(OLIVER TARAZONA VELA)
En
el año 1676 los franciscanos crearon la Provincia de los 12 Apóstoles con la
finalidad de conquistar las zonas de la selva del Huallaga Central de la
Provincia de Cajamarquilla ó Pataz donde moraban las pacíficas tribus de los
hibitos, cuyas viviendas estaban construidas a una altura de 1500 a 2000
m.s.n.m en la Provincia de Mariscal
Cáceres – Departamento de San Martín, cuya lucha y amestizamiento era continuo
con las tribus de las montañas más bajas y que los llamaban los infieles de las montañas, los cuales
saqueaban y robaba a las mujeres de los hibitos en muchas ocasiones destruyeron los pueblos de
Condormarca y del Collay.
Ante
tanto peligro, los misioneros empiezan a trazar planes diferentes de conquista,
civilización y evangelización de los infieles y con el permiso de la Iglesia
Cristiana.
Surgiendo
la expedición, al mando de Fray
Francisco Gutiérrez con un intérprete nativo hibito bautizado en la Iglesia
Católica con el nombre de Manolito.
Este
intérprete era todo un personaje, conocido en el Sector de Alto Huallaga,
debido a que su madre fue robada por los
infieles en el Sector de Collay y este personaje tenía un padre procedente de
la tribu de los infieles (amazónico jíbaro y cunibo).
Su
madre regresó al pueblo de Collay con Manolito, cuando éste tenía 12 años de
edad.
Cuando
colaboró en la expedición de los españoles, Manolito tenía 12 años. Esta
expedición peligrosa se realizó con un grupo de personas nativas con el
objetivo de colonizar, evangelizar y apaciguar la zona y Fray Francisco se
había dirigido hacia allí para llevar el evangelio.
Durante
la caminata de tres días abrían trochas por los caminos donde los infieles
transitaban, los cuales Manolito conocía perfectamente.
Fray
Francisco Gutiérrez y tres nativos más se detuvieron algunos segundos como
clavados en el suelo húmedo y fangoso del interior de la selva, pero solo por
segundos, porque inmediatamente el temor y la inquietud que los asaltó,
despertó sus sentidos adormecidos por el hambre y el cansancio.
Ahora
ya no eran hombres comunes y corrientes, ahora se portaban como felinos al
acecho, el ruido percibido por Manolito había delatado a un grupo de nativos
que debían encontrarse por los alrededores.
Y
todos ellos sabían que se trataba de aquellos infieles criminales peligrosos que
estaban buscando.
Había
ido hasta allí para llevarles el Evangelio a aquel grupo que tenían fama de
rebeldes y que no querían saber nada con los seres de otras culturas ni con sus
demás paisanos.
Y
la expedición tenía que seguir adelante y enfrentarse a ellos.
Al
continuar el camino por 14 días descubrieron un gran sembrío de yucas y se
detuvieron para escuchar algún ruido que delatara la presencia de los infieles.
Nada,
solo una extraña quietud, divisaron tres chozas grandes, pero el silencio que
reinaba en el lugar seguía siendo extraño.
Fray
Francisco Gutiérrez, se dirigió
decididamente hacia el grupo de chozas y peligrosamente se asomó a una de
ellas, un coro de gritos se alzó dentro de la choza y sus ocupantes huyeron
hacia la espesura, eran ancianos, mujeres y niños.
Manolito
les gritó que no tuvieran temor, que venían en son de paz, a enseñarles el
Evangelio y el Padre Fray Francisco sacó de su mochila unos regalitos que los asustados nativos recibieron y
quedaron en absoluto silencio.
Y
cuando les dijeron que estaban cansados y tenían hambre, una mujer se levantó y
les alcanzó un recipiente con yucas, los nativos les dieron a entender que los
varones habían salido de caza para la Gran Fiesta de la Luna Llena.
Al
amanecer llegaron los varones trayendo abundante carne del monte y empezaron a
gritar salvajemente al ver a los intrusos, parecía que de un momento a otro les iban a atacar porque les empezaron
a rodear como fieras que iban a saltar sobre ellos.
Manolito
les habló sereno: Hemos venido en paz, queremos acompañarles en la Gran Fiesta
de la Luna Llena y les traemos regalos.
Y
empezaron a sacar espejitos, cintas de colores y cucharitas , y empezó a
entregarles.
Los
nativos cautelosos fueron recibiendo cada uno su regalo y dando gritos y saltos
de júbilo, porque nunca había visto esa clase de regalos.
En
la noche empezó la fiesta se levantó una inmensa hoguera en el centro de la
aldea y empezaron a cocinar la carne de monte que debían ofrecer a la luna.
En
su rito, los nativos daban vueltas en silencio alrededor del fuego, primero lo
hacían los niños, mientras todos permanecían en silencio, luego las mujeres y
finalmente los varones.
Empezaron
a comer mirando siempre a la luna, le ofrecían el trozo que tenían en la mano y
seguían comiendo.
La
nocge llegó a su fin con una soberbia borrachera a base de masato y al mediodía
los nativos iban despertando.
Durante
la segunda noche, Fray Francisco Gutiérrez empezó a hablarles de un Dios más
grande que la luna y el sol.
Les
habló de la creación, de la entrada del pecado y de la salvación.
Permanecieron
dos días entre ellos, al final de los cuales regresaron a Cajamarquilla dejando
en medio de la selva, la semilla de la verdad que Dios, el tiempo y la labor
posterior de los nativos se encargarían de hacerlo germinar.
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