(NELSON IRIGOIN GALVEZ)
De
loco me tratan todos, dicen que por pura lástima me enviaron al manicomio en vez de la cárcel, pero yo sé
lo que vi, estoy totalmente convencido que fue real… ese par de ojos brillantes
de un fantasma aún me persiguen en sueños.
Todo
empezó una noche de luna llena, yo dormía en la terraza de mi choza. Allá en mi
chacra, cuando escuché algo en las ramas de un pandisho que sirve de gallinero
por las noches.
Alarmado,
saqué la escopeta y me puse al cuello la talega con balas y sigiloso me
arrastré por el emponado hasta la esquina del techo y se podía ver con total
claridad hasta más allá del maizal y la purma.
Fijé mi mirada en el follaje del
árbol donde escuché el griterío de las gallinas.
De
pronto: Al dián. Qué es eso. No pude contener mi asombro cuando vi que un bulto
negro se descolgaba de las ramas y corría a toda velocidad por el patio.
Cuando
hice el primer disparo, ya había desaparecido.
Dije:
Segurito es un intuto hambriento. Bajé del terrado sin soltar mi arma y fui a
ver el daño. Alawa mis gallinas, varias estaban tiradas en el piso muertas.
Extrañado
observé que nada de daño tenían, ni desplumadas, ni con rasguños.
Es
así, la piel posheca ídem granjina en el cuello dos puntos rojos, ashishitos
que parecían heridas de colmillos.
Recién
me asusté, no existe animal que pueda hacer esto, ni siquiera el oscuro piri,
chupasangre nocturno y preocupado volvía a la cama.
Me
levanté justo amaneciendo. Hice fuego en la tushpa con leña de capirona y dejé
cocinando una olla de inguiri.
Fui
al pastizal donde criaba mis únicos cuatro novillos.
La
desgracia no había acabado para mí, encontré muerto a uno, igual que las
gallinas, no tenían heridas abiertas, ni moretones, solo dos pequeños orificios
en el cuello.
Como
buen montaraz sabía que este ser dañino tenía que volver.
Esta
vez iba a estar preparado y cobraría mi venganza..
Armé
mi chapana en la misma terraza de mi choza , por las noches traía las reses al
patio, cerca del gallinero y yo acostado, vigilaba inmóvil con la escopeta
cargada.
Nadie
apareció, después de dos semanas me di por
vencido.
Justo
en la siguiente luna llena, otra vez me sorprendió, mis novillos seguían durmiendo
en el patio.
Un mugido me despertó, brinqué de mi cama y
corrí a la esquina del terrado con el arma, no tuve tiempo para apuntar bien y
disparé a quemarropa, esta vez salió huyendo el bulto negro y se perdió por el
maizal.
Corrí
a ver el daño y quedé sorprendido, tan solo uno estaba de pie, las otras dos
yacían tirados en el piso sin vida.
Además
de los pequeños orificios en el cuello, tenía el cráneo abierto. Ese bendito
animal había chupado toda la sangre y los sesos de mis terneros.
Estaba
dispuesto a cazarlo. Alumbrado solamente por la luna, seguí su rastro hasta la
montaña, ahí se perdía. Volví con rabia e impotencia, no podía hacer nada al
respecto, otra vez tuve que ahumar la carne para no echarle a perder.
Analizando,
noté que el animal solo salía en luna llena y me preparé para la siguiente vez.
Cuando
llegó el día señalado, tenía afilados varios machetes, algunos tramperos
hechizos instalados en lugares estratégicos, la escopeta y muchas balas.
Puse
de carnada a mi único ternero en esa fría noche fumando mi papacho y tomando
copitas de ventisho.
A
la medianoche me vino un sueño, que ya comenzaba a cabecear, sentí un soplido caliente detrás
de mí cuello, giré la cabeza y ví
brillar dos ojos amarillentos a menos de un metro de mí.
Quise
gritar y correr, pero nada, no podía, estaba hipnotizado, mi adormecido cuerpo
no obedecía.
Esos
ojos brillantes se acercaban más y más hacia mí
y a la luz de la luna pude ver sus enormes colmillos y una lengua
felina.
Mi
cuerpo se dormía, hice un último esfuerzo y apreté a duras penas el gatillo de
mi arma.
Salió
el disparo y la gran bestia negra retrocedió, pero no huyó, se abalanzo sobre
mí.
