miércoles, 30 de mayo de 2018

LA RUNA MULA DE SELVA ALEGRE


(DARWIN CORDOVA VASQUEZ)
En noche de luna llena, las calles del pueblo de Selva Alegre se habían convertido en tétricos escenarios donde se presentaba a todo galope y relinchando espantosamente una sobrenatural mula, cabalgada por un diablillo de traje negro y sombrero vueludo.
Loa pobladores temerosos se preguntaban cuál de las mujeres casadas burlaba a su marido y recorría el pueblo los martes y viernes por las noches escupiendo candela por la boca y relinchando convertida en la legendaria runamula.
Los comentarios sobre estas diabólicas apariciones especulaban que la administradora de un bar mantenía una aventura con un hombre casado, hablaban de la presidenta del club de madres que viajaba muy seguido al distrito para realizar gestiones, de la señora que viajaba los fines de semana para dejar víveres a sus hijos que estudiaban en la ciudad.
Además algunos warmishcos se iban de boca y mancillaban honores, a tal punto que las autoridades locales empezaron a registrar denuncias y sanciones por difamación y calumnia según sus normas de convivencia comunal.
En Selva Alegre, vivía Ulico un destacado chapanero que a raíz de las apariciones malignas empezó a notar un repentino cambio en su esposa Antuca a quién la encontraba esquiva y fría.
Todo coincidió desde que el Padre Julián llegó a la comunidad a rehabilitar la vieja iglesia para celebrar la misa el primer domingo de cada mes, además Antuca decidió pertenecer al grupo de oraciones, luego del bautizo de sus dos menores hijos.
Pero, ¿Por qué desconfiar del cura Julián? , era una persona caritativa y buena, jugaba con los niños, realizaba donaciones de ropa, semillas y herramientas agrícolas.
Promovía campañas médicas gratuitas, ayudaba en las gestiones comunales, era muy querido en el pueblo y siempre le despedían con acémilas cargadas de maíz, poroto, plátano, fariña y carne de monte.
Pero el Padre Julián prefería llevar carne fresca, además Ulico era sub cazador preferido a quién siempre le daba media botella de aguardiente de caña, mapachos y un paquete de balas, antes de mandarle a chapanear a un monte lejano donde abundaban los animales silvestres.
De quién más sospechar, ahora todo está claro, Antuca es la runamula se decía a sí mismo, Ulico quién ya no era el mismo de antes, su semblante había cambiado, mientras su mente mortificada maquinaba como descubrir in fraganti a su mujer.
A pesar que los sermones del Padre Julián concluían en que la confianza era la base de una relación armónica, no lograba tranquilizar a los feligreses.
En el pueblo se rumoreaba entre bromas y en serio que él era el diabólico jinete de la runamula, pues varias veces le habían visto salir de la casa de Ulico a altas horas de la noche.
Pero, el murmullo empezó a sonar cada vez más fuerte, cuando el cura mandó construir dos habitaciones  frente a la casa del chapanero para él y una monjita joven catequista que en algunas ocasiones le acompañaba, alegando la incomodidad de pernoctar en la casa comunal a merced de murciélagos y culebras que entraban con frecuencia.
Un viernes de luna llena, Ulico regresaba de chapanear más temprano que de costumbre cargando un picuro gordo.
Cuando iba cruzando el campo de fútbol, se sorprendió al ver la silueta de una mujer que corría.
Nerviosamente se escondió detrás de un cocotero para verla mejor sin dejarse notar. La misteriosa mujer llegó al centro del campo y tras revolcarse tres veces sobre su propia orina, se convirtió en una mula.
Luego apareció en escena un hombrecillo de traje negro, látigo dorado y sombrero dorado, montó ágilmente a la briosa mula y después de azotarla con furia, empezó a recorrer el pueblo a todo galope.
La espantosa mujer mula arrojaba candela por la boca y chispas en cada latigazo.
Por alguna extraña razón, las piernas de Ulico no obedecían a su voluntad y se quedó dormido en el suelo con el picuro de almohada.
Cuando el chapanero mojado por el sereno, se despertó aturdido al escuchar el trote de la maléfica mula.
Pensó que se trataba de una horrible pesadilla, sin embargo era el mismo diablo y la reencarnación del pecado que retornaban de su paseo fantasmal.
