Un árbol muy grande llamado
lupuna, de copa redondeada, como si fuera un hongo. Su tallo es blanco,
grueso,, abultado en la parte intermedia.
El urcututo, notable búho de la
espesura del bosque que todo lo observa,
emite su canto lastimero, pero se va pronto.
El vacamuchacha, ave negra y
lenta también llega en bandada y transmiten las malas noticias que la madre de
aquel árbol les comunica cada noche y se ufanan de las desgracias.
El paúcar, antes era hombre,
vivía en un pequeño poblado, cerca de un río, con su mujer e hijos.
A pesar de que todos los días
pescaba, cortaba leña, su vida transcurría en medio de muchas dificultades, es
decir siempre le faltaba el sustento.
Un día, le pasó algo extraño,
había salido de madrugada como siempre, con su hacha, porque ya le faltaba leña
en su casa y estuvo caminando por una trocha que no reconocía, hasta que fue a
dar a un bosque de árboles completamente secos.
Se alegró mucho y de inmediato
comenzó a cortar los árboles. Para su desgracia la madera era muy dura,
impenetrable.
Entonces se puso triste,
contrariado el hombre, con ganas de regresar pero indeciso, porque aún no había
conseguido nada de leña, se le ocurrió una idea descabellada, prenderle fuego a
ese bosque por intentar burlarse de él.
Sacó una cajita de fósforos,
prendió, lo arrojó a un árbol y esperó. No hubo fuego, por el contrario de la
nada un viento sopló con insistencia apagándolo todo, como una señal para que
desistiera en sus intentos.
Pero el hombre encendió sus
palillos y los fue regando en cada árbol.
Cuando terminó, sin saber cómo,
ni porqué, estuvo en medio del bosque, donde había un árbol que no estaba seco,
enorme y extraño de tallo abultado.
Ya para esto, el fuego se
levantaba a su alrededor imparable.
Desesperado el hombre trepó al
árbol con urgencia, más cuando estuvo subiendo, una pequeña llama se impregnó
en parte de su ropa y se mantuvo encendido.
Una vez arriba, creyendo que
moriría quemado, se puso tan pálido que la parte delantera de su cuerpo se
volvió completamente amarilla.
Al mismo tiempo, el humo del
incendio fue impregnándose en su espalda, tiñéndola de negro.
Y negro y amarillo fue el color
de su piel, debido a que utilizó a destiempo las hojas del árbol para
protegerse del humo y del fuego.
Asustado, comenzó a pedir
ayuda, gritaba fuerte, desesperado, pero sus lamentos nadie los oía.
No supo en que momento su boca
se convirtió en pico, ni como su piel terminó cubriéndose de plumas, no
obstante alzó vuelo y se retiró por la selva.
Voló alto, huyendo de la muerte
y llegó a una fuente de aguas cristalinas, el agua calmó su sed, aminoró el
cansancio y hasta le dio tranquilidad, pero también le sirvió de espejo.
Se miró a sí mismo, vio sus
plumas, su cuerpo ennegrecido, las manchas amarillas cerca de su pecho, su pico
¡todo!.
Era un pájaro de plumaje
colorido, vistoso, poseedor de cualidades superiores a las de las demás aves,
pero su canto era estridente y poco melódico, que le hizo sentir una enorme
tristeza.
Desde entonces, el paúcar trató
de hablar, lo intentó por mucho tiempo, no obstante lo único que pudo lograr
fue un llanto parecido al de los niños, algunas risas de mujeres y el canto de
uno que otro animal.
Un día, resuelto a solucionar
sus problemas y con el afán intenso de convertirse nuevamente en hombre, buscó
el árbol donde inició su desgracia: la lupuna.
Posándose en su copa, le habló
así:¿ Que me has hecho, árbol? ¿ Y por qué?.
La lupuna le respondió:” Lo que
eres, te lo hiciste tú. Destruiste parte
de esta vida, de tu mundo, por ello, seguirás siendo una ave para siempre y los
humanos querrán matarte cuando te vean.
Dirán ellos, que tu presencia
no es benigna, que portas malas noticias. Tus mismos hijos van a intentar
quitarte la vida.”
