El
yanapuma regresó a su cueva, cogió a sus cachorros y se internó en la selva
rumiando su tristeza.
Caminó por
senderos agrestes, alejándose lo más que podía hasta que el cansancio la
doblegó.
Enseguida
rodeó a sus crías con su débil cuerpo y se quedó dormida.
Ya habían
rodeado la cueva, hacía varios días que la perseguían subiendo por abismos y
despeñaderos, permaneciendo escondidos entre los arbustos.
Una
verdadera cacería y por fin la tenían cerca, lanzaron antorchas hacia el
interior de la cueva con la intención de obligarlos a salir.
Ella
estaba a punto de parir y ya no podía continuar huyendo, era necesario quedarse
allí.
Entonces
decide salir a enfrentarlos, sabe que la atraparán. Pero tiene como misión
salvarlos y era la única esperanza de que su especie no se desaparezca, porque
solo quedaban ellos.
Los
hombres estaban tirados esperando a sus presas y cuando vieron que uno de ellos
se asomaba a la entrada de la cueva, sus ojos se enrojecieron, revisaron su
retrocarga, quitaron el seguro y dispararon.
Una bala
se incrustó en una extremidad superior y otra en el lomo. La bestia intentó
volver a la cueva arrastrándose y a través de su mirada suplicaba piedad, más
sus cazadores no la temían.
Se acercaron
presurosos y la atraparon, arrastrándola con fuertes sogas, ya era imposible
escapar.
¡Lo han
muerto, Felipe! Dijo uno. No hombre está
vivo, pero ya morirá.
Mañana
regresaremos por el otro y ganaremos una fortuna con sus pieles, respondió
alegre.
Y los tres
hombres se alejaron, pero sucumbieron ante el cansancio y se durmieron.
Al día
siguiente regresaron a la cueva y al no encontrar lo que ambición desmesurada
buscaban, se alejaron maldiciendo el silencio del lugar.
Un brujo
se acercó a la bestia, cogió a sus crías, los colocó en una alforja y a ella la
cargó en la espalda y se los llevó.
Era una
noche en que la luna resplandecía. Al llegar, decidió que era el momento, tenía
que hacer algo a esta especie o
desaparecería.
La colocó
en un lugar en donde la luna le iluminaba totalmente.
Le dio de
beber una pócima, el brujo entró en trance pronunciando palabras extrañas,
luego un silencio sepulcral, el conjuro ya estaba hecho.
Abrió los
ojos, recorrió con su mirada el lugar, nunca había estado allí, recordó a sus
crías, se levantó apresurada, aura sí. ¡Que le había sucedido, ya no era la
misma. El brujo la observaba desde un rincón oscuro.
Cálmate –
le dijo – No te asustes, pero que me pasó , preguntaba sorprendido.
Te has
transformado, ahora eres uno de ellos,
sin embargo no te quedarás así.
Puedes
volver a ser la antes cuando quieras, respondió el brujo. Ahora irás a buscarlos y ya sabrás que hacer.
Ella
comprendió. Buscó a sus cachorros, los miró tiernamente, mientras volvía a ser
ella, los sujetó con la boca y se los llevó.
Ya en su
guarida nuevamente los amamantó con ternura mientras limpiaba sus cuerpos y
después que se durmieron partió.
Lo vio
bañándose en un riachuelo cercano a la choza, donde se refugiaban, era el
primero.
Se le
acercó y en su mirada se reflejaba un odio disimulado, disfrazado de seducción,
la tenía muy cerca y le hipnotizaba.
Lo llevó
hasta la cueva, en la entrada quiso retroceder, pero era demasiado tarde, dos
faros con un brillo espeluznante le miraban
le miraban fijamente, el miedo le inmovilizó, la bestia saltó sobre él,
mordiéndole el cuello, le arrancó la cabeza con un odio desenfrenado y lo
arrastró hacia la oscuridad, era un cuadro sangriento.
Dos
cachorros tenían su primera cena con carne humana.
Felipe y
Remberto esperaban angustiados la llegada de Josías, pues había salido al
atardecer y decidieron ir a buscarlo.
El
silencio era extraño, de pronto escucharon un rugido detrás de ellos, voltearon
y lo vieron.
Era un
animal descomunal, los ojos le brillaban como chispas de fuego, sus cuatro
patas se aferraban al terreno rocoso.
Después
dio unos pasos alrededor de ellos con
una astucia felina como hipnotizándolos, les mostró sus enormes colmillos en
actitud amenazante. No hubo tregua, se lanzó sobre ellos.
Remberto logró
escapar, mientras que Felipe fue atrapado en sus brutales fauces y de un
violento tirón le arrancó la cabeza, el cuerpo quedó tirado en el suelo, la
cabeza a un costado y la bestia se alejó.
Sabía
exactamente a donde ir y a quién buscar, él era un mozo fornido y formaba parte
del grupo que provocó la sangrienta cacería, le había reservado para el último,
era el elegido.
Ahora, él
estaba solo en el tambo intentando calmar su pánico, ella se acercaba, ingresó
al lugar, bastó con mirarla, sus ojos brillaban con un rojo intenso y no tuvo
tiempo de reaccionar, le rodeó con sus brazos y lo sedujo, le cogió de la mano
y la siguió.
Se
perdieron en la selva, cuando despertaron
se encontraba en la guarida.
La vio
acercarse con su caminar contorneante y le dijo: Bebe.
De pronto
entre imágenes borrosas la vio convertirse en un enorme yanapuma que venía
rugiendo espantosamente mostrando sus colmillos filudos, intentó correr, sin
embargo su cuerpo no se movía, la bestia le miraba y caminaba alrededor de él,
lentamente, vigilándole.
Entonces
Remberto empezó a transformarse, su piel ahora era de un negro intenso y aulló
de una manera espeluznante, ella se acercó y ambos compartieron un rugido
espantoso, ya no estaba sola.
Ahora la
especie estaba asegurada.
En la
quietud de la selva, dos yanapumas caminan acechando a esos seres que se
internan en la selva, se miran los dos, conspiran y atacan, mientras que las
dos crías esperan hambrientos la llegada de su ansiado, pero macabro alimento
humano.
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