Contado
por Raul Ayay.
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Un vez estando Chota, me hice tarde y ya no había combis para
regresar a Cajamarca. Ya estaba por quedarme allá esa noche y coger al día
siguiente el primer carro de regreso. Fui a cenar, mi mala suerte seguía: no
había mesas libres. —Siéntense aquí, joven— me dijo un señor muy amable—, si
gusta compartimos la mesa.
Gustoso y agradecido acepté compartir la mesa. Entre muchas otras cosas, me contó que había ido a dejar una carguita en su camión pero que ya cenaba y se regresaba a Cajamarca y que si le invitaba una gaseosita me daba una jalaba. No solo le invité la gaseosa sino que también le invité la cena. Don Jorge Irigoín era una gran persona.
Gustoso y agradecido acepté compartir la mesa. Entre muchas otras cosas, me contó que había ido a dejar una carguita en su camión pero que ya cenaba y se regresaba a Cajamarca y que si le invitaba una gaseosita me daba una jalaba. No solo le invité la gaseosa sino que también le invité la cena. Don Jorge Irigoín era una gran persona.
Te
cuento lo que me paso una vez cuando por este trayecto– me dijo en el camión,
mientras me pasaba la coca y el anisado.
“Cuando salía de Bambamarca, ya muy de noche y bajo una
interminable lluvia, pude avistar a una mujer en el camino; ella iba caminando
muy lentamente en la carretera, debiste verla con aquel vestido blanco
totalmente empapado. Frene suavemente pues también iba despacio por el mal
estado de la carretera.
Le hice una señal para que suba al camión y así pudiera
protegerse de la lluvia, ella asintió y se sentó en el mismo lugar en donde
estas tú. Era una mujer muy joven y bella, al verla en esas condiciones le
ofrecí mi casaca para que pudiera abrigarse, me agradeció y en su rostro vi
dibujada una sonrisa tierna.
Cuando ya estábamos por llegar a Cajamarca, ella me pidió
bajarse del camión; pues tenía familia allí. Como aun llovía y era apenas las
dos de la madrugada, le dije que se quede con mi casaca, que en otro momento
iría por ella. Solo le pedí la dirección de su casa.
Pasó una semana y fui a buscarla hasta su casa. Grande fue mi
sorpresa cuando salió su madre y me dijo que Virginia —así me dijo que se
llamaba—, había muerto hace años atrás. Precisamente en un accidente de
carreteras, el bus en el que venía se volteó justo en el lugar donde la recogí.
Yo no le creí a la señora y pensé que se querían quedar con mi
casaca. Para confirmar los hechos, su madre me llevo hasta el cementerio y allí
pude corroborar que en verdad la joven y bella Virginia estaba muerta. La
fotografía en el nicho era la misma chica que vi hacia como una semana. Pero lo
que más me sorprendió, fue ver mi casaca a un costado, junto al nicho de la
joven. Su madre no tenía explicación alguna por lo sucedido, solo me dijo que
era la cuarta vez que pasaba eso; habían preguntado por su hija que había
subido al camión en la carretera de Bambamarca.”
Aunque algo asustado, ese fue el mejor viaje nocturno que tuve.
Hoy, cada vez que voy al cementerio a ver a mi viejito, busco el nombre de Virginia
Burga, o una casaca sobre alguna tumba.
Carlos Velásquez
Sánchez
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