(Francisco
Izquierdo Ríos)
El
trabajo de molienda de caña en el día había sido muy rudo, por eso los peones
en el espacio libre y arenoso frente al trapiche, después de haberse bañado al
atardecer en el río, descansaban echados en esteras de palma conversando en voz
alta sobre mil incidencias de su vida de trabajadores.
Las
pailas de caldo o caña arrojaban densos vapores desde los fogones encendidos,
rojos llameantes, estaban cocinando el caldo de caña para hacer chancaca.
Unos
cuantos peones estaban encargados de cuidar las pailas hasta buene hora, sacar
la espesa cachaza con las espumaderas e ir poniendo la ceba.
La calma
de la noche era tumbada por el viento juguetón que pasaba haciendo ruido en las
ramas de los árboles.
De
pronto los peones callaron.
-¿Oyen?
–preguntó Juandela, medio levantándose, arrimándose de codos sobre la estera.
Los
otros en voz baja contestaron afirmativamente y trataron de oir más en igual
postura que Juandela.
-El
tunchi – taita diosito –Alguien va a morir.
Quién
sabe , uno de nosotros así, hom..
-Capaz
hom…capaz uno de nosotros estamos hediendo a muerto, ya homm..
-¿Oyen? Volvió a decir uno de ellos…más cerca está
silbando ya, no sé que se hace mi cuerpo hom .. se estremece.
Por
orilla río es, cerquita hom..
Alguien
sabra ahugado así, hom…y su alma baja llorando por las aguas.
Bah, ya
se hizo chunya, hom… nos ha sentido seguro.
Ha
callao en el puerto, espero va a pasar puaquí, vamos ahuaitarlo.
A ver
callen pué – ordenó Juandela.
Ya ve,
ya ven, pasó y ahora y ahora está silbando por la cuesta, camino del pueblo,
Más oigannn.
Habrá
pasao por el bosque, capaz por nuestro ladito, hom.., viéndonos. `Puesto es
ala, hom…puede pasar por nuestro lao, sin que lo veamos nosotros.
¿Ha oído
Ud., doña Silvia, preguntó de repente Juandela.
-Sí,
taita Juandela, pero ya estará lejos-contestó Silvia, como tratando siempre de
calmar.
Alguien
va a morir estos días, doña Silvia, quien sabe algunos de nosotros así. Me
acordará Ud. – dijo Juandela.
Y
preferimos quedarnos a oir la fantástica charla de los peones que ir a dormir
en el cuarto contiguo al trapiche, por el miedo que nos dominaba en esos
momentos.
Una
noche, decía taita Juandela, yo mansionaba solito en la Hacienda de taita
Alfredo, me había quedado solito a cuidar los animales.
La noche
era clara con luna, yo estaba remendando mi pantalón en el terrado de la choza,
junto a la luz de un “churo” de aceite, cuando de pronto oigo que los perros
aúllan en el pasto, tan triste, como si lloraran.
Los
ganado, caballos y chanchos venían corriendo, asustados y soplando las trompas,
como a buscar amparo a los corredores de la casa.
Las
gallinas que dormían en las ramas junto al cerco de la huerta de plátanos,
gritaban de modo extraño y aleteaban espantados.
Los
perros seguían aulla y aulla, corrían gimiendo a la casa, luego regresaban al
pasto aullando, en ese ir y venir estaba como si alguien les espantara.
Inmediatamente
pensé que era el tunchi, felizmente yo no tengo miedo.
Desde el
borde del terrado miraba el pasto, cuando veo que un bulto caminaba río arriba,
alzando las manos como pidiendo perdón y llorando amargamente.
Mi
cuerpo se volvió grueso y pesado por un momento y tuve miedo por un momentito.
¿Y quién
no, cuando oye llorar al tunchi?
El bulto
se perdía por arriba del río, siempre llorando y alzando las manos con
desesperación.
Los
perros no se atrevieron a seguirle, se quedaron aullando en el pasto,
seguramente ra un alma en pena.
Yo he
visto a cada rato al tunchi, le oído silbar, llorar a cada rato.
Tantísimos
años ya, que yo llevo andando por estos bosques, en tantos años se ve muchas cosas,
hom… y así concluyó taita JUANDELA.
Yo
vuelta oído silbar y llorar al tunchi, pero nunca le he visto, hom…exclamó uno
de los peones más jóvenes, en mi algodonal casi todas las noches le oigo llorar
por el camino, triste llora hom.. muy triste.
Cuando
ahugado don Llumi mi vecino, tarde la noche, en mi calle oído llorar su alma, exclamó otro, así como
también en la huerta de mi casa y una vez también a las doce del día, cuando
estaba cogiendo granadillas en un bosque junto a mi platanal, de repente oigo
tres hachazos seguidos en mi ladito, tres hachazos sobre un cetico que se
alzaba allí nomás, a dos pasos más o menos de mí.
Las
ramas del árbol se sacudían con los golpes, miré bien, no había nadie, taita
Dios, corrí de miedo a mi chacra sin juntar las granadillas que tumbé al suelo.
¡Era la
sombra!
El
mediodía es pesao, pue – habló taita Juandela. Esa hora anda la sombra, desde
las doce hasta el amanecer del día siguiente en que todos los espíritus
desaparecen con las últimas sombras de la noche, ante la blanca luz del día.
-Una vez
estaba yendo – cuenta otro – por un camino silencioso mpntao en mi caballo,
cuando junto a un espeso bosquecillo de ocueras, éste dio un tremendo salto,
soplando la trompa, asustado, tumbándose de barriga en el lodo.
