C UE N T
O
Estábamos
de campamento en la playa, para dedicarnos a la caza de las tortugas y después
de una semana ya habíamos acumulado un buen número de tortugas y desde entonces
comenzamos a contarlas diariamente por las mañanas, pero lo curioso del caso
era que todos los días faltaban 2 o 3 de las mejores tortugas charapas, es
decir de las mas grandes y no se encontraban indicios de su huida, porque el
cerco se mantenía intacto y no había otra forma de que escaparan sin romper el
cerco y no había huellas de pisadas de ninguna clase.
En
vista de que seguían las desapariciones, decidimos montar guardia nocturna por
turnos. Sin embargo, pese a estas precauciones seguían desapareciendo las
charapas misteriosamente, hasta que me toco mi turno. Provisto de mi machete
salí a rondar por los alrededores del charapero y luego regrese.
Ya
muy de madrugada me quede dormido ligeramente, pero solo cuestión de minutos,
desperté sobresaltado y me pareció distinguir algo a corta distancia muy cerca
del corral, me puse de pie y me fui acercando al lugar. Cuando estuve a unos 10
mtrs. Pude ver la sombra de un hombre que estaba inclinado sobre un objeto
negro.
Ya
no quedaba duda que se trataba del ladrón, que noche a noche iba disminuyendo
nuestro depósito y le grite: Oiga , suelte la charapa y no se mueva. Ahora
arreglaremos cuentas . Y avance sobre él, pero mi asombro no tuvo limites,
cuando el sujeto con una agilidad increíble, puso la charapa a la espalda y
echo a correr velozmente en silencio hacia el bosque, atravesando todo el ancho
del charapero.
Comencé
a perseguirle, pero no le pude alcanzar, porque se alejó velozmente hasta que
desapareció en medio de la oscuridad. Había fracasado en la captura del ladrón
y después de descansar un rato, seguí caminando hacia el boque con el objeto de
marcar algunos árboles con el machete y regresar al día siguiente para seguir
buscando sus huellas.
Regrese
a mi puesto de vigilancia y permanecí despierto hasta el amanecer, hasta que
llegaron mis compañeros a dejar sus preciosa cargas en el charapero. Cuando les
informe lo sucedido, me increparon por haberme dormido y haber permitido un
nuevo hurto sin descubrir ni capturar al ladrón.
Empezamos
a contar a los animales y nos dimos cuenta que faltaban dos hermosa charapas,
eso significaba que el sujeto había realizado dos viajes, siendo descubierto
recién en el segundo.
Buscamos
las huellas por todas partes, pero no descubrimos nada, nos encaminamos todos
al lindero del bosque y allí lo que hicimos fue buscar las marcas que había
dejado en los árboles y comenzamos a buscar, hasta que uno de los nuestros nos pasó
la voz y corrimos hacia él. Miren aquí, nos dijo, señalando al suelo. No hay
huellas de pisadas humanas por ningún lado, pero estas pisadas del otorongo si
son muy claras y vimos así las enormes pisadas del otorongo.
Sin
hacer ningún comentario, fuimos siguiendo las huellas en silencio y muy atentos
con ojos y oídos para no ser víctimas de alguna sorpresa desagradable. Después
de media hora de caminata en el interior del bosque, tropezamos con uno de esos
árboles gigantescos de la selva, cuyas enormes aletas se interponían en nuestro
camino y al parecer aquí se perdían las huellas
porque el suelo está cubierto de abundantes hojarascas.
Entonces
comenzamos a buscar por los alrededores para tratar de encontrar las huellas,
cuando de pronto sorpresivamente descubrimos un verdadero depósito de
caparazones de charapas. En todos esos caparazones estaban las marcas que el
otorongos las había comido. Uno estaba totalmente vacío y otro todavía con las
carnes a medio desgarrar, lo que significaba que el otorongo estaba en pleno
festín, cuando sintió nuestra llegada y huyo hacia la selva.
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