Isaías
Charcape caminando por la playa solitaria, jalando su burro con alforjas
repletas de muy muy regresando a su pueblito de agricultores y pescadores.
Isaías
ayudaba a sus padres en las faenas de la pesca y vendía los muy muy con su
hermanita. Pescaba con su padre y vendía corvinas, lenguados y chitas.
Cuando
Ishaco caminaba por la playa con su burro aquel atardecer, oyó un grito en el
mar y vio unos brazos que se agitaban entre las olas.
Amarró
a su burro en una estaca, se desnudó y se lanzó a las aguas y batallando con
las olas logró acercarse a la persona que se ahogaba.
Era
un muchacho como él, Ishaco lo cogió por los hombros y comenzó a sacarle a la
orilla nadando vigorosamente, se cuidaba de que no lo abrace sino los dos se ahogaban,
hasta que salieron a la playa.
Ishaco
rápidamente se puso en pie, cargó al desconocido, lo colocó boca abajo para que
arrojara el agua ingerida, le flexionó los brazos, le dio respiración boca a
boca.
Hasta
que Ishaco notó con alegría que el muchacho respiraba y lo echó sobre su burro
y lo llevó a su casa.
¿Quién
sería el muchacho?
Ishaco
iba tomando conciencia acerca de él a medida que caminaban.
Era
blanco, rubio, con traje elegante, casaca de cuero y pantalón de fina tela,
reloj pulsera de oro con cadena de oro, le faltaba el zapato izquierdo que
seguramente le despojó el mar.
¿Quién
sería?
Quizás
uno que vino a Lima a pescar con anzuelo
desde las rocas y una ola se lo llevó.
Ya
anocheciendo, llegó a su casa, los perros le ladraban, salió la madre y corrió
a preparar una tarima, adonde el padre
le condujo al extraño en sus brazos.
Encendieron
la lámpara a kerosene, la señora le quitó la ropa mojada, le secó y frotó el
blanco cuerpo con una toalla, le vistió con una camisa y pantalón de Ishaco.
Guardó
su reloj de oro, le masajeó el rostro y el cuerpo con una infusión de
aguardiente y romero.
El
muchacho de un rato abrió los ojos y se quejaba, iba reaccionando. Ishaco y sus
familiares le acompañaban.
Tarde
la noche le dieron un jarro con caldo de pollo y comenzó a hablar.
Su
nombre era Enrique Polar Ugarteche, vivía con sus padres en San Isidro, Barrio
Residencial de Lima, calle Mariscal Palacios Nª 139 y su teléfono 320647.
Ishaco,
que sabía leer y escribir, pues cursaba el tercer año de primaria, iba
apuntando los datos en un cuaderno, porque sus padres eran analfabetos.
“Vine
a pescar con anzuelo, sin decir nada a nadie y una ola, una ola” y se quedó
dormido.
Muy
temprano Ishaco se fue a Mala, donde había un teléfono público. Sus padres y él
pensaron avisar a la policía de Mala, pero decidieron actuar de un modo
directo.
Ishaco
tuvo suerte, el teléfono estaba libre y marcó el número.
-
Aló…..el
número320647.
-
Sí contesta el
mayordomo de la casa.
-
Quiero hablar
con el señor.
-
¿ Co el señor?
¿ Y sobre qué?
-
Sobre su hijo
Enrique.
-
Sobre el niño
Enriquito. Espere, espere.
-
Aló soy la
madre de Enrique.
-
¿Dónde está mi
hijo?
-
Señora, se
halla en mi casa, en el pueblito de Asia, estaba ahogándose en el mar y yo lo
salvé.
-
¿Asia?
-
Sí señora,
después de Mala.
-
Nos vamos
enseguida.
-
Yo me llamo
Ishaco Charcape, pegunte en Asia por la casa de Ishaco.
-
Don José Polar
y doña Adriana Ugarteche, con el médico de la familia, llegaron al pueblito de
Asia en un flamante automóvil, recogieron a Enrique de la casa de Charcape y
volvieron a Lima.
-
¿Lo llevamos a
una clínica?
-
No,señora
Adriana, opinó el doctor: en la casa se repondrá bajo mi atención.
Ishaco
y su madre que iban con ellos, fueron relatándoles lo sucedido.
Todo
esto, le pasa a Enrique por caprichoso, por muy engreído. Tu Adriana, lo mimas
mucho, le dijo su padre.
Es
mi hijo, contestó la madre.
Llegaron
a la mansión, todo era un alboroto, la abuela, las hermanas, las tías de
Enrique, lloraban porque le creían desparecido.
La
casa de los Polar era lujosa.
Ishaco
y su madre se quedaron en el patio, nadie se acordó de ellos, hasta que
cansados, abandonaron silenciosamente la lujosa residencia.
No
pasó mucho tiempo, cuando Ishaco y su madre fueron a Lima y el Jr. de la Unión
vieron a doña Adriana con su hijo Enrique.
Ishaco
se dirigió a abrazar a Enrique, pero recibió de éste el mayor desprecio.
Doña
Adriana y su hijo entraron en la Iglesia de La Merced, santiguándose.
Mamá
– exclamó Ishaco casi llorando . No me
ha reconocido Enrique.
No
es él, Ishaco, le contestó su madre. No es él.
Pero
la señora estaba convencida de que era él.
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