Y llegamos a la chacra, mi abuelito como siempre, vino feliz
a nuestro encuentro.
Mi abuelito nos invitó chicha de maíz y al tomar , me
acordaba de don Mañanero. Poco después yo me aleje, mientras mis padres
conversaban con mis abuelitos.
La chacra estaba más bonita que el año pasado, parecía un
paraíso y lo que más me gustaba es que seguía en pie mi chocita, la cual construí
cuando era más pequeña. Cerca al pasto de mi abuelo había un barranco grande y
profundo, donde nacía un hermoso manantial azulado.
Cuando los días eran fríos y solitarios salía un extraño
hombrecillo del barranco que aterrorizaba a las personas que tenían sus chacras
cerca al barranco. Este hombrecillo era chatito, viejito y era cojo, siempre
usaba pantalones y camisas viejas, tenía un sombrerito que le tapaba gran parte
de la cara, decían la gente de allí.
Una tarde yo y mi hermano nos fuimos al monte a revisar las
trampas que él había puesto para atrapar palomas y conejos, siempre lo
hacíamos, pero esa tarde vimos al hombrecillo.
Yo me puse a llorar de miedo, pero mi hermano me daba ánimos
y después de media hora nos encontrábamos donde estaban las trampas, me puse
contenta al ver la chacra, deje a mi hermano y me fui corriendo a la choza y
después de un rato llego mi hermano y en la cena conto a mis padres lo que nos
había sucedido en el monte. “Tengan cuidado” nos dijo.
Mi abuelo nos contó que este hombrecillo, siempre sale del
barranco cuando no hay nadie y engañaba a las personas hasta hacerlos
desaparecer para siempre, igual que quiso hacer con Uds. Toda la gente le llama
“chullachaqui” o “shapshico”. Luego, nos fuimos a acostar, pero yo no podía
dormir, pensando en lo que había sucedido en la tarde.
Al día siguiente, mi abuelito llevo a la hija de un peón a la
casa y la vi desgranando maní para hacer inchicapi, me acerque, le pregunte su
nombre y me dijo que se llamaba Rosa y desde ese día siempre jugábamos en la
chacra.
A Rosa siempre le gustaba ir al manantial que estaba cerca al
barranco, yo le decía que no se acerque, pero ella no tenía miedo, regresamos a
la choza y le contaba a ella sobre mi amigo don Mañanero, que era un señor muy
bueno, que siempre me contaba historias de la selva y Rosa me escuchaba
atentamente.
Al día siguiente fuimos con Rosa a jugar en el pasto con los
animales y luego me di cuenta que Rosa ya no estaba conmigo, la llame y la
comencé a buscar, ,pero no la encontré, me fui donde mis padres y les conté lo
que había sucedido y me ayudaron a buscarla, estaba yo asustada y comencé a
llorar porque no sabía nada de Rosita.
Y me acorde, que a
ella le gustaba el manantial y fui con mi hermano a buscarla, al llegar al
sitio, no encontramos nada, yo me fui al lado del barranco y allí encontré sus
zapatillas, llame a mi hermano y no supo
que decirme y regresamos a la choza.
Allí encontramos a mi padre y a mi abuelo, que no tenían noticias de ella. Les conté que
había encontrado sus zapatillas cerca del barranco, entonces mi abuelo me dijo
unas palabras que al escuchar me quede muda.
Dijo que el “chullachaqui” se la había llevado. Yo me puse a
llorar, porque era la única amiga con quien me había acostumbrado y a quien
quería mucho.
Mi abuelo y yo fuimos al día siguiente a casa de los padres
de Rosa a dar la noticia, la madre de la niña al enterarse de lo sucedido lloro
mucho y nunca olvidare el rostro que puso su padre.
Al ver las lágrimas de la familia, comencé a llorar junto con
la madre. Después de dos días volvimos a
casa, pero yo ya no era la misma, había cambiado bastante, a veces me ponía a
pensar en las travesuras que hacíamos con Rosita y me salían las lágrimas.
Después de dos meses volvía a la chacra de mi abuelo y a
veces me voy al pasto a pensar sobre los momentos lindos que pase con Rosita y
siento la presencia de ella, hasta parece que escucho sus pasos.
Pero el “chullachaqui” se la había llevado para siempre.
Carlos Velásquez Sánchez
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