(Francisco
Izquierdo Ríos)
El
chullachaqui, el diablo de pies desiguales, que se transforma de un momento a
otro en gente, en árbol, en ave, en arroyo o en perro dentro de las verdes soledades de la selva
inmensa y asusta a los caminantes o rapta con engaños a los niños que andan
solos o se quedan en las chozas de las chacras, como también a los adultos.
Aparece
por lo general en la persona de un pariente, de una madre, de un padre, de un
tío, tía o a veces también en la de un amigo e invita amablemente con un
pretexto a seguirle por la selva.
Hasta
después de haber caminado una regular distancia dentro del silencio y del
desamparo se revela tal como es y deja amarrado a su víctima, si es adulto en
una tangarana y si es niño lo sube a uno de los árboles gigantescos, donde los
deja oculto.
A veces también aparece en un uno de esos
caminos ante algún niño como una linda gallina blanca con hermoso pollitos, que
el niño les sigue para agarrarlos bosque adentro, donde es víctima de un fatal
engaño.
Cuentan
que han encontrado a niños raptados por el chullachaqui en los altos ramajes de
los árboles con los rostros desfigurados por terribles rasguños y sin habla, o
sea mudos.
Los
indios “cargueros” que conducen viajeros por la selva descubrían las huellas de
sus pies desiguales en el lodo de los caminos y sienten gran terror o
escuchaban en los momentos de lluvias el rumor de las conversaciones de estos chullachaquis
en las aletas de los renacos.
En
una noche de luna, don Pascual iba de Saposoa a Sacanche montado en su caballo,
era un hombre valiente, no tenía miedo al diablo ni al tunchi y le gustaba
viajar en las noches de luna, iba por el camino silencioso, cuando en la cumbre
del cerro “Poloponta”, que era un sitio pesado, salió un hombre del bosque.
Hablando palabras gangosas con el propósito de agarrar la brida del caballo de
don Pascual, el caballo se asustó, dio un tremendo salto y por poco casi derriba
a su jinete.
Don
Pascual, sin asustarse hincó las espuelas en el caballo y de daba fuertes
riendazos, consiguiendo atropellar al fantasma, el que conociendo el temple del
valeroso jinete no hizo más que adelantarse y seguir por el camino a cierta distancia
a don Pascual, quien sin miedo alguno iba tras él , espoloneando su caballo que resoplaba
asustado.
Hasta
que al llegar a la orilla del riachuelo Sacanche, desde donde se divisaba las
casitas del pueblo y cuando ya la bella luz del amanecer aparecía, desapareció
el fantasma como humo.
Era
el chullachaqui.
En
ese pequeño cerro de Poloponta que era un sitio muy pesado, una vez don
Olegario que iba también una noche por ese cerro, cuando subía, vio que des la
cumbre bajaban peleando dos perrazos negros de ojos brillantes, como carbones
encendidos.
¡Santo
Dios! Dijo don Olegario y sacó su machete y sin atemorizarse, siguió adelante y
cuando ya los animales estaban junto a él, se abalanzó contra ellos para
cortarlos pero desaparecieron, dejando un fuerte olor a azufre y a chivo.
Luego
don Olegario oyó silbidos, cantos, hachazos en el bosque y una bulla tremenda…¡
Era el chullachaqui!.
En
una ocasión, un hijo mató a su padre en el bosque, porque lo confundió con el
chullachaqui. Iban a buscar a sus chanchos, que hacía tiempo se habían
remontado hacia la selva y no regresaban ya a sus corrales, o a las casas de
sus dueños, volviéndose salvajes.
Vete
tú por acá y yo por este lado, nos encontraremos junto a la quebrada, dijo el
padre a su hijo al entrar al bosque, pero ten cuidado, no vaya a engañarte el
chullachaqui.
Ya
tu sabes, puede aparecer como yo o como cualquiera de nuestros parientes, le das
machetazos si este aparece. No tengas miedo.
Después
entraron los dos a la selva inmensa, por distintos caminos con el fin de
encontrarse a las orillas de una quebrada que corría en el fondo.
El
muchacho iba por el bosque con cierto recelo y miedo, pensando en el
chullachaqui y en los consejos que le había dado su padre.
Ante
cualquier ruido se sobresaltaba, más todavía cuando oyó reírse a la fatídica
chicua en un árbol muy alto.
En
uno de esos sitios, su padre que había cambiado de parecer repentinamente se le
apareció, venía en busca de él con el objeto de seguir otro rumbo.
El
muchacho se quedó mirándolo asustado.
No
temas –le dijo- soy tu padre, vamos por aquí, por este sitio creo que estarán
los chanchos y siguió caminando en esa dirección.
Tú
no eres mi padre, gritó de pronto el muchacho. Eres el chullachaqui, me quieres
engañar y corriendo alcanzó a su padre y le asestó un terrible machetazo en la
nuca.
El
pobre hombre cayó instantáneamente muerto y el muchacho volvió corriendo a su
casa. Había matado a su padre confundiéndole con el chullachaqui.
Por
eso, amigos hay que fijarse primero en el pie derecho de alguna gente, que se
encuentre en los caminos, pues cuando el chullachaqui se transforma en egente
siempre tiene el pie derecho más pequeño que el izquierdo, pero el condenado
trata siempre de ocultar este pie en alguna forma.
Por
eso siempre la tarde se vuelve pesada con un fuerte olor a chivo en el
ambiente, es porque el chullachaqui pasa en ese momento, cojeando, cojeando por
el camino.
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