El
monstruo entró en el tambo abierto y
Celina no pudo hacer más que apretar contra su pecho a su hijo de cinco días de
nacido.
La
boa, de 30 mtrs. lengua afuera y los ojos relucientes, se subió a la cama y
anudando la cola en una viga como punto de apoyo enrolló con su largo cuerpo a
madre y niño matándolos.
Se
desprendió de la viga, cayendo totalmente sobre la cama de palos, destrozándolo
y cubrió con su baba los cadáveres de la madre y el niño y se los tragó, desapareciendo
enseguida por la chacra y el bosque.
Quedando
en el tambo un olor raro, a fango, a pantano, a boa.
Eso
lo percibió Rufino Huayachi cuando se acercaba a su tambo, con dos paujiles que
mató en el bosque.
Había
dio a cazar para complacer a Celina, recién parida y que se le antojó tonar un
caldo de aves de monte.
Corrió
a su tambo, vio con asombro los destrozos en su tambo, no se hallaba su mujer
ni su hijito, descubrió sangre y flemas, era la baba de la boa ya que todo el
tambo trascendía a boa.
Comprendió
lo ocurrido y empezó a llorar, su mujer y su hijito tragados por una boa. No
debió dejarlos solos.
Reaccionó,
decidiendo buscar a la boa y matarlo, hacerlo pedacitos.
Estaría
en algún lugar del bosque, enroscada, durmiendo, digiriendo a su mujer y a su
Jorgito…sus seres más queridos dentro de la boa, pero la encontraría donde
estuviese.
Revisó
su carabina, la cargó con toas las balas, cogió su machete largo y una hacha.
Y
comenzó a seguir las huellas de la boa desde la casa, no le fue difícil, pues
el surco de su desplazamiento era visible por medio de la chacra, con troncos
de plátano tumbados en el suelo y hacia el río.
La
maldita ha bandeado el riachuelo, dijo Rufino y lo cruzó también él,
encontrando en la otra margen el surco de la fiera.
Anochecía,
pero continuaba la búsqueda del monstruo, hasta que la ubicó dentro de un
palmeral…la boa enroscada, dormía, la luna iluminaba parcialmente a la boa.
Rufino
Huayachi estaba frente a la boa, pisando firme le apuntó el arma a la cabeza y
le descerrajó dos tiros. La boa cegada de sangre, se desenroscó, elevándose a
cierta altura y cayendo pesadamente, chicoteando con la cola las palmeras.
Huayachi,
le acertó dos tiros más, cuidando de no balearla en la panza donde se hallaban
su mujer y su hijo, en su panza abultada, la boa se estiró, palpitante de
agonía, Rufino la contemplaba hasta que quedó muerta.
Huayachi
se le acercó con el machete y el hacha, empezó rabiosamente a cortarla en
pedacitos, menos la panza, que procuró abrirla suavemente con el anhelo de
encontrar siquiera el rostro de sus seres queridos, sino enteros, por lo menos
parte de sus rostros.
De
su hijo encontró solo un piececito y de su mujer una parte de su cráneo con un poco de cabellera.
La
luna alumbraba la escena.
Rufino,
recogiendo en anchas hojas de bijao los restos sanguinolentos y flemosos volvió
a su tambo y amaneció velando esos restos ante una lámpara de aceite, los
enterró al costado del tambo con una cruz de palos coronados de flores
silvestres y se fue de su tambo para siempre.
Ke triste 😢😢
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