En la antigüedad hubo muchas mujeres indígenas leprosas, a
las cuales les expulsaban de sus Caseríos a lugares lejanos para que no se
extendiera la enfermedad. Vivian estas mujeres solas, ellas se hacían sus
chacras y se buscaban el alimento.
Algunas de estas mujeres eran bien trabajadoras , el mismo
trabajo a veces les curaba y regresaban a sus casas . Otras por el contrario
eran holgazanas y pasaban las horas y los días sentadas en el suelo llorando
sus infortunio.
Una de estas mujeres haraganas como ninguna, por estar tanto
tiempo sentada en el suelo, se le lleno el vientre de lombrices de tierra y
quedo como embarazada. A los pocos días nació el hijo y era un niño al cual se
le veía crecer de día en día extraordinariamente.
Este niño fue la alegría de todas las mujeres leprosas, pues
todas le adoraban, le tenían en sus brazos y le daban regalos. Lo veían como un
regalo de los dioses y que hasta su madre se había vuelto trabajadora por él.
Cierto día se fue la
madre al monte a buscar leña, al salir de la casa le encargo a su madre,
también leprosa, que no bañase a su hijito en agua caliente, pero la abuela del
niño no sabía la razón de aquella orden y baño al nieto en agua caliente y de
pronto se trozo en dos pedazos, convirtiéndose al instante en un montón de
lombrices que corrían por la tierra. El niño había sido carne rellena de
lombrices.
Cuando la mama del niño vino del monte se encontró con aquel
macabro espectáculo y culpo de esto su misma madre por haberla desobedecida.
Y manifestó a todas las mujeres que aquel niño había sido
destinado por los dioses para curarlos de la lepra, mas por aquella acción
nunca verían la salud y la curación total de esa terrible enfermedad que es la
LEPRA.
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