El hombrecillo desapareció en un abrir y cerrar de ojos, mientras la bestia volvió a realizar el diabólico ritual,  pero con las vueltas al revés para transformarse nuevamente en mujer y salir rápidamente del campo.
Ulico no pudo distinguir a cual casa se metió ya que había una espesa niebla.
El ambiente tenía un fuerte olor a azufre, se armó de valor y se fue corriendo a su casa en donde encontró a su mujer durmiendo plácidamente, se quedó mirándola un buen rato, hasta que logró conciliar el sueño.
Al amanecer doña Antuca había preparado un caldo de picuro y desde su cocina se percibía un agradable aroma y Ulico no contó a nadie lo sucedido.
-Curita pendejo, esta misma bala que me diste acabará contigo, se dijo así mismo el chapanero convencido de que el Padre Julián era quién se divertía con su mujer, mientras él se iba a chapanear al monte.
Entonces tomó sus implementos de caza y fingiendo dirigirse al monte, se quedó escondido en las afueras del pueblo, esperando el momento oportuno para pillar a su mujer.
Luego de algunas horas, cegado por los celos entró bruscamente a su casa con la escopeta lista y al no encontrar a su mujer, su corazón zapate´p locamente.
Temblando de furia la buscó por todos los rincones y solo sus hijitos dormían sobre una estera de yarina.
Con la decepción el hombre se acobardó y de pronto vio a lo lejos la llama de un mechero y dos siluetas.
Se escondió detrás de la puerta y cuando llegaron al umbral, les enfocó con su linterna y disparó, pero desvió el tiro al techo y el estruendo despertó a todo el vecindario.
Una fracción de segundo hubiera bastado para acabar con la vida de su mujer y de su propia madre, quienes regresaban de atender el parto de una de sus comadres.
El chapanero inventó una historia para justificar su extraño comportamiento, antes de llorar arrepentido, arrodillado frente a las nerviosas mujeres y sus sollozantes hijos.
Pero Ulico continuaba obsesionado, es así que un martes por la noche decidió hacer guardia en su propia casa y cuando su mujer dormía profundamente ató su talón con una cuerda a la pata de su cama, colocó doble tranca a la puerta y cruzó en ellos dos ramas de huingo y se mantuvo alerta.
Pasada la medianoche escuchó relinchos y alocados trotes.
Al asomarse por la ventana vio algo sobrenatural, entonces reflexionó sobre su absurdo proceder, desató a Antuca y la abrazó con mucha ternura, pero al dormir tuvo una terrible pesadilla de dos mulas que le perseguían, una blanca completamente animal y otra negra con el torso de mujer, manteniéndolo en sobresalto hasta el amanecer.
Cansados de los misteriosos acontecimientos, Ulico y otros hombres del pueblo se organizaron para desenmascarar de una vez por todas a la runamula.
Mandaron bendecir pretinas y hebras de sogas de caballos en la iglesia del distrito con la finalidad de atravesarlas en las calles del pueblo para que al mantearse la mula tomase por algunos segundos su forma original de mujer.
Pasaron tres semanas, hasta que un caluroso martes, los hombres ya estaban tras sus pasos, con piedras, palos y escopetas, además de crucifijos, mapachos, timolina, agua bendita, orina fermentada, cola de yegua, tintura de huito entre otros insumos de una receta ancestral para descubrir la identidad de la libertina y liberándola de la maldición de la infidelidad.
Mientras unos valientes hombres arriesgándose a ser atacados, intentaron fallidamente arrear a la bestia hacia las pretinas y sogas, otros eufóricos corrían por las afueras del pueblo paleando a otra briosa mula que logró escapar en medio de la oscuridad.
Ya casin de día, con sensaciones de miedo se reunieron en el campo para hacer un balance de la jornada.
Cada hombre tenía la misión de revisar a su mujer y alertar si sospechaba de alguna otra que presentara marcas a consecuencias de la paliza nocturna.
Ulico al notar un moretón en la pierna izquierda de Antuca, estaba convencido de que era la runamula.
Sin hacer alboroto tomó a  sus hijos y los dejó en casa de una vecina y luego regresó a encararla para conseguir su confesión, pero ella negó los cargos y mostrando otro hematoma en el brazo, loraba jurando que las marcas los había hecho al caerse de las escaleras.
El hombre cabizbajo dio parte a las autoridades del pueblo, quienes dispusieron buscar al Padre Julián y someterlo a la justicia popular.
