El paisaje quita el aliento: copas de árboles hasta que
se pierden de vista en el horizonte, algunos en flor, mientras que orquídeas y
bromelias adornan las copas más cercanas; una pareja de tucanes se desgañita
desde una copa cercana; por el otro lado, una enorme bandada de oropéndolas
(bocholochos) va de copa en copa buscando flores y frutos maduros, y una
familia de ‘siete colores’ (tangaras del paraíso) adorna cual broches de joyas
azules, rojas y verdes un árbol cercano… Un atardecer o, mejor aún, un amanecer
amazónico disfrutado a 35 metros de altura, desde las copas de los árboles en
el puente colgante del Sucusari de Explorama, es uno de esos espectáculos que
uno no puede perderse en esta vida.
Este puente colgante (del “canopy walk way” como le
dicen los gringos) fue el primero de su clase en Suramérica, y sigue siendo
espectacular con sus 600 metros de longitud y 14 plataformas en las copas de
árboles emergentes. Desde su construcción a principios de los años 90 (gracias
a un convenio entre la ONG ACEER y la empresa turística Explorama), decenas de
miles de personas han disfrutado de las espectaculares vistas del bosque
amazónico desde las copas de los árboles. Animales y plantas que sólo atisbamos
a ver en la lejanía desde el suelo del bosque, aquí pueden ser observados a
pocos metros de distancia. En particular atraen las vistosas aves de dosel,
incluyendo tangaras, tucanes, oropéndolas y colibríes, que en las copas
muestran una especial mansedumbre con el ser humano, ya que aquí no llegan los
depredadores terrestres…
Sin embargo, algo llama la atención en esta maravilla
turística del Sucusari: no se ven animales grandes. Ni un mono (salvo los
ubicuos pichicos en la orilla de la quebrada), ni un guacamayo, ni un paujil…
Le pregunto a Lucio, uno de los más experimentados de Explorama y quizás el
mejor guía de aves de Loreto, conocido por haber trabajado con el legendario
Ted Parker: hace más de 20 años que no ve en la zona un paujil, un choro o un
mono negro, medice, fueron cazados hasta el exterminio… Los cazadores fueron
principalmente los madereros que asolaron ésta y todas las quebradas accesibles
de Loreto en los pasados 20 ó 30 años.
¿No hubo forma de prevenir esta masacre, teniendo en
cuenta que esta zona tiene tanto valor para el turismo, y ha atraído a cientos
de miles de turistas en las últimas décadas, generando decenas de puestos de
trabajo permanentes y millones de dólares en divisas? Y ahí viene la cuestión:
Explorama ahora posee una concesión turística de unas 2,000 ha, las que
obviamente no son suficientes para mantener una población viable de cualquiera
de los animales grandes amazónicos. Lo ideal es que se hubiese promovido la creación
en toda la quebrada de una reserva suficientemente grande para proteger un
recurso tan valioso y con tanta capacidad de generar riqueza. Jaime Acevedo,
actual socio de Explorama, me asegura que sí se hicieron esfuerzos por
preservar el área, pero otros me dicen que no fueron suficientes, y no contaron
con un actor clave: las comunidades indígenas que habitan la zona.
Peter Jenson, el desaparecido fundador y original
propietario de Explorama, fundó la empresa hace casi medio siglo, cuando sólo
existían en Loreto tres reservas pesqueras (Pacaya, Mazán y Rimachi). Si el
gringo hubiese tenido la visión de trabajar en alianza con la comunidad nativa
de Orejones, vecina del albergue de Explorama, otro gallo cantaría hoy en estos
bosques: podrían haber promovido la creación de una reserva comunal, contigua a
la reserva turística, y la quebrada Sucusari podría haber sido salvada del
saqueo. Los indígenas Maijuna de esta comunidad, con algo de apoyo, podrían
haber conservado mejor su cultura, su idioma y sus costumbres tradicionales,
que han estado a punto de perderse en la última generación, y podrían haberse
involucrado productivamente en la actividad turística. Lamentablemente, según
me cuentan algunos que lo conocieron, el norteamericano siempre tuvo
un gran recelo contra los indígenas, a los que calificaba sin escrúpulos de
“salvajes”, y no quiso trabajar con ellos, ni siquiera contratar empleados de
la comunidad.
Qué visión tan errada. Los Maijuna son el pueblo más
amable, hospitalario y pacífico de la Amazonía. Don Sheba, uno de los líderes
Maijuna de la vecina comunidad de Orejones, nos habla del saqueo provocado por
los madereros: “Todo acabaron, la maderas finas, los animales, el pescado,
hasta las ranas se comían… Nosotros nos quedamos sin nada, de hambre y más
pobres que antes. Los madereros lo único que han traído es atraso. Pero desde
hace tres años estamos cuidando la quebrada, y los animales están volviendo. Ya
se vuelven a ver huanganas, sajinos, monos cerca de la comunidad, también el
pescado está aumentando, ahora nuestros niños comen mejor…”
La comunidad de Orejones, junto con las otras tres
comunidades del pueblo Maijuna (San Pablo de Totolla, en el río Algodón, y
Nueva Vida y Puerto Huamán, en Yanayacu) ha impulsado la creación del Área de Conservación
Regional Maijunas, de unas 391,000 ha, aprobada formalmente por el Consejo
Regional de Loreto el pasado 4 de febrero. Las comunidades están trabajando con
apoyo del Programa de Conservación, Gestión y Uso Sostenible de la
Biodiversidad de la Región Loreto (PROCREL) en alianza con el IIAP y la ONG
Naturaleza y Cultura Internacional en la gestión del área, con el enfoque de
“conservación productiva”, que tan buenos resultados ha dado en el Tahuayo. Con
algunas actividades productivas en marcha (manejo y comercialización de aguaje
certificado, artesanías, apicultura, turismo) y la recuperación de los recursos
pesqueros y de fauna, los Maijuna tienen buenas perspectivas de mejorar su
calidad de vida en los próximos años, al tiempo que conservan la megabiodiversidad
de sus bosques.
Las cenizas de Peter Jenson fueron esparcidas,
siguiendo su última voluntad, desde la copa del árbol más alto en el puente
colgante de Sucusari. Estoy seguro que su tunchi, que a decir de algunos guías
se pasea por allí, disfrutará en un próximo futuro del retorno a este bosque
que tanto amó de los animales que hoy faltan, y que poco a poco están
recuperando sus antiguos territorios gracias a los celosos guardianes del ACR,
los Maijuna. Una nueva visión se está imponiendo en los actuales dueños de
Explorama y se avizoran fructíferas alianzas con los Maijuna, que sin duda
beneficiarán tanto al negocio del turismo como a la biodiversidad y a los
indígenas que viven de ella.
(*) Biólogo, Investigador del IIAP
(*) Biólogo, Investigador del IIAP
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