El aullido
de los perros que la distancia devoraba, llegaba a los oídos de un pensativo
Tomas como arañazo de malagüero. Tenía que encontrar los aguajes, eran su
sustento, por ello trataba de disipar la temible voz de la selva que no conocía
con los sonidos del bosque, que como dulces trinos le llegaban.
Un airecillo
tropical azotaba azotaba sus lacios cabellos, levantándolos ligeramente. Le
habían dicho que por esos peligrosos parajes había grandes aguajales.
Silencioso
avanzaba por un angosto camino. Ya presentía el aguajal por toda su piel. El
olor a cocha y pantano le estrellaba suavemente a través de los hilos finísimos
del airecillo tropical, que cada vez eran más aromáticos, con ese olor
silvestre de aguaje fresco y acido, que solo los aguajeros lo pueden percibir
de los aguajes.
De pronto se
abrió ante su vista, un impresionante y fantástico bosque de árboles de
aguaje-¿ Alguna vez, alguien ha visto algo
semejante?- se preguntaba Tomas. Se paró un instante, cerró los ojos y
los abrió lentamente para comprobar si era cierto tanta maravilla. Ahí, estaba,
exuberante, inmensos racimos de color marrón oscuro amarillento de los aguajes.
¡Qué cosa! ¡
No puede ser! Un pavoroso escalofrió, un hielo macabro de inmediato recorrió
por sus asustadas venas. La dicha se transformó en angustiante y plomizo miedo.
¿ Sera un
engaño del maldito pies torcidos?- pensó y pensó. Le vino a la mente tantas
desgracias sucedidas por esta causa: locos, tarados, ciegos, chejos, muertos en
vida deja el chullachaqui burlón a los distraídos solitarios que se dejan
llevar por su melifluo poder engañoso, entra a nuestra mente y nos lleva donde quiere. Pensó en la Juana y
sus hijitos, sus amigos, sus vecinos, lo malo que se porta a veces.
¡ No, no
puede ser! Estoy viendo con mis propios ojos. Ahora debo tocarlos.
Tomas
caminaba, caminaba y caminaba, se agitaba desesperado queriendo coger los
aguajes que parecía tenerlos a la mano, pero estos se alejaban, se alejaban y
se alejaban con la sutilidad de estar siempre quietos.
Por fin
llego, los cogía, los abrazaba, los ponía en la cara, daba vueltas de contento
por uno y otro lado.
Ran sintió
que los aguajales le quemaban las manos, el aguajal lanzaba rayos luminosos.
Una lluvia de fuego cayó sobre su cabeza y una hilarante risotada con sonido de
lejanía fue lo último que escucho.
Lanzo un
chillido agónico como aullido y se perdió en el remolino de su mente. Se cubrió
la cabeza con las manos y cerró los ojos para soportar las miles de hinconantes
espinas que inclemente sentía se le clavaban en el cerebro y cayó como un
tronco.
Dicen la
gente , que cuando escuchan un aullido
hilarante en el fondo del bosque, es que alguien ha sido atrapado por el
poder mentiroso del “shapingo”.
El
“shapingo” es nuestra propia mente que nos atrapa en la soledad cuando no lo
alimentamos con buenas lecturas- termino diciendo el maestro, al concluir la
narración.
Un suspiro
hondo se dejó sentir en el aula y a lo lejos, en las profundidades de la selva,
el silbido de un lastimero aullido se dejó oír. Nadie lo escucho. Solo tú.
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