(Contado
por Rogelio Terán, Chonta Alta - San Bernardino - San Pablo)
Un
hombre se encontraba parado a la orilla de la carretera en medio de una oscura
y tenebrosa noche mientras caía un fuerte aguacero. Esto sucedió en la
madrugada de un 31 de octubre -noche de brujas-, más o menos a dos kilómetros
del cruce de una vía que conducía a dos pequeños poblados.
Pasaba el
tiempo y el clima se ponía peor, y aun así, los pocos vehículos que transitaban
a esa hora no se detenían a pesar de las señas que les hacía.
La
lluvia era tan fuerte que apenas nuestro personaje alcanzaba a ver a unos tres
metros de distancia. De repente vio cómo un extraño auto se acercaba lentamente
y al final se detuvo. El hombre, sin dudarlo se subió al auto y cerró la puerta.
Volteó su mirada y se dio cuenta, con asombro, que nadie lo iba manejando.
El
auto, entonces, arrancó suave y pausadamente. Aterrorizado, miró hacia la
carretera y se dio cuenta que adelante había una curva. Mojado hasta los
huesos, se siente totalmente congelado.
El
hombre asustado comienza a rezar e implorar por su salvación al advertir su
trágico destino. No había terminado de salir de su espanto, cuando justo antes
de llegar a la curva, una mano tenebrosa entra por la ventana del conductor y
mueve el volante lentamente pero con firmeza.
Paralizado
del terror y sin aliento, medio cierra sus ojos, se aferra con todas sus
fuerzas al asiento, inmóvil e impotente ve como sucedía la misma situación en
cada curva del tenebroso y horrible camino, mientras la tormenta aumentaba su
fuerza.
Asustado
y sacando fuerzas de donde ya no quedaban, se baja del auto y se va corriendo
hacia el pueblo más cercano. Deambulando, todo empapado, se dirige hacia una
cantina que se percibe a lo lejos.
Entra
en ella, y a pesar de la hora, pide dos "media bucha" de aguardiente
y, temblando aún, les empieza a contar la horrible experiencia que acababa de
pasar a los pocos contertulios que lo acompañaban a libar el licor.
A la media hora llegan dos hombres totalmente mojados; se hizo un silencio casi sepulcral ante el asombro de todos los presentes. El miedo asomaba por todos los rincones del lugar.
mojados, y molestos le dice uno al otro:
"Mira Juan: allá está el hijo de p.... que se subió al carro cuando lo veníamos empujando.
Carlos
Velásquez Sánchez
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