miércoles, 12 de diciembre de 2018

LA CONQUISTA DE LOS INFIELES POR LOS FRANCISCANOS




                         (OLIVER TARAZONA VELA)
En el año 1676 los franciscanos crearon la Provincia de los 12 Apóstoles con la finalidad de conquistar las zonas de la selva del Huallaga Central de la Provincia de Cajamarquilla ó Pataz donde moraban las pacíficas tribus de los hibitos, cuyas viviendas estaban construidas a una altura de 1500 a 2000 m.s.n.m  en la Provincia de Mariscal Cáceres – Departamento de San Martín, cuya lucha y amestizamiento era continuo con las tribus de las montañas más bajas y que los llamaban los  infieles de las montañas, los cuales saqueaban y robaba a las mujeres de los hibitos en muchas  ocasiones destruyeron los pueblos de Condormarca y del Collay.
Ante tanto peligro, los misioneros empiezan a trazar planes diferentes de conquista, civilización y evangelización de los infieles y con el permiso de la Iglesia Cristiana.
Surgiendo la expedición,  al mando de Fray Francisco Gutiérrez con un intérprete nativo hibito bautizado en la Iglesia Católica con el nombre de Manolito.
Este intérprete era todo un personaje, conocido en el Sector de Alto Huallaga, debido a que su madre fue robada  por los infieles en el Sector de Collay y este personaje tenía un padre procedente de la tribu de los infieles (amazónico jíbaro y cunibo).
Su madre regresó al pueblo de Collay con Manolito, cuando éste tenía 12 años de edad.
Cuando colaboró en la expedición de los españoles, Manolito tenía 12 años. Esta expedición peligrosa se realizó con un grupo de personas nativas con el objetivo de colonizar, evangelizar y apaciguar la zona y Fray Francisco se había dirigido hacia allí para llevar el evangelio.
Durante la caminata de tres días abrían trochas por los caminos donde los infieles transitaban, los cuales Manolito conocía perfectamente.
Fray Francisco Gutiérrez y tres nativos más se detuvieron algunos segundos como clavados en el suelo húmedo y fangoso del interior de la selva, pero solo por segundos, porque inmediatamente el temor y la inquietud que los asaltó, despertó sus sentidos adormecidos por el hambre y el cansancio.
Ahora ya no eran hombres comunes y corrientes, ahora se portaban como felinos al acecho, el ruido percibido por Manolito había delatado a un grupo de nativos que debían encontrarse por los alrededores.
Y todos ellos sabían que se trataba de aquellos infieles criminales peligrosos que estaban buscando.
Había ido hasta allí para llevarles el Evangelio a aquel grupo que tenían fama de rebeldes y que no querían saber nada con los seres de otras culturas ni con sus demás paisanos.
Y la expedición tenía que seguir adelante y enfrentarse a ellos.
Al continuar el camino por 14 días descubrieron un gran sembrío de yucas y se detuvieron para escuchar algún ruido que delatara la presencia de los infieles.
Nada, solo una extraña quietud, divisaron tres chozas grandes, pero el silencio que reinaba en el lugar seguía siendo extraño.
Fray Francisco Gutiérrez, se  dirigió decididamente hacia el grupo de chozas y peligrosamente se asomó a una de ellas, un coro de gritos se alzó dentro de la choza y sus ocupantes huyeron hacia la espesura, eran ancianos, mujeres y niños.
Manolito les gritó que no tuvieran temor, que venían en son de paz, a enseñarles el Evangelio y el Padre Fray Francisco sacó de su mochila unos regalitos  que los asustados nativos recibieron y quedaron en absoluto silencio.
Y cuando les dijeron que estaban cansados y tenían hambre, una mujer se levantó y les alcanzó un recipiente con yucas, los nativos les dieron a entender que los varones habían salido de caza para la Gran Fiesta de la Luna Llena.
Al amanecer llegaron los varones trayendo abundante carne del monte y empezaron a gritar salvajemente al ver a los intrusos, parecía que de un momento  a otro les iban a atacar porque les empezaron a rodear como fieras que iban a saltar sobre ellos.
Manolito les habló sereno: Hemos venido en paz, queremos acompañarles en la Gran Fiesta de la Luna Llena y les traemos regalos.
Y empezaron a sacar espejitos, cintas de colores y cucharitas , y empezó a entregarles.
Los nativos cautelosos fueron recibiendo cada uno su regalo y dando gritos y saltos de júbilo, porque nunca había visto esa clase de regalos.
En la noche empezó la fiesta se levantó una inmensa hoguera en el centro de la aldea y empezaron a cocinar la carne de monte que debían ofrecer a la luna.
En su rito, los nativos daban vueltas en silencio alrededor del fuego, primero lo hacían los niños, mientras todos permanecían en silencio, luego las mujeres y finalmente los varones.
Empezaron a comer mirando siempre a la luna, le ofrecían el trozo que tenían en la mano y seguían comiendo.
La nocge llegó a su fin con una soberbia borrachera a base de masato y al mediodía los nativos iban despertando.
Durante la segunda noche, Fray Francisco Gutiérrez empezó a hablarles de un Dios más grande que la luna y el sol.
Les habló de la creación, de la entrada del pecado y de la salvación.
Permanecieron dos días entre ellos, al final de los cuales regresaron a Cajamarquilla dejando en medio de la selva, la semilla de la verdad que Dios, el tiempo y la labor posterior de los nativos se encargarían de hacerlo germinar.


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