(Francisco Izquierdo Ríos)
Nunca lloclló el
río como esa vez, algunos viejecitos cuando se referían a la tremenda llocllada
del río que espantó a las gentes de la ciudad de Saposoa, hace 70 años más o
menos.
¡Fue una llocllada
terrible! Inesperada, puesto que en la ciudad no llovía por eso mismo, más
misteriosa y que llenó de pánico a la gente.
No había llovido
una gota en Saposoa, sin embargo en una de esas apacibles mañanas apareció el
río Saposoa, crecido de banda a banda como decían los antiguos y con un rojo
color de sangre.
Fenómeno
misterioso al amanecer que asustó a los habitantes un inmenso ruido como de
cataclismo que se producía en el río. Era la llocllada.
El río había
inundado todas sus riberas, llegando hasta algunas casas de la población, el
paisaje era desolador, platanales, algodonales, cañaverales estaban totalmente
inundados.
El riachuelo
Serrano que corre por en medio de la ciudad se encontraba también rebalsando de
un modo asombroso y terrible, las túrbidas aguas del río Saposoa inundaban sus
orillas y los niños no pudieron asistir a sus escuelas que funcionan en cada
banda.
¿Cómo iban a pasar
el Serrano rebalsado y cuyos dos puentes estaban inundados.
Un denso olor a
barro flotaba en el ambiente, el río seguía creciendo y creciendo y por sus
aguas pasaban grandes palizadas, animales ahogados, inmensos árboles arrancados
de cuajo por la furia de las aguas, chozas de las chacras y troncos de
plátanos.
En uno de esos
momentos, dicen que pasó un animal raro, semiasfixiado por el barro de las
aguas que nuca habían visto ni conocido las gentes y cuentan que era algo así como un elefante, con una trompa
larga y el cuerpo de color verdusco que bajaba moviendo la trompa de un lado
para otro como no tratando de no tomar agua barrosa.
Un monstruo cuyo
aspecto y presencia llenó de más pánico a la gente que asustada contemplaba la
llocllada.
-Taita Diosito, la
madre del río.
-La madre del río.
-De la cabecera
del río viene exclamaban atemorizadas las gentes al ver pasar al extraño
animal.
Entre esas
palizadas, entre esas chozas bajaban también hombres y mujeres ahogados, niños
y adultos que fueron sorprendidos en la noche, durmiendo en sus chacras
ribereñas por la llocllada.
Ya después poco a
poco se supo el número y los nombres de esas
víctimas inocentes.
Y cuanta gente
tuvo que refugiarse en los bosques sufriendo hambre.
La llocllada,
avalancha monstruosa que cubre y arrasa todo a su paso, que arrastra todo en su
veloz carrera.
El hombre y el
animal cuando no son cogidos de sopresa por su loco torbellino, huyen
despavoridos ante su llegada que es anunciada por un ruido como de tempestad
horrorosa.
El río seguía
creciendo más y más, llenándose sobre todo de barro, hasta que llegó un momento
en que parecía estar detenida. Que y no corría.
De los bosques
ribereños de la ciudad, ante la formidable llocllada salieron espantados a la
ciudad, aves, víboras, cuadrúpedos que al correr por las calles y huertas
llenaban de más temor a los pobladores y gran confusión y pánico reinaba en la
ciudad.
Las gentes, sobre
todo los ancianos lloraban de miedo, creían que algún castigo sobrenatural se
producía y que la llocllada del río Saposoa era el principio de él.
Todos los niños y
adultos se arrodillaban en las calles.
¿ Y qué es lo que
había sucedido en el río? Por su cabecera llovió torrencialmente y un inmenso
cerro se deslizó en su lecho, siendo desmenuzado violentamente por sus furiosas
aguas y las aguas del río tomó más el color encendido de sangre.
Y por mucho tiempo
por el espacio de u mes, la ciudad se vio privada sobre todo de agua limpia,
hubo escasez de víveres, pues cuando pasó la llocllada , todas las chacras
habían sido arrasadas.
La ciudad quedó
envuelta en una densa atmósfera de pestilencia debido a la descomposición de
los peces muertos dentro del lodo, así como la de los cadáveres de otros
animales y el hedor era insoportable por algún tiempo.
Luego muchas
enfermedades asolaron la ciudad y decía también que después de las lloclladas,
los bosques cercanos a ella se poblaron de boas, serpientes que antes no
existía allí.
Una llocllada en
la Amazonía, deja pues, tras de sí un paisaje desolador
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