viernes, 19 de octubre de 2018

L A L L O C L L A D A



   (Francisco Izquierdo Ríos)
Nunca lloclló el río como esa vez, algunos viejecitos cuando se referían a la tremenda llocllada del río que espantó a las gentes de la ciudad de Saposoa, hace 70 años más o menos.
¡Fue una llocllada terrible! Inesperada, puesto que en la ciudad no llovía por eso mismo, más misteriosa y que llenó de pánico a la gente.
No había llovido una gota en Saposoa, sin embargo en una de esas apacibles mañanas apareció el río Saposoa, crecido de banda a banda como decían los antiguos y con un rojo color de sangre.
Fenómeno misterioso al amanecer que asustó a los habitantes un inmenso ruido como de cataclismo que se producía en el río. Era la llocllada.
El río había inundado todas sus riberas, llegando hasta algunas casas de la población, el paisaje era desolador, platanales, algodonales, cañaverales estaban totalmente inundados.
El riachuelo Serrano que corre por en medio de la ciudad se encontraba también rebalsando de un modo asombroso y terrible, las túrbidas aguas del río Saposoa inundaban sus orillas y los niños no pudieron asistir a sus escuelas que funcionan en cada banda.
¿Cómo iban a pasar el Serrano rebalsado y cuyos dos puentes estaban inundados.
Un denso olor a barro flotaba en el ambiente, el río seguía creciendo y creciendo y por sus aguas pasaban grandes palizadas, animales ahogados, inmensos árboles arrancados de cuajo por la furia de las aguas, chozas de las chacras y troncos de plátanos.
En uno de esos momentos, dicen que pasó un animal raro, semiasfixiado por el barro de las aguas que nuca habían visto ni conocido las gentes y cuentan que  era algo así como un elefante, con una trompa larga y el cuerpo de color verdusco que bajaba moviendo la trompa de un lado para otro como no tratando de no tomar agua barrosa.
Un monstruo cuyo aspecto y presencia llenó de más pánico a la gente que asustada contemplaba la llocllada.
-Taita Diosito, la madre del río.
-La madre del río.
-De la cabecera del río viene exclamaban atemorizadas las gentes al ver pasar al extraño animal.
Entre esas palizadas, entre esas chozas bajaban también hombres y mujeres ahogados, niños y adultos que fueron sorprendidos en la noche, durmiendo en sus chacras ribereñas por la llocllada.
Ya después poco a poco se supo el número y los nombres de esas  víctimas inocentes.
Y cuanta gente tuvo que refugiarse en los bosques sufriendo hambre.
La llocllada, avalancha monstruosa que cubre y arrasa todo a su paso, que arrastra todo en su veloz carrera.
El hombre y el animal cuando no son cogidos de sopresa por su loco torbellino, huyen despavoridos ante su llegada que es anunciada por un ruido como de tempestad horrorosa.
El río seguía creciendo más y más, llenándose sobre todo de barro, hasta que llegó un momento en que parecía estar detenida. Que y no corría.
De los bosques ribereños de la ciudad, ante la formidable llocllada salieron espantados a la ciudad, aves, víboras, cuadrúpedos que al correr por las calles y huertas llenaban de más temor a los pobladores y gran confusión y pánico reinaba en la ciudad.
Las gentes, sobre todo los ancianos lloraban de miedo, creían que algún castigo sobrenatural se producía y que la llocllada del río Saposoa era el principio de él.
Todos los niños y adultos se arrodillaban en las calles.
¿ Y qué es lo que había sucedido en el río? Por su cabecera llovió torrencialmente y un inmenso cerro se deslizó en su lecho, siendo desmenuzado violentamente por sus furiosas aguas y las aguas del río tomó más el color encendido de sangre.
Y por mucho tiempo por el espacio de u mes, la ciudad se vio privada sobre todo de agua limpia, hubo escasez de víveres, pues cuando pasó la llocllada , todas las chacras habían sido arrasadas.
La ciudad quedó envuelta en una densa atmósfera de pestilencia debido a la descomposición de los peces muertos dentro del lodo, así como la de los cadáveres de otros animales y el hedor era insoportable por algún tiempo.
Luego muchas enfermedades asolaron la ciudad y decía también que después de las lloclladas, los bosques cercanos a ella se poblaron de boas, serpientes que antes no existía allí.
Una llocllada en la Amazonía, deja pues, tras de sí un paisaje desolador


