(DARWIN CORDOVA VASQUEZ)
En noche
de luna llena, las calles del pueblo de Selva Alegre se habían convertido en
tétricos escenarios donde se presentaba a todo galope y relinchando
espantosamente una sobrenatural mula, cabalgada por un diablillo de traje negro
y sombrero vueludo.
Loa
pobladores temerosos se preguntaban cuál de las mujeres casadas burlaba a su
marido y recorría el pueblo los martes y viernes por las noches escupiendo
candela por la boca y relinchando convertida en la legendaria runamula.
Los
comentarios sobre estas diabólicas apariciones especulaban que la
administradora de un bar mantenía una aventura con un hombre casado, hablaban
de la presidenta del club de madres que viajaba muy seguido al distrito para
realizar gestiones, de la señora que viajaba los fines de semana para dejar
víveres a sus hijos que estudiaban en la ciudad.
Además
algunos warmishcos se iban de boca y mancillaban honores, a tal punto que las
autoridades locales empezaron a registrar denuncias y sanciones por difamación
y calumnia según sus normas de convivencia comunal.
En Selva
Alegre, vivía Ulico un destacado chapanero que a raíz de las apariciones
malignas empezó a notar un repentino cambio en su esposa Antuca a quién la
encontraba esquiva y fría.
Todo
coincidió desde que el Padre Julián llegó a la comunidad a rehabilitar la vieja
iglesia para celebrar la misa el primer domingo de cada mes, además Antuca
decidió pertenecer al grupo de oraciones, luego del bautizo de sus dos menores
hijos.
Pero,
¿Por qué desconfiar del cura Julián? , era una persona caritativa y buena,
jugaba con los niños, realizaba donaciones de ropa, semillas y herramientas
agrícolas.
Promovía
campañas médicas gratuitas, ayudaba en las gestiones comunales, era muy querido
en el pueblo y siempre le despedían con acémilas cargadas de maíz, poroto,
plátano, fariña y carne de monte.
Pero el
Padre Julián prefería llevar carne fresca, además Ulico era sub cazador
preferido a quién siempre le daba media botella de aguardiente de caña,
mapachos y un paquete de balas, antes de mandarle a chapanear a un monte lejano
donde abundaban los animales silvestres.
De quién
más sospechar, ahora todo está claro, Antuca es la runamula se decía a sí
mismo, Ulico quién ya no era el mismo de antes, su semblante había cambiado,
mientras su mente mortificada maquinaba como descubrir in fraganti a su mujer.
A pesar
que los sermones del Padre Julián concluían en que la confianza era la base de
una relación armónica, no lograba tranquilizar a los feligreses.
En el
pueblo se rumoreaba entre bromas y en serio que él era el diabólico jinete de
la runamula, pues varias veces le habían visto salir de la casa de Ulico a
altas horas de la noche.
Pero, el
murmullo empezó a sonar cada vez más fuerte, cuando el cura mandó construir dos
habitaciones frente a la casa del
chapanero para él y una monjita joven catequista que en algunas ocasiones le
acompañaba, alegando la incomodidad de pernoctar en la casa comunal a merced de
murciélagos y culebras que entraban con frecuencia.
Un
viernes de luna llena, Ulico regresaba de chapanear más temprano que de
costumbre cargando un picuro gordo.
Cuando
iba cruzando el campo de fútbol, se sorprendió al ver la silueta de una mujer
que corría.
Nerviosamente
se escondió detrás de un cocotero para verla mejor sin dejarse notar. La
misteriosa mujer llegó al centro del campo y tras revolcarse tres veces sobre
su propia orina, se convirtió en una mula.
Luego
apareció en escena un hombrecillo de traje negro, látigo dorado y sombrero
dorado, montó ágilmente a la briosa mula y después de azotarla con furia,
empezó a recorrer el pueblo a todo galope.
La
espantosa mujer mula arrojaba candela por la boca y chispas en cada latigazo.
Por alguna
extraña razón, las piernas de Ulico no obedecían a su voluntad y se quedó
dormido en el suelo con el picuro de almohada.
Cuando
el chapanero mojado por el sereno, se despertó aturdido al escuchar el trote de
la maléfica mula.
Pensó
que se trataba de una horrible pesadilla, sin embargo era el mismo diablo y la
reencarnación del pecado que retornaban de su paseo fantasmal.
El
hombrecillo desapareció en un abrir y cerrar de ojos, mientras la bestia volvió
a realizar el diabólico ritual, pero con
las vueltas al revés para transformarse nuevamente en mujer y salir rápidamente
del campo.
Ulico no
pudo distinguir a cual casa se metió ya que había una espesa niebla.
El
ambiente tenía un fuerte olor a azufre, se armó de valor y se fue corriendo a
su casa en donde encontró a su mujer durmiendo plácidamente, se quedó mirándola
un buen rato, hasta que logró conciliar el sueño.
Al
amanecer doña Antuca había preparado un caldo de picuro y desde su cocina se
percibía un agradable aroma y Ulico no contó a nadie lo sucedido.
