Cuando un cazador sigue obsesionado
una bandada de pavas silvestres, paujiles o de tucanes, o corre tras una manada
de huanganas, sale de la trocha y se interna confiado en la selva desconocida,
es porqué está poseído de la fiebre del cazador, vence obstáculos, salva
atajos, trepa, desciende, corre y salta sin medir distancias ni esfuerzos.
Avanza velozmente, siguiendo al animal
que se aleja, no tiene tiempo para meditar, apenas mira el suelo que pisan sus piés,
despreciando las espinas que lo desgarran y las ramas que intentan detenerle.
Hasta que logra hacer puntería, dispara, hiere y mata, deteniéndose jadeante y
satisfecho junto a su presa, la amarra , se lo echa a su espalda e inicia el
camino de regreso.
Recién entonces, trata de encontrar el
camino, mira sorprendido a su alrededor, luego se orienta y parte en
determinada dirección, que supone la más acertada, enmienda los rumbos,
rectificándole una y otra vez, se detiene indeciso y experimenta una desalentadora
sensación que le enturbia la inteligencia.
Sin embargo sigue y sigue sacando
energías de donde no existen, para de pronto haber llegado de nuevo al punto de
partida, del cual había salido horas
antes, y se da cuenta de que está ¡perdido!.
Esto lo aterra, porque sabe que está
prisionero de la selva y le parece que los árboles tuvieran vida y que se le
acercan. El cazador emprende la fuga fatal, desaparece la conciencia y solo vé
la amenaza de los árboles que le persiguen, oye ruidos y voces, corre y corre,
destrozando sus carnes en las espinas,
hiriéndose en los piés al tropezar con las raíces y los troncos, hasta
los fieras y los reptiles huyen a su paso.
Esta agonía al escape es lenta y se
prolonga a veces días y noches, hasta que el infeliz cae rendido para no
levantarse más.
Generalmente los que se pierden en la
selva termina rodando al fondo de algún barranco o sumergiéndose en los
chupaderos(pantanos).
Cuando un cazador no regresa a su
casa, el mismo día de su partida o durante la noche, la noticia se difunde y
cuántos lo conocen se reunen al día siguiente para ir a buscarlo, distribuidos
en grupos recorren la selva en distintas direcciones, haciendo frecuentes
disparos para dar aviso de su presencia y orientar al extraviado.
Los círculos descritos por los
gallinazos que vuelan a gran altura indican que el cazador ha muerto.Los que
buscan al cazador perdido se orientan por la bandada de gallinazos que
descubren al mirar al cielo y acuden a rescatar el cadáver, antes de ser despedazado por las fieras.
Los aborígenes resisten muchos días
perdidos en la selva y no es raro que
logren salir de ella, siguiendo sus instintos de conservación, pero cuando un
civilizado se aventura solo por la selva y tiene la desgracia de perderse, su
destino es fatal.
Hay tres cosas que causan súbita
reacción en el cazador que huye perdido en la selva: el canto del gallo, el
ruido de un disparo y el ladrar de los perros.
Al oir el perdido esos sonidos
inconfundibles, el infortunado se detiene de golpe, su cerebro vuelve a
funcionar normalmente, desaparece el embrujo de la selva y como guiado por una
mano providencial, regresa al lejano campamento o se encuentra con quienes han
salido en su busca.
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