VOCABULARIO QUECHUA


VOCABULARIO QUECHUA
Alalay, alalay: Manifiesta frío.
Alza: Comida para las gentes, en las fiestas separan o guardan para llevar a su casa. Sobra.
Armada: Acto de chacchar coca.
Ayañahui : Ojo de muerto.
Ayapullito: Créese que hay en la selva un pajarito fúnebre, de plumaje negro y cabeza pelada como calavera que canta como un pollito y anda con las almas en las noches.
Se le considera como anunciador seguro de muerte.
Barbacoa: Especie de andamio de las cocinas, construido de carrizo o de cañas bravas donde guardan sus utensilios.
Barbasco: Con su jugo se pesca en los ríos.
Cachaza: Densa espuma que se forma en la superficie del caldo de caña que se hierve en las pailas. Aguardiente.
Caimito: Árbol de la selva con frutos sabrosos y que tiene la forma de un seno de moza que recién entra a la adolescencia.
Chunlla: Silencio, callado.
Hítil: Pequeño árbol de la selva, de corteza roja y llena de granulaciones que tiene la propiedad de quemar la piel de la gente que pasa junto a él o lo toca.
Huahuasapa: Palo largo y delgado con tres fisgas de hierro en la punta que utilizan los pescadores en la selva para pocar a los peces.
Mingas: Personas que ayudan a trabajar de un modo gratuito pero con cargo de reciprocidad.
Pesado: Dícese de los lugares según la fantasía popular aparecen fantasmas.
Quillas: Haraganes, perezosos.
Afaninga: Culebra de gran tamaño.
Calero: Pequeño depósito donde  los masticadores de coca llevan la cal.
Catahua: Árbol gigante de la selva, de corteza blanca y resina venenosa.
Cuchis: Cerdos.
Huahua: Niño, criatura.
Huarapo: Bebida fermentada de caña.
Manan: No.
Manvalques: Inútiles.
Pucuna: Cerbatana.
Shihuin: Pájaro de color terroso que no tiene nido.
Tapia: Mal agüero.
Tisha tisha: Pelo en desorden.
Upa: Zonzo.
Viborero: Encantador de serpientes.
Virotes: Pequeños dardos.

Carlos Velásquez Sánchez




jueves, 11 de octubre de 2018

LA PESCA EN EL RÍO SAPOSOA









                           (Francisco Izquierdo Ríos)
Por aaiii, por aaiiiii
Se oyen unas voces y todos corren al sitio señalado en el río, los que están en tierra por la orilla con redes y machetes hombres y mujeres, mientras que los balseros se dirigieron por las aguas a todo remo.
Vocerío enorme, ha aparecido allí un gran zúngaro, el pez gigante de los ríos amazónicos que alocado por el barbasco ha mostrado su lomo a flor de agua y se ha vuelto a hundir sintiéndose perseguido.
Un joven balsero atrevido y ambicioso adelantándose a los otros ha logrado prender en el lomo del pez gigante su “huahuasapa”, pero ante la tremenda sacudida del pez herido he caído al agua con un pedazo de la “huahuasapa” rota en la mano, quedándome el otro pedazo con los fisgas de hierro, clavado en las carnes del zúngaro.
El zúngaro por fin es pescado por abajo del río por otro balsero que no esperaba una hermosa caza y no ofreció resistencia al principio, recibiendo otro “huahuasapazo”.
El feliz balsero como no tiene fuerzas suficientes para alzar tan enorme presa a su balsa, después de asestarle un fuerte golpe con el lomo del machete en la cabeza matándolo y luego le amarra a éste de las agallas a la balsa y lo arrastra río abajo a flor de agua.
Sucesivos golpes en la noche se escuchan en el pueblecillo de Sacanche.
En la plazuelita los hombres del pueblo están majando el barbasco sobre piedras con pesados mazos de madera.
Majan conversando y a veces riéndose a carcajadas ante los chistes que se cuentan.
Las mujeres y los niños, en cambio, van recogiendo en alforjas viejas, costales y canastas el barbasco majado, llevándolo enseguida al local de la gobernación donde se le mezclará con ceniza para darle más fuerza.
Las gentes del pueblo siguen majando el barbasco en esta hermosa noche para la pesca del río Sapo, uno de los grandes afluentes del río Huallaga.
La pesca a realiza el pueblo entero, dirigido por la autoridades, todos han contribuido con una arroba de barbasco, hombres y mujeres y como en el pueblo hay más o menos 300 habitantes adultos, hay también 300 arrobas de barbasco, cantidad necesaria para pescar en el río que es grande.
Desde días atrás, el pueblo se encuentra animado por esta pesca, todos se preparan para la pesca.
Y la pesca, como todos de la Amazonía ofrece la perspectiva de ser buena, sobre todo porque el río Sapo está muy bajo por el verano y está repleto de peces  ya que se ve en aguas no muy profundas millares de boquichicos estar lamiendo las piedras.
Los de la”primera”, es decir aquellos que van a “desleir” la primera tanda de veneno han surcado el río en sus canoas llevando la cantidad necesaria de barbasco, los de la “segunda” también han ido tras ellos, no más para soltar otra tanda de veneno, apenas comprueban en el agua la presencia del que soltaron en la “ primera” que se hace visible por que las aguas del río toman un tinte blanco lechoso y sobre todo por los peces que bajan en alocada fuga y en manadas, también por otros que aparecen más atontados con las cabezas a flor de agua o algunos ya muertos que bajan con las panzas plateadas hacia el cielo.
Es aquí, donde se encuentra la razón de esta pesca, de esta segunda tanda de barbasco que soltándose a conveniente distancia de la primera, viene a ser un trágico remate para los pobres peces que huyen del primer peligro y después de esta segunda los peces “blanquean” el río o sea muertos.
Si algunos más fuertes resisten todavía en su loca fuga van a caer en la nasa del cerco que ha sido construido río abajo en un sitio levemente torrentoso y no muy profundo.
El cerco abarca todo el ancho del río, teniendo la nasa en el centro, construido de cañas bravas, siendo una pesca del obstinado esfuerzo de los que trabajan en esta gran pesca.
Los “soltadores” del veneno, situados en medio río, desde sus canoas, deslíen el barbasco majado sumergiendo repetidas veces los costales, alforjas o canastas donde se encuentra depositado el veneno, tomando inmediatamente las aguas el tinte blanco lechoso del jugo.
Los soltadores siguen en su faena después de exprimir totalmente el barbasco, aplastando varias veces los costales, alforjas o canastas contra los bordes de sus canoas y volverlos a sumergir en el río, salen a las orillas a majarlo de nuevo en las piedras, desliéndolo otra vez hasta que por último arrojan al agua los residuos que ya no pueden dar ningún jugo.

