domingo, 25 de octubre de 2015

L A G U A R D I A N A


El Puesto de Juan Cruz, “La Fortuna”, estaba a las orillas del río en el Bajo Ucayali, más de mil hás. de tierras constituían su propiedad, tenía jebe fino en el terreno inundable y plantaciones de yuca, maíz y frejol en el terreno firme.
En su almacén se apilaban sacos de arroz y azúcar, paneros de fariña, cajas con latas de salmón, carme americana, sardinas y camarones.
Y en la cocina se ahumaban carnes como la seca y rojiza de los venados, la tierna y grasosa de las huanganas y majaces.
Juan Cruz era feliz, había pasado la tormenta que estuvo a punto de aniquilarlo : la muerte de su esposa Ana María mordida por un jergón.
Juan Cruz creyó enloquecer de dolor y tuvo que sobrevivir porque tenía que educar a su tierna hija María Soledad, sino él se hubiera suicidado.
Ya en el mes de Diciembre estaba por concluir y María Soledad de 16 años, llegaría terminando sus estudios, desde Iquitos, donde había permanecido internada en el Pensionado de las Madres de Santa Ana y feliz Juan Cruz se paseaba por el largo malecón de su puerto.
De pronto, arrastrándose perezosamente la Guardiana se acercó a Juan Cruz.
¿Ya comiste, Guardiana?
Como si entendiese la pregunta, la gigantesca boa que medía ya cerca de 07 metros. de largo, frotó su cabeza oscura contra las piernas de Juan Cruz.
Hacía ya tres años que la boa era dueña y señora del puesto. Juan la había cazado cuando era muy tierna.
Caminaba un día por el bosque vigilando el trabajo de sus peones, cuando oyó un ruido apagado y vio una boa pequeña enroscada al cuerpo de un otorongo. Si la boa hubiese sido mayor, ahí terminaban las correrías del tigre, pero la boa era muy tierna y el otorongo no tardaría en destrozarla con sus garras afiladas.
Juan Cruz con un tiro certero de su rifle mató al otorongo. La boa estaba herida, Juan Cruz cogió a la boa y la llevó a su casa junto con la piel del tigre.
Con bálsamos curó las heridas de la boa y sanó.
La boa se quedó en el puesto, mansa y tranquila como un animal doméstico y en poco tiempo limpió la casa de toda clase de roedores.
Pero, ya era tiempo de librarse de tan peligrosa servidora, porque ya había desaparecido dos cerdos gordos y en ambas ocasiones la boa se ocultó y la encontraron con la barriga tremendamente gruesa, era la prueba de que ella había devorado a los cerdos.
Juan Cruz le tenía cariño al animal y no pensaba matarla. Iría con ella en una canoa y la dejaría en el bosque, era preciso hacerlo porque quién sabe si un día se le antojaba oprimir un cuerpo humano entre sus poderosos anillos.
De pronto, un peón, gritó: ¡Lancha!
Juan Cruz, dijo: ¡Es el Liberal!, en el cual, llegaba su hija María Soledad y se apresuró a bajar al puerto.
Y ahí llegaba su hija y se fundieron en un largo y apretado abrazo y se dirigieron a la casa-habitación.
Al entrar María Soledad, lanzó un grito de espanto, pues vio que una enorme boa, sujeta por la cola a una viga, se balanceaba lentamente.
No temas. Es Guardiana, un buen animal doméstico, es más mansa que una paloma.
De “La Fortuna”, río arriba, se encontraba el inmenso shiringal de don José Iturriarán, uno de los productores de goma elástica del Ucayali.
Don José Iturriarán tenía un hijo que siempre estaba mezclado en toda clase de escándalos porque derrochaba la plata de su padre.
Un día, David Iturriarán, llegó en su lancha a “La Fortuna” y al ver a María Soledad, quedó prendado de su belleza, porqué nunca se imaginó que su vecino tuviese una hija tan interesante y comenzó a enamorarla.
Desde entonces, David llegaba a “La Fortuna” con cualquier pretexto y Juan se dio cuenta de lo que ocurría en el corazón de su hija y se volvió taciturno pensando como haría para alejar a su hija de David.
Y súbitamente tomó una decisión: mandaría a su hija a Iquitos a casa de su madrina.
Y en la primera embarcación se embarcó con María Soledad, sin avisar de su partida más que a Rodolfo Peixoto, el viejo brasilero, recomendándole que si preguntaban por ellos, dijera que se habían dirigido al Alto Ucayali, ruta contraria a la que habían tomado.
Iturriarán no dejó de visitar la casa y un día su alegría fue grande al encontrar a Juan Cruz ya de regreso, pero María Soledad no estaba.
Y para consolarse viajó a Iquitos y Juan Cruz no se enteró de su partida.
Un mes después recibió una carta de la madrina de María Soledad, en ella le explicaba que su hija con pretexto salía a la calle y llegaba tarde la noche y que varias veces la había visto acompañado por Iturriarán y que inclusive iba al hotel en donde se alojaba David.
Juan Cruz llenó de gasolina su bote motor y acompañado de Peixoto con quién se turnaba en el manejo de la embarcación se dirigió a Iquitos viajando día y noche.
María Soledad quedó sorprendida al encontrarse con su padre y emprendió el regreso junto con su hija.
