
fijamente al otorongo y siguió la lucha, el jaguar con sus poderosas garras y
Sangama con sus puños y sus fuertes patadas.
Después de
dos horas de lucha feroz, cayó uno de los contrincantes y era el otorongo,
vencido por los incesantes puñetazos y patadas que recibió de Sangama.
Después de
la pelea, el otorongo reconoció la victoria de Sangama y devolvió al padre de
éste a la vida y ordenó a una carachupa que les indicara el camino a su aldea y
les regaló muchos sajinos para que lleven y Sangama comprendió que el otorongo
es un animal noble.
Se dice
que el jaguar era el espíritu del bosque que había tomado su forma y que don
José Quispe fue el último hombre en ser hechizado en el bosque.
Carlos
Velásquez Sánchez
Me gusta el cuento regional de: Sangama y el Otorongo, pues, me servirá en la clase para que mis niños escuchen diversos cuentos de nuestra región como rescatar el valor del respeto hacia nuestra fauna amazónica. Muchísimas gracias.
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