Cuando Ulico preparaba los boltijos para devolver a su mujer donde sus padres, un hombre hacía un alboroto en la calle, denunciando haber encontrado a su mula maltrecha con marcas de haber sido paleada.
Se trataba de un mercachifle cuya acémila se había escapado de su corral la noche anterior.
Corroborando que todo se había tratado de una terrible confusión.
Ulico regresó con la noble Antuca quién perdonó su mala actitud, pero , él a pesar de que nunca pudo probar nada, en el fondo no creía totalmente en la versión de su mujer.
Pasaron algunos meses y una tarde de verano cuando todo parecía haber vuelto  a la calma, ocurrió una desgracia en el pueblo.
Un hombre murió aplastado por un árbol de catahua cuando tumbaba monte para hacer chacra.
Se trataba de Agucho que dejaba en la orfandad a dos pequeños niños.
A la siguiente semana  ante la resaca del infortunio y cargos de conciencia que la perturbaban, Shemica la viuda del finado y presidenta del Club de madres de Selva Alegre, confesó muy arrepentida que el enfermizo bebé que lactaba en su pecho era el hijo del cura.
Lo que sucedió después con el Padre Julián es otra trágica historia.

Carlos Velásquez Sánchez








jueves, 17 de mayo de 2018

LA BELLA RUNAMULA


                               (Cristian Meléndez Obregón
A sus quince años, Isabel se había convertido en la flor más deseada, no solo del barrio sino de todo el pueblo.
Era común ver llegar por las tardes a jóvenes que se acercaban a enamorarla, pero siempre chocaban con su abuelita que la protegía porque siempre salía con ella.
Pero alguna vez, tenía que pasar porque la pretendía el hijo del Alcalde que era un tipo presumido que si bien tenía su pinta y atraía las moradas de las muchachas y era antipático con los demás por su arrogancia en su trato con las perdonas humildes, sobre todo su hablar grosero y lo único que le interesaba era enamorar a la bella Isabel.
A la bella se le veía conversar por primera vez con un joven y con la aprobación de su abuelita.
Decían los vecinos que la abuelita dio el permiso a su nieta para salir y verse con Javier y las visitas del pretendiente se hacían más frecuentes, se le veía traer regalos a la bella Isabel y también a la abuelita.
Y los demás jóvenes perdieron rápidamente el interés en Isabel, no se sentían capaces tal vez de enfrentar a este contendiente que además de pinta tenía dinero.
Una tarde cuando Javier vino en una moto nueva, salieron los dos juntos a pasear, según le habían dicho a la abuelita una horita nomás y la traigo, le dijo.
Y a las diez de la noche, Isabel regresó sola, se les escuchó llorar juntas y la que más lloraba era Isabel.
Javier ya no apareció a verla, era un miserable que se había aprovechado de la ingenuidad y pobreza de la bella Isabel.
Fue así que ella supo que su belleza más que alegrías le traería lágrimas y cerró su corazón a todo afecto y a todo amor.
El destino, la vida o quien sabe, tal vez el mismo diablo tuvo que ver en todo esto, lo cierto que al pueblo vino un cura nuevo en reemplazo del cura Jacinto.
Ignacio así se llamaba el cura nuevo y desde que llegó las vecinas no dejaban de hablar de lo guapo y joven que era el padrecito.
A tal punto llegaron las cosas que algunos maridos recelosos prohibían que sus mujeres se fueran a misa y otros que iban a misa con sus esposas para vigilarla y también decenas de jovencitas iban a misa por el cura guapo.
Tanto hablar los vecinos de este cura guapo, hizo decidir a la bella Isabel ir a misa esa noche con su abuelita.
Al cura Ignacio se le notó algo nervioso esta vez, a mitad de misa se percató de unos ojos fijos en él, de ahí en adelante el cura se equivocó en más de una ocasión en su sermón y hasta la señal del padre nuestro lo hizo mal.
Isabel sonreía, pues sabía que ella era la causa de tal perturbación. Y así todas las noches Isabel y su abuelita se iba a la Iglesia temprano y no tardaron en surgir los comentarios y las miradas acusatorias.
Fue un martes, en una noche oscura sin luna, justo a media noche que se oyeron relinchos tan fuertes, que medio pueblos se despertó.
