Estaba
parado en la orilla del río, cerca de la cocha Liborio, en el alto Tigre, con
mi grabadora en ristre y mis binoculares al cuello, estudiando las aves, cuando
escuché por encima del barranco un sonido de hojas secas y ramas, como de un
animal moviéndose con rapidez hacia el río por el suelo del bosque. Me quedé
mirando, intrigado por averiguar qué bicho se acercaría. Una lagartija de unos
30 centímetros apareció repentinamente, y al llegar al borde del barranco hizo
un giro agilísimo de 90 grados, perdiéndose en la espesura de nuevo. A pocos
metros detrás de la lagartija apareció una afaninga enorme, quizás de unos dos
o tres metros: al encontrarse frente a mí paró en seco por unos segundos,
aparentemente sorprendida por mi presencia, para darse media vuelta y huir por
el mismo camino y a similar velocidad con la que vino. Me impresionó la
capacidad de esa serpiente de perseguir el rastro de olor de la lagartija a tal
velocidad por el bosque (dudo que por la vista pudiese seguirla por la espesura
a varios metros de distancia). Esta vez, pensé, la lagartija tuvo suerte, y la
afaninga se quedó sin almuerzo.
Las
afaningas son quizás las más visibles de las serpientes amazónicas, porque sus
métodos de caza activa (a diferencia de las que emboscan desde su escondite a
las presas) las hacen fácilmente detectables al ojo humano, y además frecuentan
las áreas intervenidas (chacras, purmas, pastizales, etc.). Varias de las
especies de afaningas son depredadoras voraces de anfibios, reptiles, aves y
mamíferos pequeños. Algunas se especializan en comer otras serpientes,
incluyendo a las venenosas, por lo que podríamos considerarlas beneficiosas
para los humanos que con frecuencia sufren sus picaduras (en realidad
‘mordeduras’).
Me
cuenta Ítalo Mesones que en la comunidad de El Porvenir, en el límite norte de
la Reserva Nacional Allpahuayo-Mishana, los pobladores han observado un
incremento significativo de shushupes en los últimos años. No pasa semana en
que no encuentren una, a veces muy cerca de la comunidad, lo que ha comenzado a
preocupar a los padres de familia, por la seguridad de los niños. La verdad es
que los encuentros con shushupes (Lachesis muta) suelen ser bastante
raros, en contraste con lo que ocurre con la jergón y la llamada cascabel, en
realidad un juvenil del jergón (Bothrox atrox).
Aunque
Ítalo asegura que las shushupes no son un peligro, e incluso estuvo manipulando
una enorme delante de los moradores de El Porvenir para demostrar que no son
ciertas las historias de la supuesta agresividad de estas hermosas serpientes,
para muchos la shushupe es poco menos que la encarnación del diablo. Sus
picaduras son mucho más raras que las de jergón, pero también tanto o más
letales, porque inyectan una gran cantidad de veneno (aunque no siempre
resultan así las mordeduras porque controlan la cantidad de veneno inyectado).
Lo que sí han podido comprobar los pobladores de El Porvenir con tantos
encuentros indeseados con shushupes es que son falsas las historias de que esta
serpiente persigue al hombre, y la única forma de salvarse es quitándose la
camisa y arrojándosela a la serpiente para despistar. Las shushupes son
bastante tranquilas y pasivas, y no se mueven de su lugar de descanso si no se
las molesta. Por cierto que el nombre en inglés de la shushupe, “bushmaster”,
señor del bosque, hace también referencia a su supuesto rol dominante o
agresivo.
La
proliferación de shushupes en El Porvenir sirvió a Italo, como buen forestal
amazónico, para reflexionar con los comuneros sobre los motivos de tan extraño
fenómeno: el desequilibrio ecológico. Efectivamente, en un bosque bien
conservado, las shushupes son más bien raras, apenas se producen
encuentros veces al año. Sin embargo, en El Porvenir, como en quizás
muchas otras comunidades, la gente tiene la costumbre de matar a todas las
serpientes que se encuentra, especialmente las llamadas “serpientes rápidas”
diurnas, las afaningas, loro-machacuis (o loro-machacos), aguaje-machacuis,
pucuna-machacuis y similares, por ser muy visibles y tener un comportamiento
aparentemente agresivo.
Lo
que la gente común desconoce es que varias de ellas, totalmente inofensivas
para los humanos, son los predadores naturales de la shushupe y el jergón, por
lo que terminan siendo beneficiosas. Lo mismo podría decirse de otros animales
que la gente gusta de matar sin motivo alguno cuando prestan invalorables
servicios como depredadores de insectos: sapos, murciélagos (exceptuando la
única especie, entre más de 100 existentes en Loreto, que lame sangre humana,
el ‘masho’ o vampiro (Desmodus rotundus), y diversos reptiles.
Una
vez escuché a un viejo cauchero, creo que se apellidaba González, una
interesante historia sobre las serpientes. Él había trabajado la shiringa o
jebe casi cuarenta años en el lado brasileño del río Yavarí. Los caucheros están
bastante expuestos a accidentes con serpientes porque su trabajo los obliga a
internarse en el monte a diario y por largas horas. González me dijo que él no
había sido mordido por ninguna serpiente en su vida, pese a que tuvo muchos
encuentros, en contraste con lo que pasaba con sus vecinos ‘shiringueiros’ de
Brasil: todos habían sido mordidos varias veces. El secreto, según él, es que
se llevaba bien con ellas: nunca mataba ninguna, excepto precisamente a las
shushupes, a las que profesaba un odio comprensible porque había visto morir a
algunos compañeros picados por ellas. Sus vecinos “brashicos”, en cambio,
mataban a toda serpiente, venenosa o no, que se cruzase en su camino.
La
teoría y praxis de González no me parecen tan descabelladas. Es conocido que
muchos animales detectan por el olor (o de otras formas que no conocemos muy
bien) el humor y el carácter de los seres humanos: hay personas a las que
siempre les ladran los perros, y otras a las que nunca. Hay personas que
inmediatamente se hacen amigos de los animales domésticos cuando visitan una
casa, y otras que provocan su recelo automático, e incluso intentos de
agresión. También hay personas que provocan el llanto de los bebés humanos en
cuanto se acercan, mientras que otros provocan sonrisas… No me cabe ninguna
duda que eso tiene que ver con el carácter de las personas, sus buenos
sentimientos y actitudes; o como dirían hoy, su “buena vibra”.
No
por gusto algún filósofo escribió una vez que quien es amable con los animales,
también lo es con las personas, y quien es cruel con los animales, también lo
es con las personas.
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