(Francisco Izquierdo
Ríos)
Por
aaiii, por aaiiiii
Se
oyen unas voces y todos corren al sitio señalado en el río, los que están en
tierra por la orilla con redes y machetes hombres y mujeres, mientras que los
balseros se dirigieron por las aguas a todo remo.
Vocerío
enorme, ha aparecido allí un gran zúngaro, el pez gigante de los ríos
amazónicos que alocado por el barbasco ha mostrado su lomo a flor de agua y se
ha vuelto a hundir sintiéndose perseguido.
Un
joven balsero atrevido y ambicioso adelantándose a los otros ha logrado prender
en el lomo del pez gigante su “huahuasapa”, pero ante la tremenda sacudida del
pez herido he caído al agua con un pedazo de la “huahuasapa” rota en la mano,
quedándome el otro pedazo con los fisgas de hierro, clavado en las carnes del
zúngaro.
El
zúngaro por fin es pescado por abajo del río por otro balsero que no esperaba
una hermosa caza y no ofreció resistencia al principio, recibiendo otro
“huahuasapazo”.
El
feliz balsero como no tiene fuerzas suficientes para alzar tan enorme presa a
su balsa, después de asestarle un fuerte golpe con el lomo del machete en la
cabeza matándolo y luego le amarra a éste de las agallas a la balsa y lo
arrastra río abajo a flor de agua.
Sucesivos
golpes en la noche se escuchan en el pueblecillo de Sacanche.
En
la plazuelita los hombres del pueblo están majando el barbasco sobre piedras
con pesados mazos de madera.
Majan
conversando y a veces riéndose a carcajadas ante los chistes que se cuentan.
Las
mujeres y los niños, en cambio, van recogiendo en alforjas viejas, costales y
canastas el barbasco majado, llevándolo enseguida al local de la gobernación
donde se le mezclará con ceniza para darle más fuerza.
Las
gentes del pueblo siguen majando el barbasco en esta hermosa noche para la
pesca del río Sapo, uno de los grandes afluentes del río Huallaga.
La
pesca a realiza el pueblo entero, dirigido por la autoridades, todos han
contribuido con una arroba de barbasco, hombres y mujeres y como en el pueblo
hay más o menos 300 habitantes adultos, hay también 300 arrobas de barbasco,
cantidad necesaria para pescar en el río que es grande.
Desde
días atrás, el pueblo se encuentra animado por esta pesca, todos se preparan
para la pesca.
Y
la pesca, como todos de la Amazonía ofrece la perspectiva de ser buena, sobre
todo porque el río Sapo está muy bajo por el verano y está repleto de
peces ya que se ve en aguas no muy
profundas millares de boquichicos estar lamiendo las piedras.
Los
de la”primera”, es decir aquellos que van a “desleir” la primera tanda de
veneno han surcado el río en sus canoas llevando la cantidad necesaria de
barbasco, los de la “segunda” también han ido tras ellos, no más para soltar
otra tanda de veneno, apenas comprueban en el agua la presencia del que
soltaron en la “ primera” que se hace visible por que las aguas del río toman
un tinte blanco lechoso y sobre todo por los peces que bajan en alocada fuga y
en manadas, también por otros que aparecen más atontados con las cabezas a flor
de agua o algunos ya muertos que bajan con las panzas plateadas hacia el cielo.
Es
aquí, donde se encuentra la razón de esta pesca, de esta segunda tanda de
barbasco que soltándose a conveniente distancia de la primera, viene a ser un
trágico remate para los pobres peces que huyen del primer peligro y después de
esta segunda los peces “blanquean” el río o sea muertos.
Si
algunos más fuertes resisten todavía en su loca fuga van a caer en la nasa del
cerco que ha sido construido río abajo en un sitio levemente torrentoso y no
muy profundo.
El
cerco abarca todo el ancho del río, teniendo la nasa en el centro, construido
de cañas bravas, siendo una pesca del obstinado esfuerzo de los que trabajan en
esta gran pesca.