-Curita
pendejo, esta misma bala que me diste acabará contigo, se dijo así mismo el
chapanero convencido de que el Padre Julián era quién se divertía con su mujer,
mientras él se iba a chapanear al monte.
Entonces
tomó sus implementos de caza y fingiendo dirigirse al monte, se quedó escondido
en las afueras del pueblo, esperando el momento oportuno para pillar a su
mujer.
Luego de
algunas horas, cegado por los celos entró bruscamente a su casa con la escopeta
lista y al no encontrar a su mujer, su corazón zapate´p locamente.
Temblando
de furia la buscó por todos los rincones y solo sus hijitos dormían sobre una
estera de yarina.
Con la decepción
el hombre se acobardó y de pronto vio a lo lejos la llama de un mechero y dos
siluetas.
Se
escondió detrás de la puerta y cuando llegaron al umbral, les enfocó con su
linterna y disparó, pero desvió el tiro al techo y el estruendo despertó a todo
el vecindario.
Una
fracción de segundo hubiera bastado para acabar con la vida de su mujer y de su
propia madre, quienes regresaban de atender el parto de una de sus comadres.
El
chapanero inventó una historia para justificar su extraño comportamiento, antes
de llorar arrepentido, arrodillado frente a las nerviosas mujeres y sus
sollozantes hijos.
Pero
Ulico continuaba obsesionado, es así que un martes por la noche decidió hacer
guardia en su propia casa y cuando su mujer dormía profundamente ató su talón
con una cuerda a la pata de su cama, colocó doble tranca a la puerta y cruzó en
ellos dos ramas de huingo y se mantuvo alerta.
Pasada
la medianoche escuchó relinchos y alocados trotes.
Al
asomarse por la ventana vio algo sobrenatural, entonces reflexionó sobre su
absurdo proceder, desató a Antuca y la abrazó con mucha ternura, pero al dormir
tuvo una terrible pesadilla de dos mulas que le perseguían, una blanca
completamente animal y otra negra con el torso de mujer, manteniéndolo en
sobresalto hasta el amanecer.
Cansados
de los misteriosos acontecimientos, Ulico y otros hombres del pueblo se
organizaron para desenmascarar de una vez por todas a la runamula.
Mandaron
bendecir pretinas y hebras de sogas de caballos en la iglesia del distrito con
la finalidad de atravesarlas en las calles del pueblo para que al mantearse la
mula tomase por algunos segundos su forma original de mujer.
Pasaron
tres semanas, hasta que un caluroso martes, los hombres ya estaban tras sus
pasos, con piedras, palos y escopetas, además de crucifijos, mapachos,
timolina, agua bendita, orina fermentada, cola de yegua, tintura de huito entre
otros insumos de una receta ancestral para descubrir la identidad de la
libertina y liberándola de la maldición de la infidelidad.
Mientras
unos valientes hombres arriesgándose a ser atacados, intentaron fallidamente
arrear a la bestia hacia las pretinas y sogas, otros eufóricos corrían por las
afueras del pueblo paleando a otra briosa mula que logró escapar en medio de la
oscuridad.
Ya casin
de día, con sensaciones de miedo se reunieron en el campo para hacer un balance
de la jornada.
Cada
hombre tenía la misión de revisar a su mujer y alertar si sospechaba de alguna
otra que presentara marcas a consecuencias de la paliza nocturna.
Ulico al
notar un moretón en la pierna izquierda de Antuca, estaba convencido de que era
la runamula.
Sin
hacer alboroto tomó a sus hijos y los
dejó en casa de una vecina y luego regresó a encararla para conseguir su
confesión, pero ella negó los cargos y mostrando otro hematoma en el brazo,
loraba jurando que las marcas los había hecho al caerse de las escaleras.
El
hombre cabizbajo dio parte a las autoridades del pueblo, quienes dispusieron
buscar al Padre Julián y someterlo a la justicia popular.
Cuando
Ulico preparaba los boltijos para devolver a su mujer donde sus padres, un
hombre hacía un alboroto en la calle, denunciando haber encontrado a su mula
maltrecha con marcas de haber sido paleada.
Se
trataba de un mercachifle cuya acémila se había escapado de su corral la noche
anterior.
Corroborando
que todo se había tratado de una terrible confusión.
Ulico
regresó con la noble Antuca quién perdonó su mala actitud, pero , él a pesar de
que nunca pudo probar nada, en el fondo no creía totalmente en la versión de su
mujer.
Pasaron
algunos meses y una tarde de verano cuando todo parecía haber vuelto a la calma, ocurrió una desgracia en el
pueblo.
Un
hombre murió aplastado por un árbol de catahua cuando tumbaba monte para hacer
chacra.
Se
trataba de Agucho que dejaba en la orfandad a dos pequeños niños.
A la
siguiente semana ante la resaca del
infortunio y cargos de conciencia que la perturbaban, Shemica la viuda del
finado y presidenta del Club de madres de Selva Alegre, confesó muy arrepentida
que el enfermizo bebé que lactaba en su pecho era el hijo del cura.
Lo que
sucedió después con el Padre Julián es otra trágica historia.
Carlos
Velásquez Sánchez
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