( Juan Rodríguez Pérez )
Llegué a
la zona de Nuevo Paraíso juntamente con mi esposa y mis dos hijos, atraído más
por las riquezas de estas tierras ya que se puede cultivar y cazar de todo en
cualquier época del año.
Mi
compadre Elisbán me había advertido que esta tierra no era buena para cazadores
como yo , porque los animales se van internando más y más y se necesita mucho
olfato para encontrarles.
Cuando
estuve instalado en mi nuevo hogar, agarré mi escopeta y salí hacia el monte,
advirtiendo a mi esposa que no se preocupara sino regreso pronto.
El
primer día buscaba huellas junto a la quebrada cerca de los troncos de shapaja,
troncos ahuecados y en cuanto lugar que podría frecuentar algún venado, un
sajino, una carachupa o una manada de huanganas.
Pero,
nada…
Al día
siguiente me encontraba muy lejos de mi casa, la tarde se iba lentamente para
dar paso a la noche que anunciaba lluvia.
Rodeado
de arbusto y de ramas que me rozaban el rostro me acomodé en un lecho de hojas
secas antes de que oscurezca.
Al poco
rato empezó la lluvia con truenos y relámpagos y es ahí donde veo a un venado
tímidamente guarecido bajo un tronco de shapaja.
Así que
alisté mi escopeta y apunté. Como el animal no me había descubierto, pensé que
debía esperar el siguiente relámpago para afinar la puntería y hacer fuego. Así
lo hice.
Enfoqué
mi linterna y ví al venado caído, así que me alisté para correr hacia él con el
machete en la mano, despellejarlo y cortarlo en trozos para facilitar mi carga.
Enfoqué
nuevamente mi linterna para ubicar al venado cuando de pronto veo que el venado
estaba parado, pero sin cabeza, tenía levantada una de sus patas y movía su
cuerpo como buscando su cabeza.
Me
estremecí y recordé a mi compadre
Elisbán, hice un pequeño movimiento sin soltar la linterna y el animal corrió
hacia el bosque.
No podía
creerlo¿ Como podía un anima correr sin su cabeza?.
De
regreso a casa, no le dije nada a mi esposa, por temor a que me impidiera salir
de caza.
Así que
al tercer día , venciendo mis temores, salí nuevamente hacia la montaña,
dispuesto a enfrentarme a los acontecimientos que pudiera presentarse.
Estaba
seguro que todo había sido una alucinación, debido a los efectos de los
relámpagos, la lluvia y la selva en sí que guarda muchos misterios.
Llegué
al lugar donde se dio este acontecimiento la última noche, me invadió un
estremecimiento como avisándome de que algo malo me iba a suceder.
Entonces
tuve la certeza de que había invadido un territorio prohibido y mi compadre de
alguna manera trató de advertirme pero nunca llegué a tomarlo enserio.
Lo que
tenía al frente era el mismo venado que le había disparado, pero la sorpresa
era la pequeña cabeza que le nacía del cuello.
Me quedé
perplejo, sin ánimo de levantar la escopeta y dispararle, ví que se esforzaba
por alcanzar algunas hojas con su diminuta cabeza.
Empecé a
correr buscando llegar a mi casa lo más rápido posible porque si no me volvía loco.
Pero
también consideré que de repente estaba invadiendo terrenos que no estaban
permitidos a seres como nosotros que no respetamos a las plantas ni a los
animales, en otras palabras creo que estaba invadiendo el terreno de los
demonios de la selva.
No sé cuánto
tiempo estaría corriendo por la selva, creo que lo único que hacía era dar
vueltas y más vueltas.
De tanto
correr, me tendí al pié de un árbol y me
quedé dormido, despertándome como a las 5 de la mañana del día siguiente.
Levanté
la vista y no vi indicios de lluvia, agarré la escopeta por si algún animal
feroz rondaba por los alrededores pero nada.
Me
levanté, avancé unos pasos, llegué a un sitio despejado y vi a un otorongo que
devoraba al venado que tenía una “ashí cabecita”.
Empecé a
temblar, hice ruido y el otorongo se abalanzó contra mí, agarré la escopeta,
hice fuego haciendo impacto en la cabeza del animal, saliendo disparado como si
hubiese un machetazo.
Vi al
otorongo dar brincos mientras abría la boca en su cabeza desprendida en un
intento de rugir.
Empecé a
correr con mi machete para abrirme paso en la maleza y escapar de esta tierra.
Pero lo
que sucedió después sobrepasó el límite y que me ha hecho dudar si no estaría
soñando o de repente me estoy volviendo loco.
Vi al
otorongo levantarse y a tientas buscaba su cabeza, tratando de colocarla en su
lugar, sin conseguirlo.
En sus
garras llevaba su cabeza con los ojos bien abiertos para perseguirme dando grandes saltos.
Arrojé
la escopeta, comencé a correr, no tenía tiempo para razonar hasta que llegué al
río donde tenía una canoa.
¿Se
imaginan Uds. mi desesperación en plena selva?
He dudado entre contarle a mi mujer o guardarme el secreto.
En mí ha
quedado la imagen del venado y el otorongo corriendo sin cabeza en plena selva,
persiguiéndome.
¿Habré
estado realmente en un lugar prohibido? Bah, ya no vale la pena seguir
torturándome con suposiciones.
Yo creo
estuve cerca de los territorios de los demonios y todo lo que hicieron fue
asustarme para dejar el lugar despejado de curiosos y mi compadre Elisbán me lo
había advertido.
No les
vaya a pasar lo que le sucedió a Isidro Lupuna quién amaneció colgado de los
huevos en lo alto de un tronco de capirona.
Luego se
fue a descansar tomando su vaso de aguardiente, mientras en el bosque se
escuchaba el chillido de los grillos y
el croar de los sapos.
Carlos
Velásquez Sánchez
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