La
leyenda dice que con la colonización de los cholones e hibitos mediante las
reducciones religiosas organizada por los Franciscanos, estos monjes cometieron
muchos abusos con los nativos, ya sea a través de abusos físicos y sexuales o
con los tributos que cobraban mediante la minka.
El
incumplimiento de estos impuestos se castigaba con látigos de 12 puntas con una
bola de resina endurecida en los extremos y a las víctimas les amarraban en el
cepo (dos maderas largas con cavidades para apresar los pies en pleno sol.
Los frailes
encargados de las tareas de evangelización quedaban al cuidado de las mujeres y
niños, mientras los varones salían de caza o a trabajar forzados y abusaban
sexualmente de ellos.
Cansados
de tanto abuso, los nativos decidieron rebelarse sentenciando a muerte a los
religiosos.
En
presencia de todos, los ataron de pies y manos, arrojándoles después a un pozo
profundo, sellando así el reinado de los frailes franciscanos.
El lugar
que sirvió como tumba de los religiosos condenados, es conocido hoy como el
“Fraile Pozo”, existiendo éste al pie de las piedras, caminando por la orilla
del río Pajatén, desde la desembocadura en el río Jelache, camino al cerro
Golondrina.
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