En un lugar
de la selva sanmartinense, cuyo nombre ya no me
acuerdo, circundado de una veintena de casas de campesinos en su mayoría
de techos de palmera, hay una laguna de aguas claras, que los pobladores la
consideran “encantada”, porque a través de muchas décadas observan cosas
misteriosas. Por ejemplo:
Que el nivel
de agua se mantiene inalterable, tanto en época de verano como en lluviosas y
no tiene vertiente que la sustente.
Que no tiene
desaguadero porque nunca se llena.
Que en los
días de lluvias leves se forma un arco iris, uno de los extremos se levanta del
centro de la laguna y el otro, posa sobre unos roquedales de la colina al este
del pueblo, mostrando un maravilloso arco triunfal de siete bellos colores, que
deleita a la población.
Que en las
noches de luna llena, se escucha una melodiosa música fúnebre, mientras los
rayos del satélite juegan sobre un leve oleaje.
Que no se
sabe su real profundidad, nunca han intentado medirla.
Además, es
creencia del pueblo, que en las noches oscuras, salen del fondo de sus aguas
unas sombras diabólicas que desaparecen luego en la oscuridad.
Por todo lo
anterior , nadie debe bañarse ni pescar en ella porque la consideran un oasis
del diablo.
A un extremo
del pueblo fluyen raudamente las cristalinas aguas de un riachuelo que
desemboca en el rio Mayo, cerca de Moyobamba, con amplias playas de arena
blanca,. Sobre cuya superficie frecuentemente los pobladores constatan unas
extrañas huellas sobre su suelo húmedo, después de las lluvias.
Es creencia
de los pobladores que tales huellas dejan los pies del “Chullachaqui” que sale
por las noches en plan de pesca.
En una
oportunidad ocurrió algo increíble que dejo asombrado a todo el pueblo.
Sucedió que
una adolescente se atrevió a darse un
chapuzón en las frías aguas de la laguna para mitigar el fuerte calor del
mediodía. Sus padres la recriminaron severamente por su atrevimiento, ya que
por tradición nadie lo hacía.
Dos meses
después, la joven comenzó a sentir molestias en el vientre, como las que
produce el embarazo. Zoraida Tapayuri que así se llama la joven, una simpática
morenita del lugar, era consciente de no haber tenido relaciones sexuales, por
lo que no le dio importancia a estas molestias, tampoco consulto con su madre.
En su
conciencia no cabían tales anuncios, pues era consciente que mantenía su
virginidad. Dos meses más tarde, cuando vio abultado su vientre, se atrevió a
revelar a su madre las molestias que soportaba silenciosamente y como lo
esperaba recibió severos castigos, obligándola a declarar su comportamiento.
Ante la
reiterada negativa de Zoraida sobre su posible contacto sexual, sus padres
optaron por pedir los servicios de una vieja y experimentada comadrona del
lugar, para que se encargara de establecer el diagnostico correspondiente, la
misma que después de una minuciosa observación determino que la señorita
llevaba cuatro meses aproximadamente de gestación y que el niño se encontraba
en buenas condiciones.
La noticia
preocupo a toda la Comunidad, porque sabían que la joven se había bañado en la
laguna encantada y nadie dudaba de su correcto comportamiento.
Los más
creyentes en cuestiones diabólicas, dudaban que el feto fuese humano,
contraviniendo el diagnóstico de la comadrona, porque afirmaban que la laguna
era el oasis del diablo.
Los meses
transcurrieron en medio de mucha incertidumbre y todo tipo de pronósticos,
mezcla de misterio y leyenda, sobre todo porque se trataba de una adolescente.
Así llego la
fecha del alumbramiento de Zoraidita, después de un minucioso seguimiento al
proceso del embarazo por parte de la comadrona, quien insistía que se trataba
de un embarazo normal y que el niño o niña nacería sin ninguna dificultad.
Eran las
tres de la tarde aproximadamente de un domingo de marzo, cuando la jovencita
sintió los anuncios del parto. Toda la población, sentada a la vereda de sus
casas, esperaban el desenlace.
Algunos, los
más curiosos, llegaron a la casa de la parturienta sin pensar que serían
testigos de un hecho insólito.
El niño nació
con toda normalidad, pero, tan luego le cortaron el ombligo, se escapó de las
manos callosas de la comadrona, que solo atino a dar un grito desarticulado al
ver que el misterioso ser, con los bracitos extendidos y a poca altura del
suelo como volando salía del cuarto de parto, cruzaba la sala y se dirigía a la
calle ante el asombro de los
curiosos, con un lento desplazamiento y conservando la altura hasta caer en la
laguna, donde con un leve oleaje se perdió en el fondo y nunca el pueblo supo
de su destino, porque nadie se atrevió a meterse en ella para intentar dar
alcance al diabólico recién nacido.
Pasaron los
años y lo acontecido, solo quedo en el recuerdo de los pobladores.
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