(HUMBERTO DEL AGUILA ARRIAGA)
Se
llamaba Juana, era moyobambina y a los 15 años se había casado con Rodolfo
Freitas, un brasilero que llegó a Moyobamba y con su marido que era cauchero
partió a la selva.
Le
decían la marimacha porque competía con todos los hombres en todo.
Era
capaz de estar un día entero en la popa de una canoa, insensible al sol,
surcando los ríos con una carabina y no le fallaba a un sachapato a 50 mtrs.
Derribaba
con el hacha los árboles más corpulentos y machete en mano pocos le ganaban en
abrir trochas en la selva.
Con
su marido se dirigieron a la selva del río Humaytá a la cual llegaron después
de luchar días y días contra el río.
Se
instalaron y construyeron un gran tambo, hombres y mujeres se dedicaron a
marcar árboles, derribarlos y formar los canales en la tierra para la
coagulación del látex de caucho.
Los
socios de Rodolfo no estaban contentos porque encontraban insoportable la vida
en esa selva.
Había
innumerables árboles de caucho y habían llegado a la conclusión de que con unos
tres años tendrían lo suficiente para vivir tranquilos el resto de sus días.
Los
caucheros hablaron de abandonar el trabajo e ir en busca de otro rincón de la
selva.
Juana
dio un salto, indignada diciéndoles: ¿Acaso no son hombres? ¿Llevan polleras en
lugar de pantalones? Solo a unos maricas se les ocurriría abandonar el trabajo
por miedo a los animales.
Váyanse
todos, yo con mi marido nos quedaremos trabajando aquí hasta reventar.
Los
hombres bajaron la cabeza avergonzados y no se habló más de cambiar de lugar.
Se
acordó que desde el día siguiente una de las mujeres por turno quedan al
cuidado del tambo.
Era
peligroso porque los salvajes podían incursionar y porque había muchas fieras,
pero era necesario.
De
ese modo también cocinarían cuando los demás lleguen hambrientos del trabajo.
Un
día, Rodolfo el marido de Juana vino con una noticia que llenó a todos de
consternación, de que había visto un tigre cebado, lo conoció a distancia,
porque en lugar de las hermosas manchas negras sobre el fondo pálido de la piel
había manchones de caracha.
Tigre
cebado es aquel que ha probado carne humana y en castigo se cubre de una
caracha que le va invadiendo lentamente hasta dejarlo limpio de pelos y el
tigre toma un aspecto horroroso, con el cuerpo de color de tierra oscura y con
heridas sangrantes, pues para aliviarse del escozor se frota contra los árboles
o se rasca con sus garras afiladas hasta desgarrar la piel podrida.
El
tigre cebado encuentra desabrido las carnes de todos los animales y caminará un
día entero tras el rastro de un hombre hasta matarlo.
Posiblemente
ya el tigre andaría merodeando por los alrededores del tambo y era una suerte
que lo viese Rodolfo.
Los
caucheros para no verse expuestos a un ataque nocturno, colocaron chontas y
caña brava para rodear el tambo de frágiles paredes.
Al
día siguiente siguieron el rastro del tigre y no se habían equivocado los
caucheros, pues a eso de la medianoche, oyeron los rugidos de un tigre cerca
del tambo y como la hoguera estaba encendida, no se atrevió a acercarse.
Juana
había estado trabajando en la confección de un artefacto que nadie entendía
para que lo quería y era como un gran cucharón.
Apenas
amaneció, los caucheros tomaron su desayuno, se aseguraron de que sus carabinas
funcionaban bien y se prepararon para la batida.
Pero
surgió un conflicto, Juana dijo que ella no iría que se quedaba en el tambo por
si venía el tigre, ya vería lo que es bueno, le iba a meter una bala calibre 44
entre los dos ojos.
A
ella no le asustaban los tigrecitos, por algo hacía ya 14 años andaba con su
marido metida entre los caucheros.
Por
otra parte no pensaba salir del tambo y por entre las aberturas de las ponas y
de los carrizos podía disparar sin peligro.
Se
le había ocurrido variar el menú y preparar una mazamorra y se quedó.
Partieron
los cazadores y Juana cogió su carabina, limpió cuidadosamente la mira, movió
la palanca para cerciorarse de que tenía la bala y después se puso a preparar
la mazamorra.
Un
olor a quemado llegó hasta Juana y de un salto estuvo junto al fogón moviendo
con su improvisado cucharón la mazamorra en el perol.
Escuchó
un crujido imperceptible que le hizo levantar la cabeza y frente a ella se
encontraba el otorongo de cabeza redonda, una especie más feroz.
Juana
permaneció inmóvil, era inútil pensar en la carabina porque antes de agarrarla
el tigre la habría alcanzado.
El
gran cucharón cogido por Juana estaba y estaba dentro del perol, Juana sonrió.
El
otorongo un poco fastidiado por el humo, se iba acercando a Juana dando un
rodeo como para sorprenderla por la espalda, pero la mujer se desplazaba
alrededor del perol lentamente sin dejar de mirar al tigre y sin soltar su
cucharón.
Cuando
el tigre se encontró a una distancia de unos 06 pasos, se dispuso a dar el
salto, para esto se replegó sobre sus patas traseras, haciéndose un ovillo.
Abría
las fauces para rugir y lanzarse, Juana balanceaba el gran cucharón repleto de
mazamorra hirviente y arrojó certeramente el contenido a la cara de la fiera.
El
tigre dio un rugido horrendo y un salto prodigioso, se revolcaba en el suelo,
se prendió al suelo escarbando y arrancando de raíz los pequeños arbolitos.
Juana
furiosa, sin medir el peligro que corría, cogió un hacha y mientras el tigre se
revolcaba, de dos hachazos lo dejó muerto.
Mientras
tanto en el bosque, los cazadores andaban con toda precaución siguiendo los
rastros del tigre.
Llegaron
al tambo dos horas después y al ver lo que había hecho Juana se quedaron mudos
de asombro y admiración.
Solo
Rodolfo llegó al animal y poniéndole un pie encima, le habló: “Pobre animalito,
no sabías lo peligroso que era meterse con mi mujer. Podías habérmelo
preguntado”
Juana
se acercó temblando a su marido y le echó los brazos al cuello.
El
hombre le correspondió con un abrazo sensual.
Carlos
Velásquez Sánchez
Excelente narración.
ResponderEliminarMe llenó de imaginación y me trasladé a esos hermosos y a la vez pemigrosos lugares de la selva.
Muchas gracias al autor de la obra y a quien la publicó.