Había ya comenzado el trabajo de la extracción de goma y Juan Cruz todas las mañanas se iba a vigilar el trabajo y una tarde que recorría el bosque se sentía indispuesto y caminó en línea recta por el bosque, vio una embarcación, se aproximó y vio a su hija María Soledad con Iturriarán en un íntimo encuentro.
Quedó vagando por el bosque y regresó tarde a su casa, rumiando su dolor.
Un día llegó la lancha correo y un marinero le entrega algunas cartas y un paquete de periódicos.
Se puso a leer, de pronto vio en el periódico las notas sociales que decía un artículo: “Matrimonio concertado  entre el acaudalado comerciante DavId Iturriarán que se había comprometido con una de las distinguidas señoritas de la Sociedad de Iquitos y que en breve se realizaría el matrimonio”.
El diario se le cayó de las manos y gruesas lágrimas rodaron de sus ojos y pensaba que ya no tenía más que un deber ¡matar!, vengarse del hombre que se había burlado de su hija María Soledad.
De pronto escuchó un chillido lanzado por Peixoto, era la boa “La guardiana” que había clavado sus dientes en un cerdo.
Acudió Juan Cruz y con sus gritos y un palo puntiagudo obligó a la boa a soltar a la presa. La boa levantó la cabeza, furiosa, Juan Cruz la calmó haciendo que le diesen un gran cubo de leche.
Peixoto – dijo – esta boa es un peligro Don Juan, habrá que matarla.
Juan Cruz miró largamente al animal y sonriente le dijo: Ya la mataré. Por ahora haz que los peones traigan la jaula para encerrarla.
Pasaron los días, durante los cuales Iturriarán no visitó a “La Fortuna” , mientras tanto, la boa se contorsionaba dentro de la jaula haciendo esfuerzos por romper los barrotes.
¿ Por qué no lo sueltas, papá? – preguntó María Soledad. Debe estar muerta de hambre.
Ya la soltaré, por ahora está castigada. La soltaré a mi regreso de Tres Unidos.
¿Vas a ir allá? Preguntó ansiosa la muchacha.
Sí, tengo un asunto urgente que arreglar. Tú te quedarás de ama absoluta de “La Fortuna”.
A los dos días apareció David, acompañado de un empleado de su hacienda, después de unos minutos de conversación, Juan Cruz llamó a Peixoto y le ordenó que preparase la lancha para su viaje a Tres Unidos.
María Soledad y David Iturriarán cambiaron una mirada cómplice.
Luego de que David se embarca en su lancha, Juan Cruz se dirigió  a su hija y le dijo :” Mira, será mejor que me acompañes”, María Soledad pretextó que le dolía la cabeza. Su padre le dijo: Vienes conmigo, el aire del río te hará bien.
María Soledad agachó la cabeza sin responder, haciendo un gesto de disgusto.
Peixoto anunció que la embarcación estaba lista y los tres se encaminaron al embarcadero.
Al momento de partir, Juan Cruz manifestó: Caramba, he olvidado un documento importante.
Corrió a la casa, entró a la sala, se acercó a la jaula y dejó en libertad a la boa. De un salto ganó la puerta y la cerró tras de sí, mientras la boa se lanzaba para atraparlo.
La guardiana estaba furiosa y hambrienta.
Luego partieron en la embarcación aguas abajo.
En la noche llegaba en su embarcación David Iturriarán y se dirigió a la casa de Juan Cruz, hizo girar suavemente la perilla, entró y cerró la puerta, prendió su linterna y enfocó el dormitorio de María Soledad.
La luz deslumbrante la linterna, alumbró los ojos de la boa, Iturriarán se estremeció y en voz baja, y luego más alto llamó: María Soledad, María Soledad.
Ninguna respuesta y un terror inmenso se apoderaron de él y perdió la serenidad.
Y la boa como una flecha se lanzó contra él, clavándole sus colmillos en una de las piernas y luego un silencio profundo.
Peixoto oyó los gritos, pensó que era el “tunchi” y se cobijó más hasta la cabeza para librarse del maleficio del alma en pena que había entrado en la casa de sus patrones y durante el día no se aproximó a la casa.
La embarcación de Juan Cruz a las 4.00 p.m. antes de llegar al puerto, se detuvo y le dijo a María Soledad: Vamos a ver como esta ese yucal.
María Soledad contemplaba las plantas y Juan Cruz vio la embarcación de Iturriarán, desató la cadena y empujó el bote, a fin de que la corriente la llevase.
Regresó, se embarcaron, Peixoto, salía a recibirlos y lo primero que dijo fue: Oh, senhor, en la suya barraca andan almas en pena. Se oyen gritos y lamentos.
Tonterías. Tu miedo te hace oír esas cosas. So pedazo de dejado.
Se encaminaron a la casa. Todo el piso estaba cubierto de babas y la boa dormía con la barriga enormemente abultada.
María Soledad contempló con terror creciente las manchas del piso, reconoció la linterna de David y vio a la boa.
Comprendió lo que había ocurrido y se tapó la cara con las manos gritando.
Juan Cruz cogió su carabina y disparó dos tiros a la boa en la cabeza. Esta agitó su poderosa cola y luego quedó muerta.
Mientras que Juan Cruz reía con una risa estúpida.

Humberto Del Águila Arriaga

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