(Haydith Vásquez Del Aguila)
Un joven profesor amaneció con la extraña
sensación de no saber si lo que le había pasado era real o parte de un sueño
que no quería despertar.
Iba recordando lo que le había sucedido
durante la noche, no podía creer que una
joven mujer de aspecto salvaje, hubiera sido capaz de irrumpir en su cuarto,
ofreciéndose, pero lo hizo y ahora él tenía que encontrarla, porque en esas
horas de placer que ella le ofreció, él había descubierto el verdadero amor.
Habían transcurrido ocho meses, desde que
llego a Shapaja por primera vez y era profesor de Matemáticas del Colegio
Secundario.
Era natural de Trujillo u sus amigos le
fastidiaban mucho y con cierta envidia le decían: ”Te vas a la mina de mujeres”,
“Qué afortunado eres”, ”Provecho con las charapitas”, eran los comentarios más
frecuentes, alimentados en parte por ese mito ancestral que gira en torno a las
mujeres de la selva.
Su llegada al pueblo había despertado
curiosidad en todos y se encontró de pronto con una realidad que no esperaba,
porque las muchachas no eran tan liberales como se había imaginado: el mito era
solo eso : un mito.
Ese día de su cumpleaños, estaba melancólico,
pero no se imaginaba que horas más tarde, el deseo que tenía el de estar con
una mujer, se convertiría en realidad.
Y poco a poco el Prof. Pablo se iba adaptando
a las costumbres selváticas, había ya luchado una guerra durante meses con los
mosquitos y zancudos y aun a veces perdía algunas batallas cuando no se echaba
el repelente en las tardes húmedas.
“Ya se olvidaran de Ud. Profesor, solo les
gusta la sangre nueva”, le decían los pobladores, riéndose.
Después de disfrutar el suculento almuerzo
(juanes) preparado en su honor, el resto de la tarde y la noche lo paso en su
cuarto leyendo. Tanto leyó que se quedó dormido, la luz en el pueblo se apagaba
a medianoche. Cuando en esa oscuridad, aquella mujer entro en su cuarto.
-¿ Quién eres? Se despertó asustado y por la
sombra llego a ver que era una mujer esbelta.
-¡Soy la sirena del Huallaga ¡ Pablo la oyó
susurrar y se iba acercando con su pelo tan largo y chorreando de lluvia
nocturna.
-¿ Quién eres? Volvió a preguntar y como respuesta obtuvo un
beso que le sello sus palabras.
No pudo negarse, al ser embestido de una
forma tan fiera y la amo ahí mismo, amparado en la oscuridad de la noche hasta
la madrugada.
Tuvo miedo de encender el lamparín de
kerosene, no quería verla, no quería hablarla, sentía miedo de saber su
identidad.
Ella lo entendió y se fue como llego, oculta
por la oscuridad con su pelo largo y mojado y con la sabana envolviendo su
delicado cuerpo.
Desde ese día el Prof. Pablo no encontró
tranquilidad, buscaba un cuerpo, un cabello mojado y largo, unos ojos que no había
visto. Sospechaba de todas las mujeres: profesoras, alumnas, vecinas. Se cansó
de buscar y esperar que ella apareciera: nunca lo hizo, ni en noches de lluvia,
ella no volvió y él ya estaba comenzando a creer que : la soñó.
-¡Ay joven Pablo¡ el espíritu de la selva te
ha hechizado” reía coqueta la Sra. Luisa al verle inapetente y demacrado por el
desvelo.
-“Estoy comenzando a creer en las leyendas”
decía Pablo con el rostro serio.
Una mañana estallo el escándalo en el pueblo,
doña Luisa le contaba a Pablo: El Juvenal casi mata a su hija a palos anoche,
la huambra está preñada y lo peor es que no sabe explicar quién es el padre.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo del
Profesor. Y si era ella, la que meses había buscado. Quiso ir a verla y le rogo
a doña Luisa que le llevara.
Al ver la palidez en su rostro, la señora
trato de tranquilizarlo.
-No es su alumna. Joven Pablo. La huambra se
atrasó, tiene 14 años y está en sexto de primaria, no creo que la conozca, pero
si quiere ir, lo llevare.
-“Una niña” dijo Pablo, no puede ser, no creo
que exista tanta precocidad planificada, pero aun así la duda le consumía.
Decidió ir, casi temblando llego a la casa de la muchacha, había gente afuera
que insultaba al desnaturalizado padre, que ahora tenía a su hija en agonía, ni
siquiera tenía la intención de llevarla a la Posta, no dejaba que nadie entre
en su casa.
Solo su madre le atendía y había rumores de
que estaba desangrándose por el aborto provocado.
El Prof. Pablo no pudo contenerse, sus ansias
por saber la verdad lo consumían, corrió y empujo a don Juvenal, reduciéndolo a
golpes, era la única forma de entrar y verla.
Todo el pueblo le apoyo cuando golpeo al
viejo miserable que pensaban lo hacía por una causa altruista y de humanidad.
Y entro a la vivienda, la encontró echada
casi sin vida, ahogándose en su propio llanto, le suplico a la madre que los
dejara solos. Quería saber, necesitaba saber.
Al mirarla descubrió su cabello largo y
lacio, su delgado cuerpo, sus ojos revelando su secreto. No había duda, la niña-mujer
que tenía enfrente, con todas sus penas encima era la misma que lo había amado
con todas las artes del amor en esa noche de lluvia.
Lloro escondiendo el rostro en su falda, la
amaba pero no podía evitar la decepción que le causo contemplarla tan joven,
tan indefensa como cualquier niña.
Con la voz entrecortada, le pregunto- porque
no volvió, porque desapareció de su vida con la misma facilidad con la que
llego.
-Ella con la inexperiencia de sus años, no
supo responder.
-La cargo y sin pronunciar palabras la llevo
hasta la orilla del rio, ante la mirada horrorizada del pueblo que presenciaba
este espectáculo.
Nadie decía nada, porque todos comprendieron
en ese instante lo que estaba sucediendo. Era como una marcha, triste final de
una historia de amor que nunca comenzó.
La coloco en la arena y los dos solo lloraban
“Siempre serás mi Sirena del Huallaga” le
dijo- mientras le daba el único beso de amor que le daría a esa niña, que había
llegado a cambiar su vida.
Pero, la niña-mujer murió en sus brazos.
que hermosa historia
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