E L L A G A R T O
Íbamos en una canoa a remo por el rio Samiria
, abriéndonos paso entre centenares de estos lagartos, que con la cabeza fuera
del agua formaban verdaderas palizadas en todo el recorrido junto a las playas,
era preciso ir golpeándolas con el remo para que nos dieran pase los que
estaban en nuestra ruta, no hubo intentos de ataque por parte de ninguno de
ellos, tampoco nadie deseaba cazarlos ni matarlos.
Un día llegamos al atardecer a casa de un
amigo ribereño en los momentos que llegaba del mitayo trayendo un sajino y una
pava de monte y de inmediato sus hijos se pusieron a cocinar.
Luego, uno de ellos en son de broma me dijo
que iba a cazar un lagarto y para esto preparo un trozo de topa de regular
grosor, en el que envolvió todo el intestino delgado del sajino bien amarrado y
al anochecer fue al puerto y arrojo el trozo a una muyuna cerca de la orilla,
en el que quedo flotando y dando vueltas dentro del circulo del remolino.
Al día siguiente muy temprano me paso la voz
para ir a ver el resultado y realmente
no podía creer lo que veía, un enorme lagarto negro muerto con la panza arriba,
girando alrededor de la muyuna con la boca abierta y el trozo de topa atrapado
entre sus poderosos dientes.
La explicación muy sencilla, el animal al
atrapar con violencia las tripas envueltas en la madera blanda, los dientes se
clavaron hasta la raíz, quedando la boca
abierta por donde iba penetrando el agua libremente sin que el animal pudiera cerrar las mandíbulas para evitar
morir por ahogamiento, pues una vez clavados los dientes son aprisionados por
la madera y ya no es posible que los retire, porque no puede. Muy fácil ¿
Verdad ? Y sin exponerse a ningún peligro.
Llegada la noche de ese mismo día, el
muchacho me invito para ir a cazar lagartos blancos conocidos como
“challualagartos” que son más pequeños que los negros y tienen la carne muy
blanca y fina como de mejor pescado y es muy agradable cuando es ahumado.
Para esto, el muchacho llevo una linterna a
pilas y un pesado y duro palo de madera. Nos embarcamos en una pequeña canoa,
el iba en proa de pie, linterna en mano, yo conducía la canoa lenta y
silenciosamente desde la popa y empezamos a distinguir a la luz de la linterna una
infinidad de puntos rojizos brillantes que no eran otra cosa que los ojos de
los lagartos.
El muchacho me dice que me acerque lentamente
hacia los puntos que tenia enfocado, el no aparta la luz que alumbraba los ojos
de la víctima, entonces mi acompañante le descargo un tremendo golpe en la
cabeza con el palo que sostenía en la mano derecha, mientras que con la
izquierda sujetaba la linterna, el lagarto pego una sacudida y luego fue
quedándose quieto a medida que el experto muchacho seguía golpeándole con el
palo y lo cazamos.
El lagarto ataca generalmente cuando está
hambriento o cuando defiende a sus huevos que los deja regados entre las
hojarascas de los ríos y cochas. Puede atacar dentro o fuera del agua, pero
para devorar a la presa cuando esta es grande, tiene que salir forzosamente del
agua a tierra firme para evitar ahogarse al tener la boca abierta por largo
rato.
Un día mientras viajábamos en canoa por el
rio con un sol desesperante, decidimos atracar
al medio en una orilla protegida de los rayos solares a fin de descansar
un rato.
Nos recostamos sobre la hojarasca que cubrían
el suelo, al rato uno de los muchachos, se levanto al escuchar un sonido de
algo parecido a campanitas y veía varios huevos de lagarto que había echado a
rodar al remover las hojarascas, no cabía duda de que este sonido provenía de
los huevos y lo comprobamos al hacer rodar los huevos y sonaban como
campanitas.
Luego oímos el crujir de dientes, al mismo
tiempo que vimos salir de las orillas próximas a dos enormes lagartos de unos 3
mtrs. cada uno, hembra y macho que se abalanzaban contra nosotros y nosotros
pegamos un salto casi felino hacia la parte alta de la orilla, una vez arriba
subimos a unos árboles.
Los lagartos querían arremeter contra
nosotros, pero fueron cansándose, luego con movimientos lentos de la cola
comenzaron a reunir los huevos y a cubrirlos nuevamente con las hojarascas y se
echaron los lagartos a dormir con la cola hacia el rio y la cabeza hacia
nosotros y cuidando sus huevos.
Mientras esto ocurría, nosotros tratamos de
acomodarnos lo mejor en los arboles y esperar que los lagartos se durmieran y
luego nosotros hacer el intento de ganar la canoa.
Había transcurrido más de media hora del incidente y al parecer
los lagartos dormían, pero cuando queríamos bajar, observábamos que los
lagartos de cuando en cuando movían su
cola, es decir estaban despiertos.
Esta situación comenzó a desesperarnos, hasta
que se escucho un potente rugido de otorongo cerca a nosotros, dejándonos casi
paralizados y hasta que vimos salir de la espesura de la selva al enorme tigre
y dirigirse hacia la orilla donde se encontraban los lagartos, que en ese
momento se quedaron inmóviles sin dar señales de vida, como si realmente
estuvieran muertos.
El tigre no nos había visto, porque su atención
estaba en los lagartos, el tigre se sentó tranquilamente y lanzo otro potente
rugido, sin que los reptiles optaran por moverse, ni abrir siquiera sus ojos.
Acto seguido el tigre empezó su festín, se
acerco a la cola de uno de los lagartos y empezó a comerla. Durante esta
operación el tigre removía al lagarto de un lado a otro, sin que este ofreciera
resistencia ni se quejara por el intenso dolor que seguramente le producían las
garras y los dientes del tigre al prenderse en sus carnes.
Luego se canso de este y paso a comer la cola
del otro lagarto, en la misma forma como lo hizo con el primero. Cuando ya
estuvo harto, se alejo de ellos y fue al rio a beber, luego se sentó en la
orilla, lanzo otro rugido ensordecedor y se dirigió al bosque donde desapareció.
Mientras tanto los lagartos apenas se sintieron libres de la presencia del
tigre reaccionaron de inmediato y sin esperar más se lanzaron al rio con las
colas mutiladas y sangrantes.
Carlos
Velásquez Sánchez
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