¿Porqué
hizo así el caballo? Observo el bosquecillo y descubro dentro de el un
abultamiento de tierra en forma de tumba.
Y
verdaderamente era una tumba, seguramente hayan allí enterrado a algún infeliz
que murió sin familia – en una de esas chacras cercanas, algún peón shishaco
seguramente que le atacó la terciana.
El
caballo se asustó por eso. Los animales huelen, pué el muerto, los perros
también aúllan en las noches, ladran como queriendo agarrar a alguien.
Donde se
oye llorar más al tunchi es en los ríos, hom.. todas las noches se oyen que
llaman, como que piden auxilio, después como que lloran.
Son las
almas de los que se augan, pue,hom…
Pueblo
también se oyen todas las noches silbar al tunchi en las huertas, en las
calles, en los barrancos y se le ve en las calles.
Una
noche regresaba de un baile, cuando veo un hombre que viene y cuando nos íbamos
a encontrar, desapareció como humo, mi cuerpo se hizo grueso, hom…y pegué la
carrera a mi casa.
En el
pueblo hay calles pesadas, sitios, donde no solo el tunchi asusta, sino también
el demonio, así como en los caminos del bosque.
Entra a
las casas también el tunchi, Una noche cuando ya estábamos acostados en mi casa
para dormir ya, oímos que se abre la puerta, luego que entra alguien y que suspira largo, largo como si estuviera
cansado.
También
se oye que toma agua del cántaro, hace sonar el pocillo, igualito,hom..
Si pué,
se oye que se abre la puerta, si en verdad se abre, hom…
Alma
pué, hom…alma pué
Cuando
el tunchi entra a la casa, hay un remedio para hacerle correr – dice taita
Juandela. Todos Uds. deben saber, con un calzoncillo, primero, luego con un
justán, se azota en el aire, en las paredes del dormitorio, de la sala, huyendo
inmediatamente el alma.
Si el
alma es de mujer, huye con los azotes del calzoncillo y si es hombre con los
justanazos.
Con el
justán y el calzoncillo se hace correr al tunchi, por eso siempre hay que
tenerlos listos junto a nuestra cama.
Así es
taita Juandela. Así es.
¿Uds.
han visto al ayapullito? , preguntó de pronto uno de los peones.
Yo a
pesar viejo, yo no visto nunca – habló taita Juandela, oído llora nomá en las
huertas igualito pullito con frío, llora el condenao.
Píu, píu
dice en medio de las sombras de la noche, es porque ahí está andando el tunchi.
Cuando
canta ayapullito en la huerta, seguro muere alguien de la casa.
Mamá
Cata, dis agarrau una vez, estaba cantando dentro su casa, buscándolo y lo
encontró bajo unas ollas.
Su
cabeza dis pelao como cadáver,su pluma negra como mortaja - - dice uno de
ellos.
Sí dis
pué- contesta el que estuvo relatando, después Mamá Cata le dejó dentro de una
olla de barro, amarrando bien la boca de ésta con un trapo para verle mejor de
día.
Al
amanecer fue a ver, desató el trapo de la boca del cántaro y no encontró nada,
había desaparecido el ayapullito (pullito del muerto,pué).
Vive
dicen en el panteón, solo sale de noche con los tunchis.
Así es
pué, exclama taita Juandela y no se puede agarrar ni ver al ayapullito, se le
oye llorar nomás como un pullito con frío en los árboles de las huertas.
Dicen
que su cabeza es como una calavera, pelao y su pluma negra como mortaja.
Bueno y
Uds. han visto a la lamparilla – preguntó taita Juandela.
Yo no
visto hasta aura.
Yo de
lejos visto brillar en la pampa una noche.
Yo no
quisiera ver. Santo Dios. Horrible dis es, hom.
Taita
Juandela dice: Yo sí le visto, llovía un poco esa noche, el pueblo estaba
sumido en profundo silencio.
Yo me
levanté a meter a la casa un cuero de
vaca que se estaba mojando en el patio y que me olvidé de meter en el día,
cuando veo una luz azul que se mueve a cierta altura del suelo en la pampa
detrás del cerco.
Taita
diosito, veo un esqueleto que llevaba en el pecho, en el mismo sitio del
corazón, una llama azul que de lejos parecía una lámpara.
Un
esqueleto, Dios mío, un esqueleto bajo la lluvia y por esa calle en aquella
noche silenciosa se perdió la lamparilla.
Taita
Dios, una lamparilla, si da miedo, un esqueleto que anda corriendo y con una
luz en su pecho, taitituuu.
Y luego
todos se fueron a dormir. Ya ven. Hablaba taita Juandela, por la mañanita, ya
ven , el alma de taita Benja pasó silbando anoche por aquí.
Ayer por
la tarde ha muerto en su chacra, el pobre. Aistá su cadáver en el puerto.
Su alma
ha venido adelante, pobre Taita Benja, exclama otro.
Era verdad, en el puerto se balanceaba una balsa
amarrada a un árbol de la orilla, allí envuelto en una blanca cobija estaba el
cadáver de Taita Benja.
El pobre
hombre había sido atacado por una fiebre maligna y había muerto en su chacra.
Toda la
noche sus familiares bajaron su cadáver en la balsa a lo largo del río, le
traían para enterrarlo en el cementerio del pueblo.
Todos
los peones estaban convencidos que aquello que oyeron silbar en la noche era el
alma de Taita Benja.
En el
ambiente del trapiche flotaba, como es natural, una honda emoción de miedo y
misterio.
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