En la primera, los soltadores no cortan ni pinchan con sus “huahuasapas” a los peces que flotan atontados por el veneno, los recoge únicamente en sus redes, porque la sangre que sale de los peces heridos, sería suficiente, según la creencia de los pescadores para malograr la pesca, el barbasco misteriosamente pierde su fuerza y los peces no siente su efecto, así con también la presencia en esta pesca de alguna mujer embarazada produciría los mismos efectos desastrosos.
En este suave amanecer  tropical, en que no hace mucho frío, el pueblo se trasladó hacia el río, todos van en son de pesca, mujeres y niños con machetes y redes, los hombres con arpones.
Por el caminito va la gente conversando y riéndose, casi todos hasta los niños fumando gruesos cigarros envueltos en hojas secas de maíz, para ahuyentar a los zancudos y a las víboras venenosas.
En verdad que las pescas en la Amazonía son toda una fervorosa expresión de alegría humana, aunque también no dejan de tener sus tragedias.
Son más o menos las 10 de la mañana y todos están con las miradas ávidas en el río.
De pronto una mujer bien arriba coge en su red un sábalo y la muestra alzando la mano diciendo la pesca…, la pesca…, la pesca.
En un abrir y cerrar de ojos el río se transforma en un verdadero pandemónium, todos corren hacia él, se meten en sus aguas hasta la cintura con machetes y redes en las manos listos para pescar.
Y también van apareciendo los pesqueros que habían ido río arriba en sus canoas y balsas casi llenas de pescados.
Por un trago de aguardiente.. este sábalo.
Por una copa esta toaaaa.
Por un poco de tabaco esta palometa.
Gritan los balseros y algunos viejecitos que desde luego no se hallan con valor para entrar al río, les responden desde las riberas, mostrándoles las botellas de aguardiente o los cigarros que para ese objeto han llevado a la pesca.
Taita Genaro, ven puacá….ven puacá , yo tengo aguardiente… yo tengo cigarros.
Y desde luego se produce el curioso intercambio, los balseros tienen razón, mojados como están y que arriba nomás se les acabó la dotación de aguardiente y de cigarros, necesitan estos ingredientes para tener más resistencia.
Todos están en los afanes de la pesca, una mujer recoge en su red una hermosa lisa, otros boquichicos, sábalos, gamitanas o sentados pescan en abundancia.
Y sigue la pesca a lo largo del río en forma fecunda y abundante.
En algunos sitios del río que las gentes no los pueden pasar por ser muy hondos, rodean por los caminos o suben a las balsas o canoas de algunos, para desembarcar en lugares apropiados.
Muchos han hecho fogatas en las orillas y asan los pescados, así como plátanos que cortaron en las chacras a su paso y las mujeres preparan el delicioso “timbuche”.
De pronto una mujer sale del río, llorando y goteando sangre en la mano, una viejecita le echa aguardiente en la herida.
Llorando llorando después de echar tabaco mascado a su mano y de envolverla con hojas de una planta que al decir de una vieja es medicinal, se pierde por un caminito en el bosque con rumbo a su casa.
Aunque también se oye otro rumor trágico, que a un niño en una de las orillas  boscosas, ha sido mordido en el pie  por un jergón, la temible víbora de los bosques del Huallaga.
Además hay peligro de que algunos balseros se ahoguen, pues muchos de ellos ya están borrachos.