En estos
días en que todo el mundo habla de caibros, vigas y horcones, con tanto puente
y tabladillo para enfrentar las inundaciones, quizás pocos saben de dónde
vienen y cómo son extraídos estos rectilíneos palos. La mayoría vienen del
Nanay, donde la explotación de madera “redonda” (a diferencia de la madera de
árboles maduros, o madera de “aserrío”) es una actividad tradicional y
representa un importante rubro de ingresos para la población.
Los palos redondos son de varias calidades. Los mejores son extraídos de
los famosos “varillales” o bosques sobre arena blanca, que aunque raros en la
Amazonía peruana, ocupan una extensión respetable en la cuenca del Nanay
(concretamente la margen derecha de la cuenca baja, en la R. N.
Allpahuayo-Mishana, y en algunas zonas de la cuenca alta, especialmente en el
Pintuyacu y en el alto Nanay).
Por razones geológicas las arenas blancas donde crecen los varillales
aparecen como parches discontinuos: en realidad son playas ‘fósiles’
depositadas hace millones de años por un antiguo río. Son llamados ‘varillales’
precisamente porque suelen estar dominados por árboles juveniles, que tienen
apariencia de “varillas”. El récord mundial de tallos arbóreos por hectárea se encuentra
precisamente en un varillal de la Reserva Nacional Allpahuayo-Mishana (más de
8,000 tallos/ha, si mal no recuerdo). Esta característica es la que favorece la
explotación comercial para materiales de construcción, algo que no ocurre en
otras regiones amazónicas.
En estos varillales abunda el famoso “aceite caspi” (blanco y negro), una
de las mejores maderas redondas para armazón de techos rústicos: mientras se
mantenga protegido del agua aguanta décadas sin pudrirse ni ser atacado por la
polilla ni el comején. Otras maderas de “primera” que abundan en varillales
(aunque algunas también crecen en otros suelos pobres) son boa caspi, balata,
lagarto caspi, remocaspi, tortuga caspi y quinilla. Debido a la creciente
demanda, en los mercados de Iquitos cada vez hay menos aceite caspi y cada vez
más “cualquier caspi”, palos de segunda y tercera calidad, incluyendo palos de
purma como yanavara o huamansamana, o de tahuampa, que no tienen ni la dureza
ni mucho menos la resistencia al ataque de los insectos del aceite caspi.
Según han demostrado los recientes estudios del Dr. P. Fine las plantas que
viven en los varillales del Nanay, y especialmente el aceite caspi, han
desarrollado un extraordinario mecanismo para defenderse del ataque de los
insectos herbívoros: producen substancias tóxicas como alcaloides, terpenos y
taninos. Estos últimos son los que dan el color oscuro al agua del Nanay, al
ser lavados por las lluvias de las hojas secas y palos podridos. Huelga decir
que en estos ecosistemas hay montón de especies únicas de plantas y animales,
que sólo viven ahí, y entre ellas algunas especies nuevas para la ciencia,
incluyendo la famosa Perlita de Iquitos (Polioptila clementsi) y otras
más.
Me acabo de reencontrar en la comunidad de Diamante Azul, en el alto Nanay,
con un antiguo amigo, don Francisco Guevara. En el 2003 tuve la oportunidad de
observar cómo aprovechaba los palos redondos de un varillal en la quebrada
Paujil, cerca de la comunidad de Alvarenga, la última del Nanay. Luego de
cortarlos los pelaba en el lugar con el machete, y los dejaba apoyados en otros
palos, para que escurriese la savia y se secasen algo. Pasados unos días
comenzaba el transporte hasta el campamento a través de estrechas trochas
practicadas en el varillal.
En el puerto al borde de la quebrada aprovechaba un despejo para solearlos,
para que boyasen mejor, y de ahí los llevaba en bote al borde del río, donde
armaría la balsa con la que habría de bajarlos hasta Iquitos. Ver armar una
balsa de madera redonda es un espectáculo: primero construyen, con vigas y
soleras sujetas con sogas del monte, un armazón flotante en cuadrilátero con
refuerzos en cruz, para darle firmeza, y luego comienzan a colocar debajo los
caibros, que son amarrados en haces de 20 o 30; algunas balsas llegan a transportar
hasta 2 y 3,000 palos. Bajar estas balsas al garete también es un arte, por más
que el cauce del Nanay sea bastante manso: deben vigilar constantemente y remar
con esos enormes remos amarrados a largos palos para que la corriente no arroje
la balsa contra una palizada, donde podría quedar atajada, y tendrían que
desarmarla y volverla a armar de nuevo.
En esta visita, uno de los visitantes le preguntó a
don Francisco si hacían reforestación para que no se acabasen los
palos en los varillales. “¿Reforestar? No, las madres semilleras del varillal
son las que reforestan, botan su semilla, y vaya usted a ver sus plantoncitos
como crecen, parece sembrado. Nosotros respetamos los árboles semilleros (las
madres), respetamos a sus hijos pequeños (los plantones) y dejamos descansar el
varillal luego de aprovechar la madera. Sólo sacamos los árboles bien rectos,
los que tienen alguna torcedura o se abren los dejamos crecer para que den
semilla. Vuelves luego de 3 o 4 años y ves de nuevo el varillal lleno de maderas.”
Confirmo a los visitantes que el manejo tradicional de los varillales ha
demostrado ser bastante sostenible: muchos de estos bosques han sido explotados
intensamente desde hace más de 50 o 60 años, y siguen produciendo buena
cantidad de madera. La clave está en el respeto a los árboles semilleros, el
respeto a la regeneración natural, y la tala de bajo impacto.
Tanto es así que el INRENA hace años aprobó el aprovechamiento comercial de
madera redonda en algunos varillales dentro de la Reserva Nacional Allpahuayo –
Mishana, único caso en el Perú (ya que la Ley de Áreas Naturales Protegidas
prohíbe expresamente el aprovechamiento comercial de madera). El argumento fue
el estado saludable de estos bosques luego de décadas de manejo intensivo. Sin
embargo, la industria forestal de Loreto, con todos sus asesores y planes de
manejo, ha extirpado las poblaciones comerciales de las especies más valiosas,
especialmente cedro y caoba. Deberían aprender de las comunidades a manejar el
bosque.
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