El paúcar no quiso seguir
escuchando:”¡Basta¡ pareció decir y se fue volando en busca de su familia
abandonada.
No había regresado antes, era
la primera vez que lo hacía y sentía temor al imaginar que no lo iban a
reconocer.
Llegó y vio a sus hijos, los
reconoció de lejos, caminando cerca al río, estaban crecidos, fuertes, muy
parecidos a él cuando era hombre.
Quizás si les hablaba pensó de
repente ellos se darían cuenta de que su padre había regresado y se acercó para
explicarles a su modo.
Sin embargo, los jóvenes se
alertaron y uno de ellos cogió una piedra, pero en el instante en que levantaba
la mano del suelo, una serpiente le mordió el brazo.
El otro resbaló y cayó sobre
una roca hasta quedar inconsciente.
Un poblador que estaba cerca,
acudió a brindar auxilio a los hijos del paúcar, los levantó, llamó a la madre
y está acompañada de su nueva pareja, un hombre bastante fornido dijo :” Maten
a ese paucar”.
Estos pájaros no son buenos,
traen peligro y todos agarraron piedras y palos dispuestos a matar al paucar.
El paúcar escapó a tiempo, voló
y no paró hasta llegar al árbol de lupuna, que parecía reírse de a desgracia
del pájaro.
El paucar decidió quedarse a
vivir en las ramas más altas de la lupuna e hizo su nido con restos de lianas y
hojas colgantes.
Pero siempre los hombres
trataban de matarle, cuando pasaban cerca y le oían cantar.
El paucar hizo un convenio con
las avispas, ofreciéndole en limpiar el panal de las avispas a cambio de
resguardo.
Las avispas aceptaron y así el
paucar cohabita con estas avipas que se enfurecen con facilidad y cumplen la
parte del convenio.
Pero el árbol de la lupuna,
aparte de albergar al paucar, tiene su madre.
La gente no se acerca mucho
cuando se cruza con una, más bien se apartan y buscan otro camino, porque
además de escuchar las maldiciones y malas noticias del paucar, bien podría un
chullachaqui o una lamparilla interrumpir su avance.
Una vez, un cazador se acercó
más de lo necesario y acabó mal. Había estado siguiendo el rastro de una
huangana, todo el día, sin imaginar que terminaría en la lupuna.
Y fue que las grandes aletas de
este árbol se abrieron para dar pase a un túnel oscuro, ancho que parecía
albergar dentro huanganas, venados, monos, manacaracos, pinshas, paujiles,
guacamayos y otros tantos animales que no llegaba a reconocer el cazador, pero
que sí imaginaba serían deliciosos en su mesa.
Entró en dicho túnel guiado por
la codicia y las aletas se cerraron al instante.
El cazador veía unos ojos
brillantes en el aire encima de su cabeza, otro enfrente, al costado.
Eran ojos de animales gigantes,
raros, incompletos algunos.
Por ejemplo, la huangana tenía
cabeza de pinsha, el manacaraco cuerpo de venado, paujiles que comían en cuatro
patas y otros.
El cazador enmudecido de miedo,
se arrinconó junto a unos enormes hongos.
La huangana fue hasta él y le dijo:”¿Podemos
comerte? Nos agradaría tu carne y le dijo a los demás animales ¿ Verdad que sí?
Y todos se rieron.
La huangana le dijo:” Yo solo
quiero tu cabeza, que agradable deben ser tus ojos, tus orejas y tu boca”.
El cazador miró y vio a un
hombre encorvado, viejo, narizón , envuelto en una piel larga y dorada, tenía
unos pies enormes, poseedores de unas uñas horrendas.
El cazador no puedo más y
comenzó a vomitar y con su escopeta disparó con furia varias veces y las aletas
de la lupuna se abrieron.
Hasta hoy, el cazador sueña con
animales deformes y si por casualidad una lupuna se atraviesa en su camino,
recuerda a su madre, en su mente ve su horrorosa cara y aquellos piés tan descomunales
y sufre, los escalofríos terminan por darle fiebres altas.
Miuler Vásquez Gonzáles
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