Eran dos seres muy distintos, dos animales de
mundos distintos.
.Uno era un ave, frágil, de vuelo sosegado y alto, de plumas tibias y
compleja estructura. El otro en cambio era un sapo, un animal anfibio al que le
importaba el agua más que a todo en el mundo. Caminaba dejando huellas de
humedad y su canto bajo la lluvia era una canción feliz.
Eran dos individuos diferentes, el ave comía poco, le gustaba comer lo
necesario, era un ave de plumaje impreciso, volar de aquí para allá era su
destino, un día aquí, un día allá; siempre en espera del amanecer para volar.
El sapo en cambio, sabía perfectamente lo que quería, engullía cuanto
insecto encontraba en su camino, se había establecido en un pozo y se soleaba
sentado en una gran piedra largamente. Su vida estaba atada a esa piedra húmeda
de la entrada del aquel hoyo. Y con el tiempo y su esfuerzo compró los otros pozos
vecinos, era un sapo hábil y afortunado.
El sapo era sedentario, estable, permanente; el pájaro en cambio
era nómada, errante, vagabundo. Los dos se sabían diferentes, se miraban
distantes sin sentir envidia, el sapo feliz con sus pozos, el ave feliz con el
cielo, aunque no le pertenecía lo sentía suyo.
Cuando la lluvia caía y arreciaba, el anfibio croaba de felicidad y se
cobijaba en su pozo; el ave en cambio temía mojarse las alas y buscaba
protegerse en cualquier lugar. Cuando el viento soplaba fuerte el sapo se
aferraba temeroso de las piedras cercanas al pozo; el pájaro al contrario era
feliz y se dejaba llevar por la corriente.
Los dos eran muy distintos, pero vivían en el mismo mundo, uno en el
agua, otro en el aire, tan distintos y eran hermanos. El sapo hábil casando
moscas, anunciaba las lluvias y se sumergía en el agua con asombrosa facilidad.
El pájaro era un volador formidable, veía el mundo desde donde pocos podían
verlo, desde lo más alto, veía paisajes que los ojos del sapo no alcanzaban a
ver, eso le daba un horizonte amplio, era un pájaro enamorado.
En el país de los anfibios el sapo era admirado, era querido y estimado,
su paciencia esperando en la oscuridad de la poza para que las moscas sean
atrapadas por su lengua viscosa era siempre pregonada. Nadie más que él para
dar saltos largos y para nadar en cualquier charco, habilidades que el ave no
tenía y que nunca las tendría.
Cierta vez el ave intentó imitar al sapo y se lanzó a un pozo profundo
para nadar como lo hacía el verdusco animal pero sus plumas se mojaron, su
cuerpo se entumeció y fue varado como un frágil papel por las olas que el
viento hacía y se salvó de morir de milagro.
El ave era apreciada por otras habilidades, su canto era mágico, era
poesía en la mañana. Su grácil manera de volar no podía ser imitada por ningún
cuadrúpedo, ni siquiera los insectos podían imitar su vuelo y las piruetas que
hacía con sus plumas siempre sorprendían.
Al comienzo el sapo y el pájaro no se llevaban muy bien, creían que sus
diferencias eran insalvables, pero cierto día encontraron la forma de ayudarse
mutuamente y desde entonces el ave tomaba al sapo del lomo y lo llevaba largas
distancias usando sus alas, por su parte el sapo capturaba insectos que eran un
deliciosos banquete para el ave.
El sapo anunciaba las lluvias y así el pájaro cuidaba su plumaje. El
pájaro desde lo alto le anunciaba los peligros cercanos al sapo y se hizo una
feliz armonía.
Desde entonces el sapo y el pájaro viven en un mismo lugar, una casa
vieja con un patio descolorido en donde hay una fuente y desde donde se escucha
cada día muy temprano desde el tejado el trino del ave que ha empezado a
envejecer de tantas veces que las alas le fallaron. Y también se oye el croar
feliz, desde la fuente, de un sapo cada vez más gordo por la vida sedentaria.
Y mientras tanto van pasando los días y mientras tanto va pasando la
vida, la vida, la vida.
Carlos Velásquez Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario