Luego
el chapanero imagino la distancia entre su observatorio y la collpa, un hermoso
árbol de oje junto a la quebrada. Puso un cigarro mapacho sobre su oreja
izquierda para cuando llegara la zancudera y se puso a esperar como hasta
ahora.
Durante
meses intento en vano darle caza con pesados apretadores, monto tramperas con
escopeta de caño recortado en las que un cordel hábilmente camuflado y tensado
a lo ancho de sus caminos habituales, accionaria el disparador a su paso.
Encontraba
luego que sus huellas se perdían al borde mismo de las trampas. Con los
chacareros vecinos a su tambo organizo
partidas para darle caza, pero sin encontrar indicios de su existencia.
Ahora
sentado en su chapana, cambio de posición, la escopeta Winchester y su potente
linterna de tres pilas esperaban junto a el. Para espantar a los zancudos y a
la manta blanca que se tornaban insoportables prendió su mapacho. Le gustaba el
aroma fuerte del tabaco que el mismo preparaba a la oración.Las lechuzas
continuaban su dialogo incesante y las maldijo.
Estaba
lleno de presentimientos, esta noche si vendría. Hacía días que lo venia
emboscando en distintos lugares. De pronto una enorme shosna salto de entre el
follaje para colgarse en una rama, exactamente sobre su cabeza, produciéndose
la huida estrepitosa de las aves que anidaban en su entorno y se acomodo lo
mejor que pudo en su chapana.
Cubriendo
con la mano el reflector, probo la luz de la linterna que encontró mas potente
que nunca, sin dejar de mirar al bosque, podía reconocer todos los sonidos del
monte.
Pasada
la medianoche, el viento separo las ramas de un árbol viejo y cansado a su
costado. Ahí fue que vio al tunchi de su compadre buscando mitayo para su
familia ahora en el desamparo. Se le ocurrió que las almas no andaban con
suerte.
Observo
que en las manos llevaba una vieja escopeta abancarga y en el rostro la palidez
del dia de su entierro. El tunchi le saludo con la mano al pasar y cuando
termino de santiguarse las ramas habían vuelto ya a su lugar.
Se
mantuvo quieto, temiendo que su agitación lo delatara, sabia que las víboras
solo atacaban si se sentían agredidas. La venenosa lora machacuy paso reptando
lentamente sobre su pierna como si esta fuera una rama mas. Ahora podía volarle
la cabeza con un disparo, pero la dejo marchar para no alertar a su presa.
Recuperando
el alma, fijo en su mente la posición del animal, no lo sintió llegar, pero la
presentia cerca, pudo percibir su olor, podía oír sus pisadas.
Se
extremaron sus funciones vitales, opto la postura de tirador con la linterna
pegada en la escopeta, tiene los dedos a la expectativa, la boca reseca y el
corazón que se le escapa a golpes, afina la puntería, el índice derecho está en
el gatillo y el pulgar izquierdo está listo para presionar el interruptor de la
linterna, toma aire lentamente conteniendo la respiración.
Apenas
la forma emerge de la espesura, un rayo de luz cegador violenta la oscuridad.
Suena el disparo, mas la visión mágica ya ha sido recuperada por el bosque.
Comienzan ahora a retornar los sonidos del monte y le traen la sensación de la
derrota.
Lento
y desesperanzado es el regreso por la senda y cabizbajo saborea su amargura el
cazador.
Le
toma un par de horas el regreso hasta su chacra, bajando por la ladera, corta
al paso un enorme racimo de plátano y
venderá sus productos.
Por
la noche, en la cantina de doña Jeshu, con un chuchuhuasha bien pintado,
conversaba con los otros chacareros, hablaron de las cosechas y las lluvias y
el les contara de su venado.
Luego,
el día domingo comprara nuevos pertrechos para continuar su caceria.Esta vez no
se le escapa, jurada se la tiene. Apura el paso para llegar a su tambo y en el
árbol de zapote, los paucares madrugadores invitan a todo el mundo y se burlan
de su suerte y de su soledad.
Carlos
Velásquez Sánchez
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