Con una gran destreza me quité a un lado, tomé un
machete mientras la fiera intentaba atraparme con sus garras, son perder tiempo
logré darle un tajo por entre las patas.
Lancé
al patio la escopeta y el machete, brinqué atrás, sin miedo.
No
me hice daño volví a tomar las armas y esperé como todo valiente cazador y
selvático dispuesto a luchar hasta el final. Solo uno debía salir vivo.
No
apareció por ningún lado y me puse en el centro del patio, apuntando con el
arma en distintas direcciones.
De
pronto cruzó a toda velocidad delante de mí…solo quería asustarme, como si
razonara, pasaba cerca de los tramperos sin activarlos.
Por
fin la fiera se detuvo, entró al patio lo vi entonces… era un enorme felino
totalmente negro, solo sus colmillos blanqueaban y sus ojos amarillentos como
el mismo sol me miraban fijamente acercándose cada vez más.
¡Yanapuma!
¡ Yanapuma! , grité aterrado al reconocerle.
Ahora
más cerca , abría las mandíbulas mostrando sus grandes colmillos ya manchados
con sangre, seguramente de un ternero.
Creí
que era imposible vencerlo, recordé cuando mi abuelo me contó sobre él.
Este
ser maligno es un hombre malvado transformado en fiera, se alimentaba d solo de
sangre y cerebros y seguramente quería comerme.
Hoy,
no me comerás hijo del supay, volvía a gritarle para darme valor, pero mi voz
salió quebrada y tartamudeante.
Cerré
los ojos y apreté el gatillo, mientras veía que la fiera se abalanzaba sobre
mí.
El
yanapuma es un brujo, ya que el arma no disparó y un fuerte moquetazo me tumbó
al suelo, mi cabeza chocó contra la dura tierra, se abrió una herida y comencé
a sangrar.
Brillaron
aún más sus ojos y se abalanzó a m i cuerpo moribundo, sentí su áspera lengua
sobre mí, estaba bebiendo mi sangre.
Intenté
levantarme sin lograrlo, me debilitaba rápidamente y de pronto palpé con mis
manos un frío metal, deslicé mi mano y me di cuenta que era el machete.
No
dudé en utilizarlo, tomé un gran impulso y le clavé en la panza a la bestia.
Levantó
sus patas delanteras y dio un gran rugido que parecía quejido, no perdí tiempo,
le clavé otro y otro más.
Cayó
de espalda, volteó enloquecido y furioso se abalanzó contra mí, yo estaba en
pie, solo que a la derecha y éste cayó en el vacío y aproveché para hacer una carnicería en su espalda, como
un loco demente continuando masacrando el lomo del yanapuma con mi afilado
machete.
Empezó
a sangrar verde al principio, luego rojo. Yo gritaba sin sentido mientras mi
rostro se inundaba con la sangre del yanapuma.
Al
fin me detuve, volví mis ojos al felino, su negro cuerpo estaba inmóvil en un
charco de sangre.
Me
arrastré hasta la choza, arranqué un manojo de llantén para lavar mis heridas,
luego le eché resina de sangre de grado y me vendé con cuidado.
Cuando
desperté al amanecer, tenía adolorido el cuerpo, ayudado por un bastón fui
hasta el patio para ver mi hazaña.
Grande
fue mi sorpresa cuando encontré, en vez de la enorme fiera a un hombre desnudo,
de rostro pálido y canoso, tenía el cuerpo repleto bañado de sangre.
¡Maldito
yanapuma! , le grité,. Mientras recogía el machete ensangrentado.
Quedé
un momento pensando lo que iba a hacer con el muerto, cuando de pronto escuché el
alboroto de una multitud acercándose por el camino.
Con
las pocas fuerzas que me quedaban corrí a su encuentro para advertirles de los
tramperos que aún seguían instalados.
Se
acercaron tomando precauciones, me miraron con recelo, mientras preguntaban sobre
los disparos y gritos de la medianoche.
Narré
lo sucedido con detalle, primero me escucharon, luego al ver el cuerpo
ensangrentado del viejo, me prendieron sin piedad, ni siquiera les importó mis
heridas, ataron mis manos y confiscaron mis armas.
Fue
el yanapuma , les decía, pero estos incrédulos hombres, forasteros de tierras
lejanas nada saben de esto y me llevaron para juzgarme.
Yo
sé lo que he visto, esos ojos amarillentos clavados en la negra sombra, aún me
persiguen y torturan cuando duermo.
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