(Francisco Izquierdo
Ríos)
Las
piedras y las rocas de la inmensa bajada de Huancachaca absorbían el terrible
castigo del sol y lo devolvían al ambiente produciendo más calor.
Manuel
Trauco en su recia mula cargada de alforjas descendían una pendiente que parece
llevar al fuego central, iba a Chachapoyas – San Pablo donde tenía una tienda.
Detrás
caminaba arreando las bestias de carga Marcelo Vacalla, un cholo sanpablino.
Trauco y
Marcelo iban callados con el ansioso deseo de llegar lo más pronto al fondo de
la bajada donde espumeaba el río y mojarse en el agua las sienes caldeadas y
descansar un rato bajo la sombra de los grandes árboles.
Las
bestias también parecían tener esa ansia febril, caminaban a paso rápido,
quejándose y quejándose.
Y sobre un
cactus, estalló de repente la risa sarcástica de una chicua conmoviendo el
remanso de soledad.
El cholo
Marcelo se santiguó, pensó:” Cuando la chicua se ríe es porque algo malo está
en viaje, si fuera para que llueva, cantaría”.
Y sintió
que amargaba la coca que iba masticando; ¡Mal presagio! Pero no dijo nada a su patrón.
Un poco
más abajo, batiendo las alas y riendo más fuerte, la chicua cruzó el camino por
encima de ella y se perdió en el cerro.
Esto era
ya el colmo, Marcelo no pudo contenerse.
-Patrón –
gritó – Nos va a pasar algo malo.
-¿Porqué?
-La
chicua.
-Que
chicua ni que chicua hombre, apresurémonos para llegar al río- contestó
malhumorado Manuel Trauco.
El cholo
Marcelo ya no dijo nada, pero en su corazón temblaba el miedo.
El río más
abajo golpeando con el látigo de sus aguas frescas las piedras y los flancos de
las rocas.
-¡Maldita
bajada! Dijo Marcelo arrojando un salivazo verde de coca. Huancachaca es una
bajada fabulosamente inmensa, cerros acá, cerros allá y parecía que nuca se
acabaría de bajar o subir.
¿ A que
hora llegarían al río?, faltaba aún mucho, tenían por delante mucho por
caminar.
Los cascos
de las bestias y los llanques del Cholo Marcelo avanzaban.
Manuel
Trauco espoloneando su mula, se alejó un poco del arriero, pero éste temeroso
del peligro que se presentaba, procuraba no quedarse rezagado, arreaba con
insistencia las bestias.
Una ráfaga
de viento fresco acarició de pronto a Manuel Trauco, era ya el río.
Jinete y
mula se estremecieron de contentos y junto al puente la bestia se asustó y
retrocedió bufando, la mula no quería pasar el oscuro puente, Manuel en vez de
apearse, hincó con cólera las espuelas en el vientre del animal y éste
parándose en dos patas, pisando en el borde debilitado del camino estrecho, se
desprendió llevándose al abismo a mulo y jinete.
El cholo
Marcelo apareció en ese preciso momento, en la negra boca del camino que se
abre entre las rocas del cerro y solo pudo ver a su patrón que caía al río.
Corrió
puente abajo en las aguas, se debatían Manuel Trauco y la mula, desapareciendo
luego en las impetuosas aguas del río.
¡Pobre
patroncito! Por eso estaba tan alegre anoche, solo pudo decir el Cholo Marcelo
y se quedó mirando como un tonto ese abismo.
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