(WERNER BARTRA PADILLA)
El
marido conjuntamente con tres policías más, irrumpió arma en mano en la oficina
donde la tenía ya desmayada en mis brazos.
Era
la mujer más hermosa, que la gente de Santa Rosa había visto en años.
La
policía me detuvo acusándome del delito de lesiones graves y a ella la llevaron
al hospital de Tarapoto, donde a los cinco días falleció víctima de
laceraciones múltiples producidas por golpes continuos con arma punzocortante.
Cuando
murió, la Fiscalía cambió la acusación por el de lesiones graves seguida de
muerte.
La
población sospechaba que ella era una runamula, pero estoy convencido de que sí
era una runamula y el diablo con sus golpes la mató.
Esa
noche, aproximadamente a la 1.00 a.m. oí unos relinchos continuos y tuve la
sensación de que esos alaridos decían mi nombre.
Yo
estaba mirando por la ventana, agazapado, vi que parecía un caballo montado por
un jinete con la melena alborotada, que golpeaba con el látigo el lomo del
animal. Mientras que de la boca de éste parecía brotar chispas de fuego.
Ahora
sé que no era un caballo sino una mula. Fue todo lo que vi.
Al
día siguiente en uno de esos encuentros furtivos e intensos, ella me contó que
se sentía mal, que no entendía porque tenía esos moretones en el cuerpo.
Estaba
revisándola, cuando de pronto se cambió de ropa y me dijo que se iba.
Al
momento de despedirla se desmayó en mis brazos, luego llegaron los cuatro
policías que me empapelaron y por lo que estoy hablando con Uds. Señores
jueces.
Pero
me parece para que Uds. crean en mi inocencia, debo empezar desde el principio.
El
domingo que la conocí de cerca, me acerqué a ella, no logré ver su rostro,
porque en este pueblo todavía las mujeres usan velos cuando van a misa, pero
percibí su olor que lo tuve en mi nariz casi una semana.
Era
una mezcla de perfume de rosas con olor
a animal de monte, a venada, fuerte, casi embriagador.
Desde
que llegué a Santa Rosa, los feligreses no hacían más que hablar de la
extraordinaria belleza de doña Ludovica del Cisne Murayari, esposa del guardia
civil Valentín Del Águila .
Al
domingo siguiente, valiéndome de mi cargo, la hice comparecer frente a mí. La
verdad que era bonita, pero lo que a mí me encantó fue su conversación.
Tenía
05 años de casada con el policía Valentín.
En
esa selva había escuchado muchas historias de demonios, por lo que según ella
necesitaba hablar de esas cosas para olvidarlas y convenimos un nuevo encuentro
para el próximo martes luego de la catequesis.
Hablamos
de varios temas y empezó a encandilarme de nuevo, la forma de conversar, de
argumentar y empecé a fijarme en sus labios, en sus ojos, sus cejas y su
coquetería y por la naturaleza del cargo que yo ostentaba estaba inmunizado a
cualquier situación que implicara algún tipo de acercamiento a una mujer.
Fue
una trampa en la que caí sin ningún tipo de previsión, terminé pensando en ella
todo momento y esperando con ansia casi enfermiza la siguiente reunión de
afianzamiento de su fe, pero lo que estaba sucediendo era que yo estaba
perdiendo, casi por completo mi fe.
Mi
naturaleza de hombre se reveló y ella se dio cuenta desde el principio y yo no
le era indiferente.
Al
principio fueron agarradas de mano como una cosa de amistad y de fuerza
solidaria.
Luego
una tarde hablamos de tantas cosas, la abracé y ella se dejó.
Poco
a poco con mis manos agarré su cabeza y dirigí su rostro hacia el mío, yo no
sabía qué hacer y la besé, sentí su lengua rozando con la mía, diciéndome:
porque, porque, porque.
Después
la situación se hizo incontrolable cada vez que ella iba al centro parroquial,
si la veía corría a su encuentro para tener nuestros encuentros amorosos.
Nunca
me rechazó, pero huía, volteaba y me sonreía haciendo un despido amoroso.
Un
día ella acudió a la parroquia, terminamos abrazados y cansados, fue como una
explosión de felicidad que nunca olvidaré.
Luego
se volvió una relación seria, doblemente prohibida por mi condición de
sacerdote y por estar ella casada.
Es
cierto, fue una relación con sus picos máximos de felicidad, pero también con
sus peleas y reconciliaciones.
Fue
lo mejor que me pasó en la vida, así que Uds. señores jueces ¿Creen que yo
sería capaz de golpearla y producir su muerte como dice la población?
Nunca
por nunca, por eso odio al maldito jinete que se le pasó la mano con sus
latigazos.
El
maldito demonio que una vez más me arrebatara algo fundamental de mi existencia.
Primero
lo hizo con mi fé y luego con el amor de mi vida.
Por
eso señores jueces, en verdad me da lo mismo que crean o no en mi inocencia.
Estoy convencido que dirán que en pleno siglo XXI este curita de pueblo nos
quiere engañar con la historia de la runamula.
No
me importa, porque al fin y al cabo con su muerte, además de mi amor y mi fe,
también mi razón de vivir se fue con ella.
Gracias
señores jueces, ya no tengo nada que decir. Muchas gracias.
Carlos
Velásquez Sánchez
Mañanero, que paso con el curita?
ResponderEliminarQue castigo recibió de los jueces?
Me encantó la história pero me quede con estas interrogantes