jueves, 17 de mayo de 2018

LA BELLA RUNAMULA


                               (Cristian Meléndez Obregón
A sus quince años, Isabel se había convertido en la flor más deseada, no solo del barrio sino de todo el pueblo.
Era común ver llegar por las tardes a jóvenes que se acercaban a enamorarla, pero siempre chocaban con su abuelita que la protegía porque siempre salía con ella.
Pero alguna vez, tenía que pasar porque la pretendía el hijo del Alcalde que era un tipo presumido que si bien tenía su pinta y atraía las moradas de las muchachas y era antipático con los demás por su arrogancia en su trato con las perdonas humildes, sobre todo su hablar grosero y lo único que le interesaba era enamorar a la bella Isabel.
A la bella se le veía conversar por primera vez con un joven y con la aprobación de su abuelita.
Decían los vecinos que la abuelita dio el permiso a su nieta para salir y verse con Javier y las visitas del pretendiente se hacían más frecuentes, se le veía traer regalos a la bella Isabel y también a la abuelita.
Y los demás jóvenes perdieron rápidamente el interés en Isabel, no se sentían capaces tal vez de enfrentar a este contendiente que además de pinta tenía dinero.
Una tarde cuando Javier vino en una moto nueva, salieron los dos juntos a pasear, según le habían dicho a la abuelita una horita nomás y la traigo, le dijo.
Y a las diez de la noche, Isabel regresó sola, se les escuchó llorar juntas y la que más lloraba era Isabel.
Javier ya no apareció a verla, era un miserable que se había aprovechado de la ingenuidad y pobreza de la bella Isabel.
Fue así que ella supo que su belleza más que alegrías le traería lágrimas y cerró su corazón a todo afecto y a todo amor.
El destino, la vida o quien sabe, tal vez el mismo diablo tuvo que ver en todo esto, lo cierto que al pueblo vino un cura nuevo en reemplazo del cura Jacinto.
Ignacio así se llamaba el cura nuevo y desde que llegó las vecinas no dejaban de hablar de lo guapo y joven que era el padrecito.
A tal punto llegaron las cosas que algunos maridos recelosos prohibían que sus mujeres se fueran a misa y otros que iban a misa con sus esposas para vigilarla y también decenas de jovencitas iban a misa por el cura guapo.
Tanto hablar los vecinos de este cura guapo, hizo decidir a la bella Isabel ir a misa esa noche con su abuelita.
Al cura Ignacio se le notó algo nervioso esta vez, a mitad de misa se percató de unos ojos fijos en él, de ahí en adelante el cura se equivocó en más de una ocasión en su sermón y hasta la señal del padre nuestro lo hizo mal.
Isabel sonreía, pues sabía que ella era la causa de tal perturbación. Y así todas las noches Isabel y su abuelita se iba a la Iglesia temprano y no tardaron en surgir los comentarios y las miradas acusatorias.
Fue un martes, en una noche oscura sin luna, justo a media noche que se oyeron relinchos tan fuertes, que medio pueblos se despertó.
Unos pobladores contaron que vieron a una hermosa mula que corría primero por la cancha donde se jugaba fútbol, luego por las calles, siempre relinchando horrendamente y al final se perdió por el camino a la chacra de don Nicanor por donde hay un barranco hondo y no era la mula de ninguno del pueblo.
Y el jinete que montaba a tan majestuosa mula decía que era como un enano vestido de negro con una gran nariz y sombrero, otro decía que era como una especie de pequeño monje sin cabeza y que tenía en la mano un látigo de cuero.
Al día siguiente las personas hablaban con recelo sobre este raro acontecimiento.
Es la runamula, dijo la Sra. Consuelo quién sabía sobre estos misterios de la selva.
El viernes en la noche nuevamente a las doce de la noche, salió de entre el monte la mula y su jinete.
Doña Consuelo explicó que la runamula sale justo los días martes y viernes por que son los días preferidos de los diablos y los espíritus malos para manifestarse y alguna mujer deben andar en amoríos con el cura, dijo.
A nadie le quedó duda alguna de quién se trataba y miraron a los lejos la casa de Isabel.
Como para confirmar la sospecha de que se tenía de ella, Isabel no salió de su casa ni sábado ni domingo y cuando le preguntaban a la abuelita, por qué no salía Isabel, respondía que estaba enferma en cama.
Los niños no querían ni acercarse a su casa por temor a la runamula como ahora la llamaban.
Y un grupo decidió esperar el martes desde las once de la noche a la runamula.
Habían conseguido bastante achiote y lo diluyeron en un balde grande de Palmerola y se repartieron en bolsas pequeñas como municiones.
La idea no era lastimarla mucho sino mancharla de rojo y dejarle algunos moretones para reconocerla al día siguiente entre todas las mujeres del pueblo.
A las once de la noche uno por uno iban llegando, Juvencio como era mayor y el más osado, era el líder del grupo.
A las doce Juvencio dio un silbido, era la señal para tener a mano las bolsas de achiote y algunos sus baladoras.
Unos instantes después a lo lejos se acercaba el sonido de carrera de un animal.
Es la runbamula – gritó Juvencio, sus patas golpeaban la tierra casi al ritmo del latido de los corazones de los muchachos.
Y vieron sus ojos rojos como tizones acercarse hacia donde estaban escondidos. No sé quien lanzó la primera bolsa, tuvo que ser Juvencio seguramente, luego todos en cuestión de segundos lanzaron sus bolsas con achiote.
Varios cayeron a la runamula , a pesar de lo veloz que era y los de las baladoras tiraban sus piedras.
Vi como la runamula quiso detenerse al parecer y enfrentarnos, pero ahí mismo le cayó un baladorazo en su costado izquierdo, el jinete enano pareció dudar un instante entre atacar y seguir su camino.
Optó por lo segundo, jinete y mula se perdieron por el barranco y no lo siguieron.
En la mañanita antes de ir a la escuela, pasé por la casa de Isabel a ver si había alguna novedad y nada porque su casa aún permanecía cerrada.
En la escuela, nos vimos en el recreo toda la mancha y acordamos en ir por la tarde cerca a la casa de Isabel.
Lo que no esperábamos era encontrar mucha gente fuera de la casa y los vecinos conversaban en la vereda y en la calle.
Me acerqué a preguntar a mi prima Hilda que era lo que pasaba y me dijo:” Bien mal está Isabel, su abuelita está pidiéndonos apoyo para hacerle curar en el Hospital.
Amaneció no sabe cómo, manchada con achiote el cuerpo y con una costilla rota.
Los de la mancha nos mirábamos asustados, pero nos habíamos hecho la promesa de no decir a nadie de lo que hicimos y uno por uno nos íbamos quitando a nuestra casa.
Isabel dejó de golpe de ir a la Iglesia por un tiempo porque estaba mal y tenía que recuperarse. No tardó ni dos meses más y el cura Ignacio pidió su cambio a otra parroquia lejana.
Vino en su reemplazo un cura viejón de barba blanca y alguien dijo por ahí que vio al cura Ignacio irse del pueblo llorando tristemente.
Desde entonces no se ha sabido en el pueblo de más apariciones de la runamula.
Y que fue de Isabel, se casó y se fue a vivir a Lima y viene todos los años para la fiesta patronal con su esposo a su `pueblo.
Carlos Velásquez Sánchez


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