En la carretera de Cajamarca a Lima, sobre un cerro había
una garita de control de donde se veía toda la ciudad.
El Guardia Civil Eladio Torrejón cumplía servicio en
aquella garita, pidió a su colega Samuel Llajas que lo visitara, porque tenía
un buen “yonque”.
Torrejón y Llajas era buenos amigos y paisanos de
Chachapoyas y trabajaban en la ciudad de Cajamarca.
Llajas subiendo el cerro a pie por un filo de la
carretera, llegó a la garita y a eso de las 5.00 p.m., había niebla y hacía
mucho frío.
Te esperaba – le dijo
Torrejón, botella de yonque en mano.
Bebían y charlaban, así pasaba el tiempo hasta que se
hizo de noche.
De pronto, Torrejón le dijo a Samuel – reemplázame un
rato en el servicio de esta garita, porque quiero bajar a la ciudad.
Samuel le dijo : Con todo agrado y a que vas a Cajamarca..
Mi mujer me engaña Samuel – me engaña.
¿Qué? ¿La Edelina?
Ella misma, la Edelina con cara de ángel.
¿Estás seguro de ello, Eladio?
Casi seguro…con un mozalbete.
Y como lo sabes?
Callaron y bebieron otro trago.
Me voy, Samuel hazme el favor de reemplazarme en la
garita.
Y Eladio comenzó a bajar la cuesta cubierta con la niebla
por un margen de la carretera, sin oír lo que Samuel le gritaba: Cuidado,
vayas a cometer un crimen. Eladio…Cuidado.
Después de cruzar varias calles por entre la niebla,
llegó a su casa, la puerta se hallaba semiabierta…entró sigilosamente y en la
oscuridad de su dormitorio logró distinguir en la silla donde el colocaba su
pantalón, otro pantalón y escuchó en su cama los quejidos de la infidelidad.
Torrejón desenfundó su revólver y rápidamente prendió la
luz eléctrica y allí estaban los amantes desnudos y asustados.
Perdón, perdón le clamaba el burlador, arrodillado frente
a él con las manos en alto, Torrejón le agarró a patadas y lo arrojó desnudo a
la calle a patadas- diciéndole – Tú no tienes la culpa.
Lárgate – Quién tiene la culpa es esta ramera y volteó
hacia lu mjuer – cerrando la puerta.
Edelina trataba de ocultar su desnudez con la frazada, diciendo:
Perdóname, Eladio. No volveré a hacerlo. Perdóname.
Eladio le apuntaba con su revólver.
Perdóname.
Eladio de un tirón le quitó la frazada.
Bájate perra.
La mujer bajó de la cama, se arrodilló implorando.
Die perra, cuántas veces me has engañado.
Cuatro veces nomás, Eladio.
Solo con este hombre.
Solo con él.
Porque lo hacías.
Para agradarte.
Te pagaba.
Sí, Eladio – S/.35.00
Muéstrame el dinero de esta noche.
Y Edelina sacó debajo de la almohada los S/.35.00
Bien, cínica – le dijo Torrejón, sin dejar de apuntarle
con el revólver.
No te voy a matar, pero te me largas en este momento.
Edelina quiso vestirse.
No –le atajó Eladio.
Ponte el traje que te ha obsequiado tu amante ¿ese? Ese
te compré yo en tu cumpleaños ¿Ese otro? Tampoco. Lo compré yo.
Bueno ¿No te regaló ningún traje tu amante.
No, Eladio, no
No vuelvas en tu vida a pronunciar mi nombre. No perdamos
tiempo, vete a la calle, vete a la calle, con tu vergüenza desnuda, pero tú no
tienes vergüenza.
Fuera de aquí prostituta.
Y Edelina salió corriendo a la calle en medio de la
niebla y el frío desnuda.
Eladio salió también, echó llave a la puerta y se dirigió
a la garita.
Contó a su amigo Samuel todo lo sucedido…Samuel que tenía
la mano sobre el hombro de Eladio mirando desde el cerro la ciudad de Cajamarca
opacada por la niebla, dijo: En esta tierra, hace siglos los conquistadores
españoles apresaron y mataron al Inca Atahualpa.
Samuel se dio cuenta que había dicho algo que no venía al
caso, pero calló.
Todo era niebla en la ciudad de Cajamarca.
Francisco
Izquierdo Ríos.
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