Los
“soltadores” del veneno, situados en medio río, desde sus canoas, deslíen el
barbasco majado sumergiendo repetidas veces los costales, alforjas o canastas
donde se encuentra depositado el veneno, tomando inmediatamente las aguas el
tinte blanco lechoso del jugo.
Los
soltadores siguen en su faena después de exprimir totalmente el barbasco,
aplastando varias veces los costales, alforjas o canastas contra los bordes de
sus canoas y volverlos a sumergir en el río, salen a las orillas a majarlo de
nuevo en las piedras, desliéndolo otra vez hasta que por último arrojan al agua
los residuos que ya no pueden dar ningún jugo.
En
la primera, los soltadores no cortan ni pinchan con sus “huahuasapas” a los
peces que flotan atontados por el veneno, los recoge únicamente en sus redes,
porque la sangre que sale de los peces heridos, sería suficiente, según la
creencia de los pescadores para malograr la pesca, el barbasco misteriosamente
pierde su fuerza y los peces no siente su efecto, así con también la presencia
en esta pesca de alguna mujer embarazada produciría los mismos efectos
desastrosos.
En
este suave amanecer tropical, en que no
hace mucho frío, el pueblo se trasladó hacia el río, todos van en son de pesca,
mujeres y niños con machetes y redes, los hombres con arpones.
Por
el caminito va la gente conversando y riéndose, casi todos hasta los niños
fumando gruesos cigarros envueltos en hojas secas de maíz, para ahuyentar a los
zancudos y a las víboras venenosas.
En
verdad que las pescas en la Amazonía son toda una fervorosa expresión de
alegría humana, aunque también no dejan de tener sus tragedias.
Son
más o menos las 10 de la mañana y todos están con las miradas ávidas en el río.
De
pronto una mujer bien arriba coge en su red un sábalo y la muestra alzando la
mano diciendo la pesca…, la pesca…, la pesca.
En
un abrir y cerrar de ojos el río se transforma en un verdadero pandemónium,
todos corren hacia él, se meten en sus aguas hasta la cintura con machetes y
redes en las manos listos para pescar.
Y
también van apareciendo los pesqueros que habían ido río arriba en sus canoas y
balsas casi llenas de pescados.
Por
un trago de aguardiente.. este sábalo.
Por
una copa esta toaaaa.
Por
un poco de tabaco esta palometa.
Gritan
los balseros y algunos viejecitos que desde luego no se hallan con valor para
entrar al río, les responden desde las riberas, mostrándoles las botellas de
aguardiente o los cigarros que para ese objeto han llevado a la pesca.
Taita
Genaro, ven puacá….ven puacá , yo tengo aguardiente… yo tengo cigarros.
Y
desde luego se produce el curioso intercambio, los balseros tienen razón,
mojados como están y que arriba nomás se les acabó la dotación de aguardiente y
de cigarros, necesitan estos ingredientes para tener más resistencia.
Todos
están en los afanes de la pesca, una mujer recoge en su red una hermosa lisa,
otros boquichicos, sábalos, gamitanas o sentados pescan en abundancia.
Y
sigue la pesca a lo largo del río en forma fecunda y abundante.
En
algunos sitios del río que las gentes no los pueden pasar por ser muy hondos,
rodean por los caminos o suben a las balsas o canoas de algunos, para
desembarcar en lugares apropiados.
Muchos
han hecho fogatas en las orillas y asan los pescados, así como plátanos que
cortaron en las chacras a su paso y las mujeres preparan el delicioso
“timbuche”.
De
pronto una mujer sale del río, llorando y goteando sangre en la mano, una
viejecita le echa aguardiente en la herida.
Llorando
llorando después de echar tabaco mascado a su mano y de envolverla con hojas de
una planta que al decir de una vieja es medicinal, se pierde por un caminito en
el bosque con rumbo a su casa.
Aunque
también se oye otro rumor trágico, que a un niño en una de las orillas boscosas, ha sido mordido en el pie por un jergón, la temible víbora de los
bosques del Huallaga.
Además
hay peligro de que algunos balseros se ahoguen, pues muchos de ellos ya están
borrachos.
muy interesante... gracias por ese cuento...
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