martes, 12 de junio de 2012

SUCUSARI

Escribe: José Álvarez Alonso (*) 

El paisaje quita el aliento: copas de árboles hasta que se pierden de vista en el horizonte, algunos en flor, mientras que orquídeas y bromelias adornan las copas más cercanas; una pareja de tucanes se desgañita desde una copa cercana; por el otro lado, una enorme bandada de oropéndolas (bocholochos) va de copa en copa buscando flores y frutos maduros, y una familia de ‘siete colores’ (tangaras del paraíso) adorna cual broches de joyas azules, rojas y verdes un árbol cercano… Un atardecer o, mejor aún, un amanecer amazónico disfrutado a 35 metros de altura, desde las copas de los árboles en el puente colgante del Sucusari de Explorama, es uno de esos espectáculos que uno no puede perderse en esta vida.

Este puente colgante (del “canopy walk way” como le dicen los gringos) fue el primero de su clase en Suramérica, y sigue siendo espectacular con sus 600 metros de longitud y 14 plataformas en las copas de árboles emergentes. Desde su construcción a principios de los años 90 (gracias a un convenio entre la ONG ACEER y la empresa turística Explorama), decenas de miles de personas han disfrutado de las espectaculares vistas del bosque amazónico desde las copas de los árboles. Animales y plantas que sólo atisbamos a ver en la lejanía desde el suelo del bosque, aquí pueden ser observados a pocos metros de distancia. En particular atraen las vistosas aves de dosel, incluyendo tangaras, tucanes, oropéndolas y colibríes, que en las copas muestran una especial mansedumbre con el ser humano, ya que aquí no llegan los depredadores terrestres…

Sin embargo, algo llama la atención en esta maravilla turística del Sucusari: no se ven animales grandes. Ni un mono (salvo los ubicuos pichicos en la orilla de la quebrada), ni un guacamayo, ni un paujil… Le pregunto a Lucio, uno de los más experimentados de Explorama y quizás el mejor guía de aves de Loreto, conocido por haber trabajado con el legendario Ted Parker: hace más de 20 años que no ve en la zona un paujil, un choro o un mono negro, medice, fueron cazados hasta el exterminio… Los cazadores fueron principalmente los madereros que asolaron ésta y todas las quebradas accesibles de Loreto en los pasados 20 ó 30 años.

¿No hubo forma de prevenir esta masacre, teniendo en cuenta que esta zona tiene tanto valor para el turismo, y ha atraído a cientos de miles de turistas en las últimas décadas, generando decenas de puestos de trabajo permanentes y millones de dólares en divisas? Y ahí viene la cuestión: Explorama ahora posee una concesión turística de unas 2,000 ha, las que obviamente no son suficientes para mantener una población viable de cualquiera de los animales grandes amazónicos. Lo ideal es que se hubiese promovido la creación en toda la quebrada de una reserva suficientemente grande para proteger un recurso tan valioso y con tanta capacidad de generar riqueza. Jaime Acevedo, actual socio de Explorama, me asegura que sí se hicieron esfuerzos por preservar el área, pero otros me dicen que no fueron suficientes, y no contaron con un actor clave: las comunidades indígenas que habitan la zona.

Peter Jenson, el desaparecido fundador y original propietario de Explorama, fundó la empresa hace casi medio siglo, cuando sólo existían en Loreto tres reservas pesqueras (Pacaya, Mazán y Rimachi). Si el gringo hubiese tenido la visión de trabajar en alianza con la comunidad nativa de Orejones, vecina del albergue de Explorama, otro gallo cantaría hoy en estos bosques: podrían haber promovido la creación de una reserva comunal, contigua a la reserva turística, y la quebrada Sucusari podría haber sido salvada del saqueo. Los indígenas Maijuna de esta comunidad, con algo de apoyo, podrían haber conservado mejor su cultura, su idioma y sus costumbres tradicionales, que han estado a punto de perderse en la última generación, y podrían haberse involucrado productivamente en la actividad turística. Lamentablemente, según me cuentan algunos que lo conocieron,  el norteamericano siempre tuvo un gran recelo contra los indígenas, a los que calificaba sin escrúpulos de “salvajes”, y no quiso trabajar con ellos, ni siquiera contratar empleados de la comunidad.

Qué visión tan errada. Los Maijuna son el pueblo más amable, hospitalario y pacífico de la Amazonía. Don Sheba, uno de los líderes Maijuna de la vecina comunidad de Orejones, nos habla del saqueo provocado por los madereros: “Todo acabaron, la maderas finas, los animales, el pescado, hasta las ranas se comían… Nosotros nos quedamos sin nada, de hambre y más pobres que antes. Los madereros lo único que han traído es atraso. Pero desde hace tres años estamos cuidando la quebrada, y los animales están volviendo. Ya se vuelven a ver huanganas, sajinos, monos cerca de la comunidad, también el pescado está aumentando, ahora nuestros niños comen mejor…”

La comunidad de Orejones, junto con las otras tres comunidades del pueblo Maijuna (San Pablo de Totolla, en el río Algodón, y Nueva Vida y Puerto Huamán, en Yanayacu) ha impulsado la creación del Área de Conservación Regional Maijunas, de unas 391,000 ha, aprobada formalmente por el Consejo Regional de Loreto el pasado 4 de febrero. Las comunidades están trabajando con apoyo del Programa de Conservación, Gestión y Uso Sostenible de la Biodiversidad de la Región Loreto (PROCREL) en alianza con el IIAP y la ONG Naturaleza y Cultura Internacional en la gestión del área, con el enfoque de “conservación productiva”, que tan buenos resultados ha dado en el Tahuayo. Con algunas actividades productivas en marcha (manejo y comercialización de aguaje certificado, artesanías, apicultura, turismo) y la recuperación de los recursos pesqueros y de fauna, los Maijuna tienen buenas perspectivas de mejorar su calidad de vida en los próximos años, al tiempo que conservan la megabiodiversidad de sus bosques.

Las cenizas de Peter Jenson fueron esparcidas, siguiendo su última voluntad, desde la copa del árbol más alto en el puente colgante de Sucusari. Estoy seguro que su tunchi, que a decir de algunos guías se pasea por allí, disfrutará en un próximo futuro del retorno a este bosque que tanto amó de los animales que hoy faltan, y que poco a poco están recuperando sus antiguos territorios gracias a los celosos guardianes del ACR, los Maijuna. Una nueva visión se está imponiendo en los actuales dueños de Explorama y se avizoran fructíferas alianzas con los Maijuna, que sin duda beneficiarán tanto al negocio del turismo como a la biodiversidad y a los indígenas que viven de ella.


(*) Biólogo, Investigador del IIAP

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