(Cristian
Meléndez Obregón
A
sus quince años, Isabel se había convertido en la flor más deseada, no solo del
barrio sino de todo el pueblo.
Era
común ver llegar por las tardes a jóvenes que se acercaban a enamorarla, pero
siempre chocaban con su abuelita que la protegía porque siempre salía con ella.
Pero
alguna vez, tenía que pasar porque la pretendía el hijo del Alcalde que era un
tipo presumido que si bien tenía su pinta y atraía las moradas de las muchachas
y era antipático con los demás por su arrogancia en su trato con las perdonas
humildes, sobre todo su hablar grosero y lo único que le interesaba era
enamorar a la bella Isabel.
A
la bella se le veía conversar por primera vez con un joven y con la aprobación
de su abuelita.
Decían
los vecinos que la abuelita dio el permiso a su nieta para salir y verse con
Javier y las visitas del pretendiente se hacían más frecuentes, se le veía
traer regalos a la bella Isabel y también a la abuelita.
Y
los demás jóvenes perdieron rápidamente el interés en Isabel, no se sentían
capaces tal vez de enfrentar a este contendiente que además de pinta tenía
dinero.
Una
tarde cuando Javier vino en una moto nueva, salieron los dos juntos a pasear,
según le habían dicho a la abuelita una horita nomás y la traigo, le dijo.
Y
a las diez de la noche, Isabel regresó sola, se les escuchó llorar juntas y la
que más lloraba era Isabel.
Javier
ya no apareció a verla, era un miserable que se había aprovechado de la
ingenuidad y pobreza de la bella Isabel.
Fue
así que ella supo que su belleza más que alegrías le traería lágrimas y cerró
su corazón a todo afecto y a todo amor.
El
destino, la vida o quien sabe, tal vez el mismo diablo tuvo que ver en todo
esto, lo cierto que al pueblo vino un cura nuevo en reemplazo del cura Jacinto.
Ignacio
así se llamaba el cura nuevo y desde que llegó las vecinas no dejaban de hablar
de lo guapo y joven que era el padrecito.
A
tal punto llegaron las cosas que algunos maridos recelosos prohibían que sus
mujeres se fueran a misa y otros que iban a misa con sus esposas para vigilarla
y también decenas de jovencitas iban a misa por el cura guapo.
Tanto
hablar los vecinos de este cura guapo, hizo decidir a la bella Isabel ir a misa
esa noche con su abuelita.
Al
cura Ignacio se le notó algo nervioso esta vez, a mitad de misa se percató de
unos ojos fijos en él, de ahí en adelante el cura se equivocó en más de una
ocasión en su sermón y hasta la señal del padre nuestro lo hizo mal.
Isabel
sonreía, pues sabía que ella era la causa de tal perturbación. Y así todas las
noches Isabel y su abuelita se iba a la Iglesia temprano y no tardaron en
surgir los comentarios y las miradas acusatorias.
Fue
un martes, en una noche oscura sin luna, justo a media noche que se oyeron
relinchos tan fuertes, que medio pueblos se despertó.
Unos
pobladores contaron que vieron a una hermosa mula que corría primero por la
cancha donde se jugaba fútbol, luego por las calles, siempre relinchando
horrendamente y al final se perdió por el camino a la chacra de don Nicanor por
donde hay un barranco hondo y no era la mula de ninguno del pueblo.
Y
el jinete que montaba a tan majestuosa mula decía que era como un enano vestido
de negro con una gran nariz y sombrero, otro decía que era como una especie de
pequeño monje sin cabeza y que tenía en la mano un látigo de cuero.
Al
día siguiente las personas hablaban con recelo sobre este raro acontecimiento.
Es
la runamula, dijo la Sra. Consuelo quién sabía sobre estos misterios de la
selva.
El
viernes en la noche nuevamente a las doce de la noche, salió de entre el monte
la mula y su jinete.
Doña
Consuelo explicó que la runamula sale justo los días martes y viernes por que
son los días preferidos de los diablos y los espíritus malos para manifestarse
y alguna mujer deben andar en amoríos con el cura, dijo.
A
nadie le quedó duda alguna de quién se trataba y miraron a los lejos la casa de
Isabel.
Como
para confirmar la sospecha de que se tenía de ella, Isabel no salió de su casa
ni sábado ni domingo y cuando le preguntaban a la abuelita, por qué no salía
Isabel, respondía que estaba enferma en cama.
Los
niños no querían ni acercarse a su casa por temor a la runamula como ahora la
llamaban.
Y
un grupo decidió esperar el martes desde las once de la noche a la runamula.
Habían
conseguido bastante achiote y lo diluyeron en un balde grande de Palmerola y se
repartieron en bolsas pequeñas como municiones.
La
idea no era lastimarla mucho sino mancharla de rojo y dejarle algunos moretones
para reconocerla al día siguiente entre todas las mujeres del pueblo.
A
las once de la noche uno por uno iban llegando, Juvencio como era mayor y el
más osado, era el líder del grupo.
A
las doce Juvencio dio un silbido, era la señal para tener a mano las bolsas de
achiote y algunos sus baladoras.
Unos
instantes después a lo lejos se acercaba el sonido de carrera de un animal.
Es
la runbamula – gritó Juvencio, sus patas golpeaban la tierra casi al ritmo del
latido de los corazones de los muchachos.
Y
vieron sus ojos rojos como tizones acercarse hacia donde estaban escondidos. No
sé quien lanzó la primera bolsa, tuvo que ser Juvencio seguramente, luego todos
en cuestión de segundos lanzaron sus bolsas con achiote.
Varios
cayeron a la runamula , a pesar de lo veloz que era y los de las baladoras
tiraban sus piedras.
Vi
como la runamula quiso detenerse al parecer y enfrentarnos, pero ahí mismo le
cayó un baladorazo en su costado izquierdo, el jinete enano pareció dudar un
instante entre atacar y seguir su camino.
Optó
por lo segundo, jinete y mula se perdieron por el barranco y no lo siguieron.
En
la mañanita antes de ir a la escuela, pasé por la casa de Isabel a ver si había
alguna novedad y nada porque su casa aún permanecía cerrada.
En
la escuela, nos vimos en el recreo toda la mancha y acordamos en ir por la
tarde cerca a la casa de Isabel.
Lo
que no esperábamos era encontrar mucha gente fuera de la casa y los vecinos
conversaban en la vereda y en la calle.
Me
acerqué a preguntar a mi prima Hilda que era lo que pasaba y me dijo:” Bien mal
está Isabel, su abuelita está pidiéndonos apoyo para hacerle curar en el
Hospital.
Amaneció
no sabe cómo, manchada con achiote el cuerpo y con una costilla rota.
Los
de la mancha nos mirábamos asustados, pero nos habíamos hecho la promesa de no
decir a nadie de lo que hicimos y uno por uno nos íbamos quitando a nuestra
casa.
Isabel
dejó de golpe de ir a la Iglesia por un tiempo porque estaba mal y tenía que
recuperarse. No tardó ni dos meses más y el cura Ignacio pidió su cambio a otra
parroquia lejana.
Vino
en su reemplazo un cura viejón de barba blanca y alguien dijo por ahí que vio
al cura Ignacio irse del pueblo llorando tristemente.
Desde
entonces no se ha sabido en el pueblo de más apariciones de la runamula.
Y
que fue de Isabel, se casó y se fue a vivir a Lima y viene todos los años para
la fiesta patronal con su esposo a su `pueblo.
Carlos
Velásquez Sánchez
Muy educativo el cuento gracias por su aporte a la educación
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