Julio
Chope, entro en el bosque , seguro de realizar una buena caza, así lo prometió
a su mujer y a sus seis hijos, al salir del tambo, en la orilla de un rio donde
vivían
Abundaban
puercos y vacas del monte, aves,tigres, víboras y de estos últimos había que
cuidarse, igualmente de las huanganas, ya que estos en sus impetuosos
recorridos masivos, atacan y despedazan con sus fuertes pezuñas y colmillos al
hombre, a todo animal que sorprenden, embistiendo aun a los árboles en que se
han refugiado los cazadores.
Asomaba
el sol, algunos de sus rayos atravesaban los boscajes, haciendo brillar las
gotas de roció, iluminando las hojas de las palmeras tiernas como pestañas de
bellas mujeres, de repente por allí brotaba la clara melodía del pájaro
flautista.
Chope
anduvo, anduvo, sin encontrar algo importante de ser cazado, solo veía
mariposas, saltamontes, avecillas o serpientes que corrían por la espesura coleteando. No se asombró mucho
de ese fenómeno, pues recordó que el bosque a veces se presenta así y continuo
caminando en varias direcciones, gran conocedor de la selva, no tenía miedo de
desorientarse, iba con paso cauteloso, los ojos de tigre y los oídos atentos, ante un suave movimiento
de hojas o cualquier ruido, alistaba, allí mismo la escopeta, pero, nada.
Ya
será mediodía – calculo-, porque el sol no entraba en la tupida vegetación,
sino por el tiempo transcurrido. Y sintió sed y hambre, cerca no había arboles
con frutos comestibles. Mas escudriñando en torno descubrió la
“yacuhuasca”(soga que brinda agua), corto esta soga con su machete y un chorrito
limpio salió del rojo corazón de esa soga. Chope la emboco y bebió ansioso.
Tal
vez, por la tarde encuentre una buena presa, se dijo, reanudando su andanza por
el bosque. Hurgaba en el ámbito penumbroso de las aletas, como paredes de
grandes árboles, creyendo hallar perdices, añujes o bien perseguía el olor a
cebolla que de pronto le parecía notar de los sajinos, pero al final , nada.
Se
sentó en un viejo tronco, quiso fumar, pero no tenía tabaco. Otro día me
desquitare, exclamo resignado y enrumbo
hacia su tambo.
Y ya al atardecer, en una parte muy sombría
del bosque, herida por la poca luz del sol, vio muchos pelejos abrazados en las
ramas de los arboles gigantescos, esos lanudos animales llamados también
“yoncas” en la selva, sumergidos en un sueño oceánico, pues pasan el tiempo
durmiendo, al extremo, que según el pueblo, ni siquiera se preocupan por buscar
alimentos, esperando que por la maduración caigan en sus bocas los frutos de
los arboles donde viven.
Me
llevare uno de estos desabridos pelejos, se dijo Chope: Que más da. De todos
modos es comida y apunto el arma, era una peleja que sentada en un árbol, tenía
a su tierno hijo apretado a su pecho con el brazo izquierdo y con el brazo
derecho se tapó los ojos casi humanos llenos de terror, como diciéndoles al
cazador :¡ Que vas a hacer!
Y el cazador Julio Chope bajo el arma, muy
AVERGONZADO.
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