Unos pobladores contaron que vieron a una hermosa mula que corría primero por la cancha donde se jugaba fútbol, luego por las calles, siempre relinchando horrendamente y al final se perdió por el camino a la chacra de don Nicanor por donde hay un barranco hondo y no era la mula de ninguno del pueblo.
Y el jinete que montaba a tan majestuosa mula decía que era como un enano vestido de negro con una gran nariz y sombrero, otro decía que era como una especie de pequeño monje sin cabeza y que tenía en la mano un látigo de cuero.
Al día siguiente las personas hablaban con recelo sobre este raro acontecimiento.
Es la runamula, dijo la Sra. Consuelo quién sabía sobre estos misterios de la selva.
El viernes en la noche nuevamente a las doce de la noche, salió de entre el monte la mula y su jinete.
Doña Consuelo explicó que la runamula sale justo los días martes y viernes por que son los días preferidos de los diablos y los espíritus malos para manifestarse y alguna mujer deben andar en amoríos con el cura, dijo.
A nadie le quedó duda alguna de quién se trataba y miraron a los lejos la casa de Isabel.
Como para confirmar la sospecha de que se tenía de ella, Isabel no salió de su casa ni sábado ni domingo y cuando le preguntaban a la abuelita, por qué no salía Isabel, respondía que estaba enferma en cama.
Los niños no querían ni acercarse a su casa por temor a la runamula como ahora la llamaban.
Y un grupo decidió esperar el martes desde las once de la noche a la runamula.
Habían conseguido bastante achiote y lo diluyeron en un balde grande de Palmerola y se repartieron en bolsas pequeñas como municiones.
La idea no era lastimarla mucho sino mancharla de rojo y dejarle algunos moretones para reconocerla al día siguiente entre todas las mujeres del pueblo.
A las once de la noche uno por uno iban llegando, Juvencio como era mayor y el más osado, era el líder del grupo.
A las doce Juvencio dio un silbido, era la señal para tener a mano las bolsas de achiote y algunos sus baladoras.
Unos instantes después a lo lejos se acercaba el sonido de carrera de un animal.
Es la runbamula – gritó Juvencio, sus patas golpeaban la tierra casi al ritmo del latido de los corazones de los muchachos.
Y vieron sus ojos rojos como tizones acercarse hacia donde estaban escondidos. No sé quien lanzó la primera bolsa, tuvo que ser Juvencio seguramente, luego todos en cuestión de segundos lanzaron sus bolsas con achiote.
Varios cayeron a la runamula , a pesar de lo veloz que era y los de las baladoras tiraban sus piedras.
Vi como la runamula quiso detenerse al parecer y enfrentarnos, pero ahí mismo le cayó un baladorazo en su costado izquierdo, el jinete enano pareció dudar un instante entre atacar y seguir su camino.
Optó por lo segundo, jinete y mula se perdieron por el barranco y no lo siguieron.
En la mañanita antes de ir a la escuela, pasé por la casa de Isabel a ver si había alguna novedad y nada porque su casa aún permanecía cerrada.
En la escuela, nos vimos en el recreo toda la mancha y acordamos en ir por la tarde cerca a la casa de Isabel.
Lo que no esperábamos era encontrar mucha gente fuera de la casa y los vecinos conversaban en la vereda y en la calle.
Me acerqué a preguntar a mi prima Hilda que era lo que pasaba y me dijo:” Bien mal está Isabel, su abuelita está pidiéndonos apoyo para hacerle curar en el Hospital.
Amaneció no sabe cómo, manchada con achiote el cuerpo y con una costilla rota.
Los de la mancha nos mirábamos asustados, pero nos habíamos hecho la promesa de no decir a nadie de lo que hicimos y uno por uno nos íbamos quitando a nuestra casa.
Isabel dejó de golpe de ir a la Iglesia por un tiempo porque estaba mal y tenía que recuperarse. No tardó ni dos meses más y el cura Ignacio pidió su cambio a otra parroquia lejana.
Vino en su reemplazo un cura viejón de barba blanca y alguien dijo por ahí que vio al cura Ignacio irse del pueblo llorando tristemente.
Desde entonces no se ha sabido en el pueblo de más apariciones de la runamula.
Y que fue de Isabel, se casó y se fue a vivir a Lima y viene todos los años para la fiesta patronal con su esposo a su `pueblo.
Carlos Velásquez Sánchez